tag:blogger.com,1999:blog-83370524013732633692024-03-14T00:27:13.519-07:00No soporto a la genteY la gente no me soporta a mí…Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.comBlogger1027125tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-67690193346897801762023-11-24T16:39:00.000-08:002023-11-24T16:39:16.652-08:00O les terminás pegando un tiro<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdgQMFNeIAIeZwY2wUfXR7OnlJNN6sphKrDJSHDysoiuIXc4pvb11tTMI-SxoRAj4t8l8g2Ynv5nbS8q3aWTSbPsIRhbpnsSH_cyfwtWEL2i5VDewuE6nSUNvm6_UVEv7qS3-5wSI8UHZesTDLpfaVxpTY6vxdLcjFZY075YRPOEdUcZm82-T0zMiabIU/s1080/%28olga.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" width="320" data-original-height="468" data-original-width="1080" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdgQMFNeIAIeZwY2wUfXR7OnlJNN6sphKrDJSHDysoiuIXc4pvb11tTMI-SxoRAj4t8l8g2Ynv5nbS8q3aWTSbPsIRhbpnsSH_cyfwtWEL2i5VDewuE6nSUNvm6_UVEv7qS3-5wSI8UHZesTDLpfaVxpTY6vxdLcjFZY075YRPOEdUcZm82-T0zMiabIU/s320/%28olga.jpg"/></a></div>Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-91281860424243511502023-11-24T16:37:00.000-08:002023-12-10T14:14:55.066-08:00La Polaca
Una rubia compacta en sus early 30's no para de dar vueltas en la pista. Tal vez lo hace sin pausa, tal vez para y arranca, como yo, que ya estoy de última y no puedo completar mi tercera milla; pero a cada rato pasa sacudiendo el aire por el carril 1. En una de mis paradas para recuperar el aliento escucho la pregunta que, cuando entra en la recta de la avenida, le hacen los dos cuarentones fit que charlan cerca de la salida porque ya terminaron sus varias pasadas. “¡Polaca! ¿Cuánto hacés hoy?”. “Cincuenta”, responde ella con la voz firme pese al esfuerzo. Entiendo que se conocen, no puedo inferir si dice que va a hacer cincuenta vueltas, cincuenta series o qué cincuenta.<br>
Yo termino mi tercera milla de a pedacitos, hago unas pasadas que cuento como parte de la cuarta, y, cuando me estoy yendo, porque todavía me faltan cuatro kilómetros hasta mi casa, los tres personajes están hablando junto al portón. La que habla es ella y está diciendo que le propuso a alguien –no sé en qué contexto– mostrarle “este cuerpo” desnudo diez minutos, sin tocar, sin teléfono ni fotos, por diez mil dólares. Y que a otro le propuso algo similar por cincuenta mil. Cuando habla de “este cuerpo” acompaña la frase extendiendo los brazos y configurando un movimiento tipo vedette o bailarina.<br>
Dos cosas veo de inmediato en ese fragmento de diálogo. 1: que la Polaca está tan fuera de mercado que en realidad no quiere hacerlo. No quiere que ninguno de los involucrados acceda a la imagen de ese cuerpo desnudo, sólo a los metros cuadrados de piel que deja ver la ropa que usa en la pista. 2: que si saca el tema es para calentarles la pija a los cuarentones.<br>
Ojalá yo reconociera siempre la enfermedad tan fácilmente. Las enfermedades: la que manifiestan las ganas de usar el poder real que tiene para refregárselo en la cara a otro/s, como si fuese una torta de crema de Los Tres Chiflados, y la que se ve en su necesidad de inventarse un poder aún más grande. Y ojalá también pudiera siempre ratificar ese reconocimiento con datos, como en este caso. Porque una escort puede estar cobrando 20 lucas, 30, 50 si es la gran cosa. Podés pedir 100, o 100 dólares, en honor a la redondez de los números y porque no sos profesional, lo cual, curiosamente, sube el precio. Ponele que podés pedirle 200 a un desesperado por cogerte.<br>
El resto es ruido, Pola. Y con esa actitud, ni una paja valés. Aunque esto puede ser porque cada vez me cuesta más todo, incluso la paja.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-24887387129499310482023-11-09T13:51:00.000-08:002023-11-24T16:43:21.516-08:00Escuela de abusos
Hubo un cambio importante en cómo se cursaba Educación Física a partir de quinto grado. Ya no íbamos vestidos con el equipo de gimnasia bajo el guardapolvo blanco, sino que debíamos llevar, como todos los días, camisa, corbata, zapatos y pantalón gris (regla que después se aflojó, y permitieron jeans), para cambiarnos en el vestuario antes y después de la hora de gimnasia. <br>
Recuerdo que el profesor nos dijo, cuando se refirió al asunto, probablemente en la primera clase del año, “ya son grandes, pueden verse en calzoncillos”. Lo que no dijo es que también en calzoncillos íbamos a tener que correr cuando alumnos de primaria o incluso de secundaria, con los que compartíamos el vestuario, se apropiaran de nuestra ropa, o de las zapatillas, o del bolso, para entretenerse haciendo un pasamanos.<br>
Tampoco dijo que no sólo íbamos a vernos y a ser vistos en calzoncillos por nuestros compañeros, fuésemos grandes o no, tuviésemos ganas o no, sino que íbamos a ser vistos también por pibes de secundaria, de primer año o de quinto, de trece años o de dieciocho, y que íbamos a poder ver a esos pibes en bolas, porque ellos tenían que ducharse. No estaban literalmente al lado nuestro, nos separaba una pared –sin puerta– del sector del vestuario que estaba más cerca de las duchas, pero fácilmente alguno de ellos podía aparecer de este lado o alguno de nosotros tenía que ir del otro lado para rescatar la ropa o una zapatilla que algún vivo nos tiraba ahí. <br>
Esa frase del docente quedó firme en la memoria, como una de las fotos de mi paso por la primaria, y formaba parte de mi recuerdo sobre el asunto, hasta que ayer dije “NO”. Y dije “no” porque me di cuenta de que no. Anoche, varias décadas después, vi que no es así, que no importa si éramos grandes para esa situación o si alguien dictaminaba que éramos grandes (y yo diría que no: de hecho, estoy cerca de los cincuenta y no tengo ganas de ver gente en calzoncillos). Lo importante es lo demasiado cerca que está del concepto de abuso el hecho de que un adulto decida –coactivamente, desde un lugar de poder– sobre el cuerpo de un nene de diez años, sobre quién va a ver el cuerpo de ese nene de diez años y sobre lo que el nene de diez años va a (estar obligado a) ver. <br>
Otra cosa que vislumbré ayer se relaciona con que en esa época estaba de moda usar una cebolla atada al cinturón. Y también usar slip. Pero yo, no sé por qué, seguía usando bóxers. Alguna vez, por un problema en un huevo, el médico recomendó que usara slip, y tal vez por eso, por quedar esa prenda asociada a la enfermedad, o porque era incómodo y me apretaba, seguía prefiriendo el bóxer. La cosa es que mis compañeritos, los cuales todos usaban slip, se burlaban de alguna forma –que no recuerdo– de mi ropa interior. Y alguno, este sí lo recuerdo, el boludo de Orgales, aprovechó la oportunidad en que sobresalía algún centímetro de tela debajo del pantalón corto para decirme “se te ven los calzones”.<br>
Con el tiempo dejé de usar ropa interior. Tal vez del mismo modo que con el tiempo dejé de usar letra cursiva y empecé a escribir en imprenta como –muy probable– consecuencia de cuando la conchuda hija de mil putas lacra humana de la Brito se burlara de mi letra delante de todos, haciendo gestos a mis espaldas para que mis compañeros se rieran. Cuarenta años después me cae la ficha y hace mucho ruido. <br><br>
En la secundaria hubo varios cambios. El primero es que se cursaba en contraturno. Y al menos una de las dos veces por semana que teníamos Educación Física era un día que teníamos séptima hora, la cual terminaba a la una de la tarde. Si la memoria no me falla, entrábamos a gimnasia a la una (y, si no, era a la una y pico), onda que bajábamos la escalera, íbamos al vestuario, nos cambiábamos y empezaba la clase.<br>
Haya sido una hora u otra, no había tiempo para comer nada (y, aparte, ¿qué ibas a comer?, salvo la basura de alfajores o pebetes comprados en la, perdón por la palabra horrible, “cantina”). Además, no da comer mucho antes de hacer actividad física. Lo que más me llama la atención –tal vez porque ahora mi cuerpo me pide comida a cada rato para funcionar– es que no recuerdo que eso fuese un problema para nadie. Al menos no recuerdo que nadie lo haya mencionado: ni lo de comer un poco, ni lo de no comer de más. <br>
Más allá de mi cuestión actual, llegar a casa a las dos y media o tres de la tarde sin haber comido desde las siete de la mañana tampoco me parece razonable. Menos aún en mi caso, que iba sin desayunar, porque éramos muy pobres y no teníamos comida.<br>
Ah, re. <br>
Porque quería dormir diez minutos más, y porque el café con leche ya me daba asco, tanto que nunca volví a tomar esa bebida caliente y de color fecal. Como nunca más volví a usar zapatos porque nos obligaban a usar zapatos para ir al colegio (porque una vez se me rompió el único par de zapatos que tenía y fui con –el único par de– zapatillas, y las autoridades del lugar me hicieron un escándalo). <br>
También cambió la forma de evaluación: en la primaria el profesor decía, por ejemplo, “hagan veinte abdominales”, y cada uno hacía las que podía. Algunos harían las veinte, otros haríamos dieciséis, otros, doce, y los gordos del curso, todos colorados y agitados, llegarían a seis o siete. Y estaba todo bien. Ahora había que hacerlas individualmente delante del docente, que anotaba cuántas hacías, y delante de los cuarenta alumnos, que estaban rodeándote y se te cagaban de risa si eras el gordo. <br>
Mi problema no era “hacer bolitas”, sino los tres postes metálicos que había para trepar, como un palo enjabonado, pero sin jabón, a los que nunca pude subir por falta de fuerza, por falta de técnica, porque tenía vértigo y/o porque nunca me dijeron cómo se hacía. Tal vez falté el día que explicaron, pero no creo, porque nunca explicaban nada en esa materia, y todo se manejaba como si tuviéramos que ir sabidos de casa. <br>
Cada vez que en la primaria –por suerte, fueron pocas veces– nos formaban frente a ellos, ante la inminencia de su amenaza me “torcía un tobillo” o me pasaba algo para excusarme. Seguramente porque alguna vez no pude hacerlo y fue un momento de mierda, pero esa información no quedó en mi memoria. <br>
Lo mismo valía para esa especie de escalera, hecha de caños y amurada a la pared, paralela a ella, a la cual había que subir valiéndose de manos y pies hasta llegar arriba para pasar encima del peldaño superior y bajar por el estrecho espacio que había entre ambas. De esta sí tengo algún recuerdo borroso de haber fracasado en mi intento y de ser objeto de reprimenda docente y/o de burlas. <br>
Yo rezaba, literalmente rezaba, para que lloviera los días de Educación Física, así se reducían a cero las chances de que nos hicieran trepar a esos postes, que no sé cuánto medían, pero que en mi memoria aparecen muy altos, tal vez de más de tres metros. Y si era evidente que no iba a llover, rezaba, literalmente le pedía a dios, para que las chances existentes no se concretaran. <br>
Otra de las diferencias con la primaria era que, además de cambiarnos en ese vestuario agobiante y fétido, debíamos ducharnos. No sé si el profesor dijo, parafraseando a su colega de años atrás, “ya son grandes para verse desnudos”, pero la única vez que fui dijo “hay que ducharse para tener presente”. <br>
Con esa frase dijo sin decir que para tener presente, es decir, para estar en condiciones de aprobar, teníamos que bajarnos los pantalones. Y los calzoncillos. Y dijo sin decir que no era clase de educación física, sino de exhibicionismo; que no se trataba de hacer abdominales o de saber trepar un caño, sino de someterte al poder disciplinador del Estado, que decide aniquilar tu pudor y tu intimidad hasta que no te des cuenta de que estaban siendo aniquilados. <br>
Así, teníamos que exponer nuestro cuerpo, incluyendo la pija, para que cualquiera los mirara y quizá hiciera comentarios, y teníamos que ver cuerpos ajenos, incluyendo sus pijas. Los de los compañeros de curso y, si coincidía el horario con otro curso, también los suyos. Y teníamos que mostrarnos desnudos frente al docente, porque cuando nos hacían el pasamanos con la ropa no había adultos para intervenir, pero ahora el adulto estaba tomando lista en el vestuario. Y si ese mediodía de verano, en el que no fue obligatorio bañarse porque no había agua caliente, alguno se duchaba igual, el adulto le iba a ver la pija a un pibe de trece años. Total normalidad. <br>
Así como hay gente que decide no llevarse el trabajo a su casa, yo decidí no llevarme el colegio a mi casa. No hacía horas extras. Mi horario de trabajo termina a la una, permiso, me voy. Y en mi casa tampoco hacía “la tarea” ni ninguna cosa del colegio: vivía de lo que aprendía en clase, lo cual era poco, porque tenía muchas inasistencias y porque en la segunda mitad del año, cuando nos mudaron de aula, yo estaba faltando por una enfermedad, y al volver tuve que sentarme en el último banco, desde el cual era bastante improbable escuchar lo que pasaba adelante, aun cuando lo intentara. <br>
Y entonces no fui más a Educación Física. Por una cosa, por la otra o por la tercera. O por todas. Por la certeza de que la iba a pasar muy mal en cualquiera de esas instancias o porque ya no había rezo en el cual confiar, y por mi intuición de que estaba muy mal que adultos decidieran sobre mi cuerpo. Gaudio dijo “qué mal la estoy pasando”, pero siguió jugando. Terminó ese partido y continuó su carrera. Yo no. El precio a pagar por no bajarme los lienzos y por no ser un pedazo de carne en esa picadora fue dejar el colegio. And the cost didn’t matter to me. <br>
Desde acá, ahora con estas palabras, abrazo a mi yo de trece años que decidió protegerse dentro de sus posibilidades y trató de evitar algunas formas del escarnio (inútilmente, porque –lo veo ahora– con ese nivel de individualización de la exigencia me habría llevado la materia de todos modos). Y, sobre todo, no cedió a las coacciones y no convalidó esas formas nacionalsocialistas o comunistas de proceder con cuerpos de niños y adolescentes. Lástima que los docentes están muertos y no puedo decírselo. <br>
Desde el día que vi esto, que era “ayer”, pero ahora es “hace cuatro días”, duermo muy mal, como si no poder terminar este texto mantuviera activa una parte de mi cerebro, la cual me deja en vela cada vez que me despierto luego de haber dormido cuatro o cinco horas. Y desde entonces pienso en qué distinta habría sido mi vida –no ya mi desempeño académico: mi vida– si no hubiera existido la mierda de Educación Física en el colegio (¡y sin Dibujo ni Actividades Prácticas!). Y en qué distinta habría sido mi vida si no hubiera pasado por ese colegio de mierda. Capaz que hasta consideraba tener hijos y todo.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-45962742967802508022023-11-09T13:50:00.000-08:002023-11-09T13:50:00.160-08:00Notas
Algunos docentes universitarios se jactan de ponerles 4 a los alumnos que hacen bien el 60% de un examen, considerando que es lo mínimo necesario para aprobar. Me surge entonces la pregunta de a quién le ponen 6. ¿No era que se califica de 1 a 10? ¿O tienen notas vedadas?<br>
Si aceptamos su lógica por un momento, aparece otra pregunta: ¿por qué no le ponen 6 al del 60% correcto y 3 al del 55% correcto? <br>
(Respuesta: porque son unos soretes enamorados de su poder y de emparejar para abajo). <br>
Y sobre todo me dan ganas de saber qué hace la facultad al respecto. ¿La libertad de cátedra avala que un delirante sólo use tres números de los que hay entre 1 y 10, y califique sólo con 7, 4 y 3? <br>
Me cago en las universidades y en los docentes que hacen eso, sobre todo en las universidades públicas con su mierdoso discurso de inclusión que se choca contra la realidad en la primera curva.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-71748728360232739582023-11-09T13:48:00.000-08:002023-11-09T13:48:00.149-08:00Se me rompieron las zapas (las azules)
Fueron las primeras zapas buenas que me compré. Hasta ese momento usaba las más viejas y gastadas cuando iba a correr, para terminar su vida útil dándoles kilómetros y masa hasta que se desintegraran. Y compraba las más baratas (o casi, porque me manejaba dentro de cierto rango: elegía las de marca, nunca Gaelle o Tryon). <br>
Pero en esa época encontré una noticia sobre Mizuno en un recuadrito del suplemento económico de Clarín, googleé un poco y di con un foro español sobre atletismo. Meterme ahí me presentó un mundo desconocido, me hizo ver que a las patas hay que cuidarlas y me dio referencias a la hora de buscar zapatillas. Obviamente, no tenían información ni comentarios sobre Topper o sobre Olympikus… Y de las marcas conocidas (conocidas allá, porque algunas acá son tan raras e inconseguibles como los discos japoneses en el tiempo en que comprábamos CDs) sólo testeaban las de gama alta. <br>
Como históricamente usé Adidas y también porque muchas de las zapas reseñadas no se encontraban en las vidrieras porteñas (el delay con que llegan las cosas de afuera…), me fui decantando por esa marca, y concretamente por dos modelos que, según los especialistas, servían para mis recorridos, modestos tanto en distancia como en tiempo: las Supernova Glide 5 y las Supernova Glide Boost 6. Estas venían con la mediasuela de nuevo compuesto, que visualmente parece telgopor, al cual catalogaban como rebotón por demás y con probabilidades de causar fascitis. <br>
Fui recorriendo negocios para comparar precios y, de paso, ver si encontraba alguna otra que tuviera vista del foro. Con el panorama más claro, finalmente me probé las Boost en un local de Corrientes y Florida. Y en efecto sentí cómo rebotaban en el par de saltitos que pegué durante esa mini prueba. Me acordé de lo que había leído, pensé en la molestia que por entonces tenía en el talón derecho, sumé dos más dos y dije “gracias, sigo buscando”.<br>
Un par de cuadras más allá, en la esquina de Tucumán, había visto las Supernova 5. Seguían en la vidriera cuando fui esa tarde-noche. Las probé, me parecieron bien, y las compré. Azules, con el interior verde claro; las tres tiras en un gris blanquecino reflectante, igual que una corta tira vertical en el talón; la mediasuela blanca, salvo el sector de la placa de torsión que la invadía por detrás, también en verde claro, color que se repetía en los tacos de la suela en la zona del metatarso. Y la rareza de no tener costuras, sino un termosellado que unía las distintas partes.<br>
A poco de usarlas fui descubriendo su gran ajuste, su muy buen agarre, sobre todo en piso húmedo, cortesía del caucho Continental, y también su punto débil, que pronto apareció. Así como las Reebok mueren por la suela, estas comenzaron a morir por las líneas de flexión que se forman en el upper a cada paso, y que son más notorias cuando, por ejemplo, uno se pone en cuclillas. La primera rotura tal vez haya ocurrido antes del año, del lado exterior en la del pie derecho, y luego fueron rompiéndose los otros tres sectores análogos. Igual, las seguí usando porque el resto funcionaba perfecto, y así me acompañaron años y (cientos de) kilómetros, sobre todo por las dos plazas que están cerca de mi casa y también por algunas bicisendas.<br>
El año siguiente me compré otras, mis primeras Asics, unas Pulse 5, y, como estaban baratas y tenía plata, un par de meses más tarde, para fin de año, unas Boston 3, que tenían una buena crítica en el foro y mantenían un precio aceptable (oh, los tiempos en que las cosas podían estar dos o tres meses sin aumentar). Pero las Supernova eran las más cómodas de las tres, y las que más usé, aunque ya iba mechando su uso con el de las nuevas.<br>
La desintegración del upper fue creciendo, y cuando, tres años después de su compra, me compré las Cumulus 19, las más cómodas que tuve y tendré, las azules fueron quedando relegadas. Del lado externo de cada una de ellas, las rasgaduras fueron dos, en la línea de fuerza la más grande, y otra en el pequeño espacio de malla junto a la puntera. En la izquierda, esos agujeros finalmente se hicieron uno solo, lo cual terminó de hacer imposible usarlas, incluso para ir a vender papeles viejos al depósito, como intenté la otra vez, cuando quise darles un viaje de despedida y, de paso, evitar las Pulse, tan llamativas con su color verde flúo, en ese contexto.<br>
El punto de quiebre fue la rotura de la ojetera de la derecha, de tanto hacer fuerza para que me ajusten bien tight. Entonces quedaron casi abajo de la cama, lugar del que solo salían para darme kilómetros sin desgastar tanto a las buenas si iba a caminar: a veces largos viajes, a veces –cuando ganaba peso la idea que para un recorrido largo era perjudicial ese ajuste asimétrico– paseos cortos, o, últimamente, para ir a hacer dominadas a la plaza, así el aterrizaje, al dejarme caer desde lo alto, desgastaba la suela de estas, y no la de unas buenas. <br>
Una de esas largas caminatas fue en la cuarentena, poco después de la muerte de Rosario B. Me enteré de que algunos amigos de ella habían hecho un par de pintadas con su nombre por la zona del cementerio de Chacarita y fui a sacar fotos. Esa tarde, doblando la curva de las vías, me enganché un fierro saliente del alambrado del ferrocarril en la rotura del upper, y el tajo en la tela se duplicó, llegando casi hasta el empeine. Ese fue –casi– el final. El otro casi final fue cuando se rompió la ojetera de la izquierda, creo que muy poco después. Para ese momento ya les había cambiado los cordones, pasando los suyos a las Cumulus cuando los de estas murieron, y reemplazándolos por los de las Boston 3. <br>
Aunque el comienzo del fin había sucedido luego de la primera rotura de la ojetera, al decidir no lavarlas más y dejarlas así hasta su deceso, pasándoles apenas un papel tissue húmedo para sacarles la mugre tras alguna jornada de running post-lluvia. <br>
Tengo registro de otro viaje largo, la mañana-mediodía del 20 de julio de 2021, cuando fui ida y vuelta a atrás de Chacarita, pero del otro lado, y en el camino pasé por Díaz Vélez y Acoyte. Tal vez sea su último viaje pensé, mientras anotaba recuerdos para el réquiem que escribo recién ahora, veinte meses y medio más tarde. No podría afirmar que fue el último viaje largo, aunque no creo haberlas usado en otro similar más adelante. Sí recuerdo el último de todos, uno corto, el año pasado, yendo al “cyber” a actualizar el blog junto al bar de Belgrano, no sé si el posteo de abril o, más probable, alguna visita posterior para editar erratas furtivas. <br>
El ritual de las zapas cuando mueren va incluyendo un largo tiempo bajo mi cama, postergando la despedida. Y pensando dónde completarlo, dónde dejarlas para siempre, después de agradecerles los kilómetros, después de tocarlas por última vez. Uno de esos lugares que se volvieron significativos recorriéndolos con ellas fue la esquina de la casa de la dentista, donde la (re)encontré una noche en que yo venía de correr y hacer dominadas en la plaza de Anchorena, en la época en que iba seguido ahí. <br>
Todos los kilómetros por la bicisenda de Billinghurst cobraron sentido cuando me reconoció mientras yo miraba el semáforo para cruzar, y charlamos unos minutos en la esquina, ella con el iPhone temerariamente expuesto en una mano –y el Casancrem para la torta de cumpleaños en la otra– y yo mirando para todos lados porque la veía regaladísima para el choreo. Ahí quedamos en que me volvía a atender, ahora en su consultorio particular, no ya en la facultad. Y, lo más importante, con el correr de las palabras me di cuenta de que no estaba enojada conmigo, como temí por un par de veces que fue bastante cortante, las últimas que nos vimos en la facu.<br>
El otro lugar, pienso, será un ámbito de lo ordinario, una de las dos plazas que más frecuenté con ellas, mientras miro por última vez el reflejo de sus tiras reflectantes en mi habitación.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-49245112418130559802023-11-09T13:47:00.000-08:002023-11-09T13:47:00.135-08:00Duelos
Cuando dejé de trabajar en ese lugar vinculado con mi padre, sostuvimos cierta relación laboral, ya que me siguieron encargando el armado de las publicaciones que editaban a veces. Años más tarde a mi viejo se le ocurrió hacer una gacetilla mensual para mandar por mail y me encomendó también esa tarea. Con el tiempo, y sin aviso, dejaron de darme las publicaciones, pero lo otro se mantuvo hasta su muerte. Tras un interregno de tal vez un año, la gente que quedó a cargo retomó el asunto, y así continuamos hasta diciembre de 2019. En marzo de 2020 llegó la cuarentena, se suspendió la actividad, y durante dos años no hubo gacetilla mensual ni ninguna otra forma de contacto electrónico con la gente (al menos, no por la cuenta de mail que manejo yo, porque supe que habían creado otra con nombre similar, pero no sé para qué o quiénes).<br>
En marzo de 2022 volvieron a organizar un acto, y el secretario del lugar me escribió para pedirme que le hiciera “el favor” de avisarles por mail a las personas que están en la lista de destinatarios de la gacetilla. Así lo hice. En junio o julio hubo otro acto y me pidió el mismo favor, al cual volví a acceder. En octubre, de nuevo un acto y de nuevo el pedido de favor: me cayó un poco mal la insistencia, pero no dije nada e hice el trabajo. En noviembre, un cuarto acto y un cuarto pedido de favor. Ahí le contesté que lo iba a hacer con más ganas si me transferían el equivalente a un cuarto de helado de mi heladería favorita, y le pasé mi CBU. No respondió.<br>
La jodita esta de pedir “favores” en forma de envíos extra que no pagaban venía de lejos y se había desbocado en 2019, cuando también me pidió cuatro en los nueve meses de actividad que el lugar tiene por año. Nunca encontré la manera de decirles que a mí me pagaban por editar y enviar la gacetilla, no por esto, que implica revisar el texto y luego mandar siete mails separados en el tiempo lo suficiente como para que Gmail no los tome como spam, y siempre accedí. Pero ahora no hay gacetilla ni hay paga por gacetilla, la cual a alguno podría permitirle pensar que, bueno, los envíos ocasionales están incluidos en esa retribución. Y cuando menciono el tema dinero, la respuesta es el silencio.<br>
Igual, no es la plata, es la (des)consideración por lo que hago. Naturalizar que voy a hacer algo a cambio de nada es una cagada, y pega peor en un contexto como este, en el que llevo demasiado tiempo sin un puto ingreso, y lo único que puedo hacer no me lo pagan. Es muy incómodo desmarcarse de una situación así, sobre todo con gente a la que uno conoce hace años. Pero más que en mi incapacidad para moverme en ese terreno, el otro día pensaba en la forma muy especial en que hay que tener seteada la cabeza para pedir un favor y al tiempo pedir otro, y más tarde “¿te acordás del favor que me hiciste?, ¿me hacés otro?”, y así.<br>
De todos modos, realicé el cuarto envío y unos días después le mandé el habitual mail con las respuestas de la gente para que les agradeciera o, al menos, para que estuviera al tanto. Al contestarme, el tipo no hizo ninguna mención de lo que yo había dicho, apenas escribió un “gracias por la gestión”.<br>
Esa semana estuve pensando mucho qué hacer, si entregarles la contraseña de la cuenta y el listado de destinatarios, hasta cuándo esperar para hacerlo, qué decirles en el texto que acompañara eso… Y comencé a actualizar un mail que tenía programado, cuya fecha de envío postergaba una y otra vez a medida que se aproximaba, donde les daba la contraseña, el listado e indicaciones sobre cómo usarlo, por si me moría de covid o de lo que fuera. Ahora no era por el temor al virus que vino de China, sino una forma de empezar a cerrar esto.<br>
La idea era mandárselo al secretario y con copia al señor que atendía al público, para que alguien más se enterara. Decidí esperar hasta el sábado, porque ese es el día en que se reúne la comisión directiva del lugar, como última chance de que hablaran del tema y decidieran si me garpaban o no. La forma en que uno acomoda las cosas para inventarse una posibilidad…<br>
Ese mismo sábado le mandé otro mail, con respuestas que no habían llegado inmediatamente después de mi envío, así las tenían antes de la reunión y podían agregarlas a las primeras. Entonces noté que la sesión era a la misma hora del partido del mundial, y pensé que tal vez la suspenderían. Su respuesta fue: “Te comento que la razón por la que te pido, de vez en cuando, que te ocupes de enviar invitaciones para los actos es porque no disponemos del direccionario de correos. Sería muy importante para nosotros no solamente para dejar de cargarte con cosas, sino para que la Institución disponga de esa información, si pudieras enviarnos, aunque sea de a poco, esos datos, nos sería de gran utilidad”.<br>
Nuevamente, un silencio total respecto al asunto dinero. No dijo “no te vamos a pagar porque no tenemos plata”, aunque fuese una mentira. O sea, podés mentirme, no voy a pedir el balance para saber si es cierto. Mucho menos propuso resolverlo poniendo los 750 pesos de su bolsillo. Nothing at all.<br>
Le mandé lo que me pidió con la explicación de cómo usarlo que ya tenía escrita y, como había percibido en sus palabras la sensación de que estaba poniéndome en el lugar de alguien que tomó de rehén esa información, le recordé que ya me la había pedido y que yo se la había mandado (después me fijé bien y fue en 2014, desde ese entonces tienen la lista de destinatarios). No le di la contraseña porque no me la pidió y porque no encontré forma de dársela sin que sonara a renuncia total. (Y no sé por qué quería evitar esa *renuncia total*).<br>
Esto derrumbó casi por completo la fantasía que me había construido con bastante voluntad y poco sustento de que cuando volvieran a atender al público me podían ofrecer esa tarea, que es la que realicé por varios años, antes de renunciar, en ¡2002! La verdad, sería una cagada volver a ese lugar, más cagada atender al público, más en ese barrio cada vez más lumpenizado, especialmente interactuar con alguna gente, pero no tengo otra cosa, ni puedo imaginar otra cosa, y menos a esta edad y con esta experiencia y este cuerpo.<br>
El único contacto con la realidad sobre el cual se sostenía esa idea es que cuando el octogenario que atendía al público tuvo un ACV, hace unos años, me ofrecieron el trabajo. Ahí dije que no entre otras cosas porque pretendía dar por cumplido ese ciclo, y también porque frecuentaba el lugar el heredero de mi viejo, que me ocultó durante años la existencia de un testamento en favor suyo y desmedro mío, y no tenía ganas de cruzármelo. Todo, o casi todo, sigue vigente, pero ahora medio que necesitaría tener ingresos. <br>
Días después, en alguna intersección del desvelo con el insomnio, recordé que tenían un Facebook y me puse a mirarlo. Pronto di con el posteo donde anunciaban que habían vuelto a atender al público. Así, lo que yo pensaba que iba a suceder en marzo ya estaba ocurriendo. Y sin que me tuvieran en cuenta. Antes de poder procesar esa novedad y el duelo que implicaba, seguí scrolleando, y no mucho más tarde encontré un posteo donde informaban del fallecimiento del señor que atendía al público. Era muy mayor, tenía problemas de salud varios, pero me descolocó la noticia. No sé si su muerte o que nadie me avisara. Eso o mi desconexión de la realidad, que estuvo a punto de hacerme mandar un mail con copia a alguien que estaba muerto. Por suerte, no sucedió…<br>
No fue la mejor situación compartir el laburo diario cinco o seis años con él, pero al menos decía valorar mi trabajo. Algo que casi nadie hizo ahí.<br>
Me quedó dando demasiadas vueltas en la cabeza todo este asunto, más aún por no poder hablarlo con nadie, porque hace literalmente cinco días que no le dirijo ni una palabra a nadie (y que nadie me la dirige). Bueno, más que por eso, porque aun si alguien me dirigiera la palabra sería un plomazo ponerme a hablar de esto. Así, en un momento me acordé del domingo a la noche en que fui subrepticiamente a ese lugar, sabiendo que no había nadie, a tratar de usar el escáner, y de la sensación extraña que me invadió al volver a entrar al edificio y ser la única persona allí. También me acordé de que había escrito algo sobre eso en este blog, y me puse a buscarlo. Cuando lo encontré y lo leí, tuve que releerlo en voz alta.<br>
Escribir aquel post fue una forma de tratar de despedirme de cosas que ya estaban muertas. Releerlo también: en este caso, de los restos del vínculo con la persona a la cual quería mandarle aquella foto escaneada. Y toda esta parrafada seguramente va en el mismo camino de las despedidas. Veo situaciones, personas y relaciones muertas sin que yo me hubiera enterado, y pienso en que puede aplicarse a mi vida, a mi cuerpo, a mi libido, cosas que están muertas sin que haya habido una comunicación oficial.<br>
Unos meses más tarde, llega –finalmente llega– a una de mis cuentas alternativas, a la que dejé en el listado que les di, el primer mail de los que antes mandaba yo. Llega sin avisar del cambio de la dirección desde la cual se lo envía, que es parecida, pero si mirás bien no es la misma (y hasta podés flashear suplantación de identidad). Llega con un error de tipeo en el nombre del disertante de la conferencia que anuncian. Eso conmigo a cargo no habría pasado, pero no creo que a nadie le importe.<br>
La duda de siempre reaparece: ¿cuánta gente se da cuenta de un error de tipeo? ¿Vale la pena pagar para minimizar –pero nunca reducir a cero– la chance de que suceda? Igual, no es cuestión de plata. Es la decisión de suprimirme paso a paso de ese lugar, por supuesto sin avisar, y por algún motivo que desconozco, el cual no es que hago mal las cosas. Pero es claro que decidieron sacarme del medio, que en alguna reunión se mencionó mi nombre y lo que yo hacía, y alguien dijo “no llamemos más a …”. Y otro u otros estuvieron de acuerdo.<br>
El mundo sigue andando avisó Gardel, y en general presumo que funciona mejor sin mí, que esa es la razón por la cual todos (unos poquísimos todos) me van dejando fuera del mínimo espacio de sus vidas donde me permitieron asomar. Pero a veces funciona peor sin mí, y no importa. No le importa a nadie. Pasa de largo, y ni un resto queda de mí, de lo que hice y/o de lo que podría hacer.<br>
Me quedo juntando los pedazos para organizar un nuevo duelo, a la espera del definitivo, que es el que harán otros por mí. Bueno, tal vez no, tal vez me muera y simplemente se desvanezcan los restos de energía que me constituyen, como se desvanecieron los que dejé en algunos lugares. Se desvanezca lo único que los mantiene con algo de carga, que es mi memoria. Y listo, chau.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-49825994559025976242023-11-02T12:12:00.000-07:002023-11-02T12:12:00.155-07:00Tenés actitudes raras
Ya en mis teenage years tenía un asuntito con mi nombre del documento. Y entonces buscaba otros que me representaran mejor, o, al menos, que no me generaran el malestar de aquel. Así, cuando llamaba a la radio que solía escuchar, usaba un nombre alternativo, el nombre y el barrio del actual alimentador de perros del Indio Solari. <br>
Pasó el tiempo, los del programa de la madrugada dejaron esa radio, se mudaron, como copropietarios, a la otra punta del cono urbano, y una tarde, girando el dial, los encontré entre el ruido que los veinticinco kilómetros de distancia le agregaban a la señal de una FM de baja potencia. Llamé por teléfono, charlamos un toque, y me invitaron a que fuera. <br>
Tuve que superar los ataques de pánico que tenía por ese tiempo para poder ir, tuve que superar el ataque de histeria de mi madre diciendo (gritando) “¿¡a dónde vas, pero a dónde vas!?” esa tarde del 8 de agosto de hace muchos años cuando vio que iba a salir. Después empecé a comprar discos para tener una excusa que me permitiera seguir yendo, porque, claramente, mis palabras no tenían mucho para decir; y para fin de año me ofrecieron operar durante el verano. (Claramente, no tenía el don para ese trabajo. Claramente, no lo tuve para ninguno). <br>
En un momento, los dueños del lugar donde funcionaba la radio se hincharon las pelotas de la gente que entraba y salía, que incluía a locos del Borda, y pidieron/exigieron que cada día se dejara en la entrada una lista que valiera como autorización, con nombre y número de documento de la gente que iba a ir. La socia gerente estaba haciendo la lista para el día siguiente en el otro escritorio y me preguntó mis datos oficiales. De algún modo, verbalmente o con un gesto, le hice saber que le iba a alcanzar la billetera, que contenía el documento, por el aire para no levantarme de dónde estaba. No manifestó objeción. La atajó, tomó los datos, no recuerdo si me la devolvió de igual modo o no, y todo estuvo bien. Al menos, eso creí. <br>
Como yo siempre repito lo que funcionó una vez, la siguiente tarde en que se presentó esa situación burocrática, nuevamente le alcancé la billetera por vía aérea, pero esta vez no estuvo todo bien. Estuvo todo mal. Y me lo hicieron notar acerbamente. La reprimenda incluyó la frase “tenés actitudes raras”. <br>
La que se bañaba en colonia cuando iba a comprar sustancias (a lo de Herny de Plaza Irlanda) para que los pasajeros que compartieran con ella el viaje en el 44 o en el ramal Suárez no olieran nada raro, la que sacaba papeles del corpiño como Krusty payasos del auto, la naturista que hablaba del hombre nuevo, o como mierda se llamara, y que nunca dejó de ser rehén de Philip Morris, me dijo que yo tenía actitudes raras. Los que habían agujereado con un taladro la mínima pared que quedaba entre la puerta y la pared perpendicular a aquella para poder ver quién venía me decían que yo tenía actitudes raras, los que andaban todo el día con un frasquito de colirio a mano me decían que yo tenía actitudes raras. La socia del que tenía los brazos cortados y/o pinchados me decía que yo tenía actitudes raras. Los que no me dijeron una palabra, de aliento, crítica o lo que fuera, el primer día que operé me dijeron que yo tenía actitudes raras. <br>
Capaz que no fue la mejor forma de alcanzarle la billetera, capaz que mi lectura de la situación no fue la correcta, capaz que el límite variable de la informalidad laboral lo ponían ellos y no importaba mi lectura de la situación, sino lo que ellos decidían según su humor, capaz que cambiarme el nombre era una gilada incomprensible, capaz que… no sé. Pero, como sea, pasá un segundo frente al espejo antes de hablar así de las actitudes de los demás. <br>
En la primera semana del año nuevo, los dueños del lugar revocaron el comodato que habilitaba el funcionamiento de la radio, y esta quedó fuera del aire un par de meses, hasta que se encontró un nuevo lugar, se instalaron los equipos, etc. Lo único que me dijeron fue “cuando te necesitemos, te llamamos”. Lógicamente, nunca me necesitaron. Alguna vez fui a preguntar qué onda al nuevo lugar, y el empleado de ellos, el forro de Cali Spinaci, me dijo “esto no es un club, no te podés quedar acá”.<br>
Si algún día hago el test para saber si soy autista (?), cuando el psiquiatra me pregunte qué me lleva a pensar que puedo serlo, entre las cosas que voy a referir, seguro estará aquella frase de Karín.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-61273790826545997622023-11-02T12:00:00.001-07:002023-11-02T12:00:00.141-07:00Una banda que se llameK1ll Kl4us K1ll B1llOlga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-57100931295712272852023-11-02T11:59:00.004-07:002023-11-24T16:39:37.657-08:00 La noche que mataron a Rabin
Ese sábado a la noche el espejo me devolvió una imagen atractiva y, sin saber qué otra cosa hacer –y sin tener la posibilidad de imaginarla–, me puse mi remera favorita y salí a caminar. Como a las cuarenta cuadras le pregunté a alguien si Canning estaba “para allá”, aunque ya sabía la respuesta. Sólo para hablar con alguien y porque el camino se hacía largo como el silencio.<br>
Al fin llegó el momento en que la distancia o la invisibilidad ante los ojos ajenos me llevaron a pegar la vuelta. En una esquina del regreso pasé junto a un kiosco de diarios donde la sexta anunciaba el asesinato de Rabin y pensé que se iba a pudrir todo muy mal, que la represalia incluiría matar a Arafat. Con la imagen seguramente derretida por los kilómetros llegué a casa y prendí la tele. Ahí supe quién había sido, y ya sabemos: si los magnicidios los cometen los de esa tribu, no hay bombas ni invasiones ni niños muertos. Y a Abu Ammar lo mataron igual, años después, envenenado.<br>
Agregué a mi memoria de datos al pedo el nombre de Yigal Amir y desvié la noche del sábado lejos de la respuesta del mundo exterior. Aunque a veces, desde otro siglo, viene el recuerdo de lo insignificante que fue la mejor versión de mí. Unas pocas veces tuvo la ocasión de repetirse, pero esta tuvo rasgos fundacionales. Y, como las otras, nadie lo supo. Salvo yo.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-31699895204413080942023-03-19T05:42:00.002-07:002023-03-19T05:42:12.313-07:00Último decilLa Ofelia con cintura lanza su campaña para vivir del erario con un video grabado en el patio del colegio. Durante ocho años fue el lugar donde se manifestaba o se construía lo que iba a venir después, donde tal vez se mostraba lo que venía de antes: clase de educación física y a la hora de armar equipos siempre me elegían al final.<br>
Ocho años siendo parte del último decil, y sólo porque cultivaban un simulacro de la integración y había que elegir a todos, incluso a quienes no les pasaban la pelota, a quienes no sabíamos qué hacer cuando nos pasaban la pelota.<br>
Ocho años tuve para ver, antes de que ese lugar ejecutara su sino expulsor, cómo venía la mano; muchos más –¡décadas!– tardé en poder explicármelo, y necesité de la piba de uñas esculpidas, y de la locación que eligió, para tener presente, de un modo que me lo grabe a fuego en la memoria, que nadie elige al último decil si no está obligado.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-32797178572304134372023-03-19T05:41:00.004-07:002023-12-10T14:24:03.612-08:00El 126 y el metrobús Desde hace unos años, el gobierno porteño avanza con su plan de peatonalizar calles. Con diversos justificativos –proteger el “casco histórico”, ordenar el tránsito, brindar seguridad– restringieron la circulación en San Telmo, el Microcentro –convertido ahora en un páramo y en un dormidero y meadero de homeless–, Once, Corrientes, Honorio Pueyrredón, etc.<br>
Cualquier intento de explicación quedó obsoleto cuando primero el tiempo y, luego, el propio gobierno revelaron que la movida forma parte del plan “ciudades de 15 minutos” que incluye la Agenda 2030.<br>
Lo más ¿curioso?, ¿absurdo?, ¿cínico? es que afirman fomentar el uso del transporte público –es decir, una forma de dependencia– porque es más eficiente, menos contaminante, bla bla bla, pero al quitar las líneas de colectivos de San Telmo al sur de avenida San Juan para hacerlas ir por el metrobús 9 de Julio lograron exactamente lo contrario de lo que pregonan. La zona quedó sin transporte público, con el consiguiente perjuicio para pequeños negocios, para la seguridad y para la comodidad, ya que tomar el colectivo ahora requiere caminar, por un barrio poco amigable, hasta la parada… cuando hay una parada: porque entre parada y parada puede haber 800 metros de distancia en los cuales no podés subirte a un bondi (de B. de Irigoyen y Garay a la primera parada del metrobús 9 de Julio, pasando Carlos Calvo).<br>
No conforme con eso, el GCBA últimamente avanzó en su plan y quitó los colectivos de San Telmo al norte de San Juan, haciéndolos ir por el metrobús del Bajo o por el de 9 de Julio. El resultado es aún peor que antes. La incomunicación se multiplicó y hay un rectángulo de diez cuadras por ocho, de Belgrano a Garay y de Paseo Colón a 9 de Julio, donde no pasan colectivos en su interior, salvo en Independencia. Y los que pasan por los metrobuses paran cada cuatro o cinco cuadras.<br>
La desolación del barrio también se multiplica, y parece una ciudad fantasma en las horas en que no hay actividad de oficinas. Pero lo más ridículo es la decisión de hacer ir al 126 por 9 de Julio, en vez de continuar su recorrido por San Juan hasta el Bajo. La caradurez que manejan los funcionarios de Larreta es enojosa, empezando por la conchuda ministra de transporte López Menéndez, que llama “experiencia de usuario” a tomar un colectivo, y afirma que estos cambios mejoran tal experiencia, cuando, en realidad, decidieron mandar una línea de colectivo por un metrobús al que los piqueteros cortan día por medio, o casi.<br>
Todo <i>parece ser</i> parte de una idea orientada a que sólo los jóvenes y sanos puedan desplazarse, en bicicleta, en monopatín eléctrico o caminando. Jóvenes, sanos y con tiempo para caminar las diez cuadras que hay ahora entre la última parada del 126 y Paseo Colón. Y con ganas de mojarse si llueve o de cagarse de calor si hace treinta y cuatro grados.<br>
¿Los ancianos? Larreta ya los quiso encerrar más draconianamente que al resto de la población durante la cuarentena, así que no hay sorpresa. ¿Gente apurada, embarazada, etc.? ¡Que se joda! Que no salgan de sus 15 minutos. ¿Usás silla de ruedas? Somos inclusivos y obligamos a las empresas de colectivos a tener vehículos que te permitan viajar. ¿Que ahora el bondi te deja a ocho cuadras y tenés que empujar la silla esa distancia? Cri cri…<br>
Otra afirmación tan falsa como irritante es la que sostiene que la peatonalización de Once <a href=" https://buenosaires.gob.ar/espaciopublicoehigieneurbana/paisaje-urbano-y-disfrute/areas-peatonales/once ">“transformó el barrio en un lugar más disfrutable, ordenado y seguro para los vecinos”</a>. Hay que ser muy hijo de puta para decir eso cuando el barrio es un desmadre de manteros, vendedores de comida de dudosa procedencia y condición, camiones que cortan la calle para comprarles a los cartoneros, y, del lado no peatonal, al oeste de Pueyrredón, un shopping de falopa, un dormidero de homeless, un lugar donde las veredas son el sofá de los fisuras…<br>
¿De verdad nadie se da cuenta de que no es cierto lo que dicen? ¿Nadie pasa por Once? ¿A nadie le hace ruido que hablan de alentar el uso del transporte público mientras, en realidad, lo alejan de los pasajeros, haciéndolo circular cada vez más por avenidas y cada vez menos por calles, y poniendo las paradas cada vez a mayor distancia entre ellos? ¿Tan lejos quedó el tiempo en que los periodistas viajaban en colectivo que no pueden preguntar por eso? ¿O tan ensobrados están?<br>
Todo lo que dicen es una mentira, pero ellos lo declaran como cierto en su Libro de la Verdad y prosiguen con su plan contra evidencia y contra toda protesta. Así, autocelebran la reciente peatonalización de Honorio Pueyrredón, que colapsa aún más el tránsito por Hidalgo y Acoyte, y ahora van por Castro, arruinando una calle tranquila para llenarla de cervecerías.<br>
Son todo lo que está mal, y un mal desbordante de soberbia. Pero “enfrente están los orcos”, “andá a vivir a provincia si no te gusta” y demás argumentos razonables (?) anulan cualquier posibilidad de crítica. Sus defensores son idiotas y creídos que no pueden salir de la chicana que implica la comparación gastada de Buenos Aires con el cliché de La Matanza sin ver que están hablando de la pequeña parte de la ciudad donde se mueven en las horas en las que se mueven. Así, se lubrican con los cantos de sirena que incluyen la palabra “obras” sin poder pensar si esas obras sirven para algo que no sea engrosar las cuentas del keynesianismo larretiano, la autoestima de la conchuda ManLop o la bondad cristiana de Migliore, la amiga de Grabois.<br>
Y del otro lado, del lado de la oposición, todo está atravesado por los aburridos tópicos de “la grieta”, el partido judicial, los medios hegemónicos, más las rebeldes ideas de Ofelia F. y la fantasía de que Aníbal Ibarra vuelva a ser candidato.<br>
Mientras, la parcela más pequeña de nuestra cotidianeidad sigue invadida por murgas subsidiadas cada domingo a la tarde, por las ferias conurbanas en que se convierten los parques de la ciudad, por la desbordante basura que hay que esquivar en las calles –a la par de los innumerables ¿ex? seres humanos desparramados en las veredas–, por todo lo que hay que caminar de más para tomar un colectivo, por todas las decisiones de un gobierno (el porteño) que gobierna para quienes no lo votan.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-90898134194472573912023-03-19T05:36:00.006-07:002023-12-10T14:23:04.544-08:00No es la religión, estúpidos<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzqlcCKpgmxiHRgJoQc42EIvpoFcKQoRnT_8frAJ1bOCKDgsgwOlQlu1czndrwm-subRiF9wW0ph8SNhL7kN4IVUtqkM87nyX83hclBG59qvKCl5cU_jY5y-nGSw6ZNJHM6dPUBbSUS--hdgtRK_FNW97d4PVNhWA834-dxWTjR6fQqczlvpVTmTyl/s2466/larreta-massa.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" width="320" data-original-height="620" data-original-width="2466" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzqlcCKpgmxiHRgJoQc42EIvpoFcKQoRnT_8frAJ1bOCKDgsgwOlQlu1czndrwm-subRiF9wW0ph8SNhL7kN4IVUtqkM87nyX83hclBG59qvKCl5cU_jY5y-nGSw6ZNJHM6dPUBbSUS--hdgtRK_FNW97d4PVNhWA834-dxWTjR6fQqczlvpVTmTyl/s320/larreta-massa.jpg"/></a></div>
Si vas a rezar a un lugar sagrado de una religión que no es la tuya y no vas a otro lugar sagrado, de otra religión, que está justo enfrente, lo tuyo no es un gesto de integración religiosa: es rendirles pleitesía a tus empleadores de forma pública. Es rebanarse la pija como Nacho Goano, es ir a votar con la remera que usó Michelle Bolsonaro, es tuitear “Am Israhell jai”, como varios que no pertenecen al país ni a la religión, pero que quieren/necesitan/¿están obligados? a…<br>
El post empezaba así y agregaba una observación similar sobre todos las personas públicas que suelen decir o tuitear “shaná tová” y cosas similares, sin decir nunca “eid mubarak” o “ramadán karim”. Pero no lograba avanzar, hasta que hace un par de meses el ex concejal ucedeísta y actual panelista de tevé Carlos Maslatón propuso en Twitter “abrir el padrón del judaísmo internacional” con una “inscripción a simple voluntad aceptando las diferentes modalidades en las que se puede ser judío”. Su idea rechaza “cursos y compromisos de comportamiento. Una simple prueba de lealtad sionista basta”. <br>
Y ese sintagma (me) explicó, si no todo, casi todo. Lo único que no tengo claro es la contraprestación de esa lealtad…<br>
Por cierto, la deliberada y maliciosa identificación entre sionismo y judaísmo le fue señalada por varios <i>foristas</I>, quienes le hicieron notar, por ejemplo, que “hay mucho judío no sionista que no prestaría ese voto de lealtad”, a lo cual el ególatra del Kavanagh respondió: “Pues afuera, por eso adentro tantos cristianos y ateos que quieren ser judíos”. <br>
La búsqueda de esa suerte de coalición interreligiosa se yuxtapone con el intento de construcción de un enemigo común –a católicos, cristianos en general y judíos– que avanza sobre Europa sin integrarse a sus valores, y que los expone al terrorismo. Tal es la nueva apuesta de los think thanks sionistas, puro bullshit a medida de los seguidores de Vox (esos que antes del partido España-Marruecos tuiteaban “es mucho más que un partido”) o de los protestantes estadounidenses (brasileños, etc.). <br>
Bien clara queda la falsedad de cualquier premier israelí dice exclusivo a habitar ese lugar son ellos. Lo cual tiene como consecuencia al menos tres ataques de colonos a lugares religiosos cristianos en la que va del año (en la línea del ataque a la iglesia de la Anunciación en Nazaret en 2006, ciudad palestina que forma del territorio israelí desde la guerra del 48), además del pogromo de Huwara. <br>
Si yo viviese en Europa, seguramente despuntaría mi costado intolerante a la diversidad contra los árabes y/o los musulmanes, pero algo de otra índole se revela cuando todos los que la van de liberales republicanos, o conservadoras católicas, lectores de Houellebecq o reivindicadoras de Oriana Fallaci, se callan bien la boca ante el asesinato de un cristiano a manos de un israelí, o cuando estos profanan su cadáver o su tumba. No pueden chicanear con las frasecitas irónicas “una cultura diferente” o “la religión del amor”, y sólo se oye su silencio ante los ataques a iglesias y a fieles, escupidos y golpeados regularmente por fundamentalistas religiosos judíos o por las fuerzas de seguridad del Estado. <br>Ante tan grande hipocresía sólo cabe pedirles que dejen de escudarse en su presunto catolicismo o cristianismo y se admitan como los chupapijas desprepuciadas que son. Y recomendarles que se preparen, porque si alguno se sale de la línea y cuestiona algo de esto, será hostigado en público y en privado por sionistas militantes que hasta dos minutos antes lo trataban bien, como sucedió hace pocos días en Twitter. En cambio, los que no pueden ser tenidos por traidores, pues nunca les creyeron, simplemente serán considerados “nazis”. (Y otros, como Walas, recibirán llamados telefónicos donde amigablemente le sugerirán que cambie el nombre de su banda de rock).<br>Por último, y aunque no venga exactamente a cuento, porque merecería un post aparte, que no voy a escribir, quiero recordar que alguna vez me pregunté por la generación de <a href="https://nosoportoalagente.blogspot.com/2018/01/la-anestesia-es-total.html ">Ahed Tamimi</a>.<br>Bueno, esa generación está siendo diezmada por la operación “Rompiendo la Ola”, que, en línea con la frase de Rocío Marengo (“hay que matarlos de chiquitos o discriminarlos de grandes”), en el último año y pico asesinó a más dos centenares de personas en la Ribera Occidental, la mayoría de ellos adolescentes o veinteañeros, la gran mayoría sin sangre en las manos. Con la complicidad de la ANP mataron a Nabulsi, al gordo Wadi, a Azizi, a Mabrouka y a tantos otros que, en la escasísima medida de sus posibilidades, se paran de manos ante la ocupación porque lo único a lo que pueden aspirar es a ser el póster de un mártir en alguna pared de Nablus o de Yenín.
Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-39439985991293493022023-03-19T05:33:00.009-07:002023-03-19T05:33:56.716-07:00Analogía inflacionariaEsta historia la escuché o la leí alguna vez, pero no la encontré cuando, últimamente, la rastreé en la web para comprobar si mi recuerdo de ella era el correcto. Así que puede venir con algunas deformaciones, pero tengo certeza de que, en tal caso, son leves y no afectan lo esencial del asunto. I mean, cuando digo algo, y más por acá, es porque sé que no estoy mandando fruta.<br>
Estamos en 1984 o 1985, la segunda generación de bandas punks crece de abajo hacia arriba y casi no hay lugares donde tocar. Entonces, el espíritu inquieto de Patricia Nuro (aka Patricia de Cadáveres, aka Pat Combat Rocker, aka Patricia Pietrafesa) forma una cooperativa con otras bandas (Antihéroes, Todos Tus Muertos, Valió la Pena, Los Corrosivos, Sentimiento Incontrolable…) y tocan en lugares como la Sociedad Lituana de Villa Caraza, la Polonesa de Valentín Alsina o el salón Verdi de La Boca.<br>
En un momento empiezan a caer inspectores de Sadaic a los recitales para cobrar lo que hay que pagar por cada show. Y los músicos se niegan, “somos punks, somos independientes, somos autogestivos, no pagamos un carajo”.<br>
Hasta que el asunto se pone intenso y Patricia termina yendo a Sadaic. No sé si ella pide una entrevista con alguien de ahí, o qué, pero la cosa es que va y habla con un abogado del lugar, y en el medio del ida y vuelta de desacuerdos le pregunta: “Decime, ¿por qué tenemos que pagar?”. El tipo, medio hinchado las pelotas, le responde: “¿Ves todos estos libros que tengo acá atrás? –señalando la biblioteca del lugar–. Bueno, todos esos libros dicen que yo tengo razón y que ustedes tienen que pagar”.<br>
En ese momento o en otro, hubo un clic en la cabeza de Patricia y terminó asociándose a Sadaic.<br>
La historia encaja de algún modo en mi estructura de analogías con la justificación, llena de argumentos vencidos, que muchos pelotudos y otros tantos hijos de puta siguen tratando de hacer de la inflación, en vez de decir claramente que el Estado es el principal responsable y el principal beneficiado de los estrafalarios índice inflacionarios que tenemos desde hace quince años, que ya son una hiperinflación en cámara lenta.<br>
Pero hay una diferencia: los que toman estas medidas económicas y muchos de quienes las justifican no lo hacen con la inocencia de aquellos adolescentes que se formaban culturalmente a partir de retazos aleatorios de información. Lo hacen adrede, sabiendo causas y consecuencias de sus decisiones económicas. Así, hasta repiten la payasada modelo 1950 de mandar militantes con pechera a inspeccionar negocios; no se animan, en cambio, a repetir los niveles represivos de Perón cuando encarcelaba a los almaceneros y alentaba un pogromo contra los comerciantes españoles.<br>
Las almas de cántaro que honesta y estúpidamente creen que la fabricación de billetes no repercute en la inflación, o que se puede vivir en estado de déficit permanente, o que son la tercera posición, o que van a reformular el capitalismo, deberían mirar la biblioteca del señor de Sadaic, corporizada en los resultados económicos de los países vecinos y de otros países que redujeron inflaciones endémicas, a ver si la comparación de lo ocurrido en los últimos 35 o 40 años les permite comprender lo que no vivieron en carne propia (porque si lo vivieron son unos pelotudos seguramente irrecuperables).<br>
Los otros, los Chouza, los que en 2007 decían que “un poco de inflación no hace mal”, los que en la tele declaran que apuestan al peso, los que hablan de precios justos y aumentos injustificados y otras lacras similares se nos ríen en la cara. Son un cáncer, una mierda empobrecedora que nos subestima y nos caga la vida mientras viven de nosotros.<br>
Y, buenistas anuméricos, pelotudos irrecuperables o hijos de puta, me (nos) perjudican.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-53933909130866172052023-03-19T05:31:00.002-07:002023-03-19T05:31:21.819-07:00La poesía, un ámbito de inclusión La militante del Procreauto que lee el comentario que dejé en su blog (favorable, porque me gustaron algunos de sus poemas) y, antes o después de pasar por el mío –las estadísticas me dicen que pasó–, decide no publicarlo.<br>
La psicóloga y escritora que vive de ejercer su profesión y su oficio, y da talleres y clínicas, y publica libros, el 1 de mayo postea que trabajar le seca el alma. Me alegra no haberte secado el alma pagándote para hacer clínica con vos. Igual, mucho interés no demostraste, ni siquiera respondiste lo que te pregunté.<br>
La abogada y escritora premiada que decide no publicarme en su blog porque no uso mi nombre del documento. Como abogada, debería saber que eso se encuadra dentro del delito de discriminación (ley 23.592, art. 1°).<br>
La emprendedora que corta el diálogo con cuatro palabras solas (“un gusto conocerte, chau”) cuando, ante su insistencia, le ratifico que no le voy a pagar por más de las cinco devoluciones que ya le pagué. Pero que sigue llenándome de spam con avisos de sus talleres y actividades, a uno por semana.<br>
El croto que tiene la dirección de mail en su blog y no responde cuando le escribo diciéndole “Fulano me recomendó tu nombre para hacer clínica de obra”. Y recién contesta cuatro meses después, un mail dirigido a múltiples destinatarios avisando de su taller –pero no clínica–, en el cual practica la discriminación por edad y deja explícitamente afuera a los mayores de 35 años (pero ojo, es muy inclusivo y dice: “Nadie con ganas de hacer el taller puede quedar afuera por una cuestión de plata”. Por plata no, por edad sí).<br>
La que sigue a 1522 y es seguida por 1525, con la cual tenemos seguidores y seguidos en común, a la cual sigo desde hace tiempo, y que –lo descubro cuando miro su feed porque vi un anuncio de sus talleres y clínicas– no me sigue.<br>
La que sigue a 2225 y es seguida por 2232, con la cual… etcétera, a la que le dejo un comentario en un posteo, el cual likea. Pero no me sigue, ni antes ni después del like.<br>
La ignota que se gana un lugar en mi consideración a fuerza de publicar avisos en Facebook, y que, cuando quiero seguirla en Instagram, y le mando solicitud, porque lo tiene privado, me rechaza.<br>
La aún más ignota que se armó un Cafecito para que le paguen a la gorra a cambio de que ella lea, revise, etc., los textos que le manden, y que dos tuits más abajo de donde pone el aviso escribe que “hay que encontrar una forma de sacarle dinero a los onvres por estúpidos pero que no implique only fans o sacarse la ropa” y “Todos los que me parecen tarados son hombres”.<br>
Cada una de las forras –media docena– que me rechazaron la solicitud en IG.<br>
El escritor premiado y subsidiado, puto resentido del interior del interior, que se regodea en maltratar desde atrás de un teclado a quienes hacen talleres y clínicas con él, a los cuales les cobra más del doble de lo que, por ejemplo, cobra Litvinova, y, de paso, compara a los participantes con insectos u otros animales, o nuestros textos con listas de supermercado, con basura o con la nada misma; denigra lo que leemos, lo que escribimos y lo que decimos en el taller, nos enrostra que para darnos lugar dejó afuera a otros postulantes, y, como buen manipulador, termina victimizándose. (Ojalá el sida se encargue de vos).<br>
La entrevistada por un diario que se vanagloria de preguntarles a quienes quieren ingresar a sus talleres “qué lecturas tienen, qué compromiso y vinculación tienen con la literatura” porque “el requisito es que no sea sólo un hobby”.<br>
Los de la cuenta de IG que piden que les manden textos para publicar y, cuando les escribís para preguntar cómo es la mano, contestan copiando y pegando una respuesta preparada donde dicen que si no les gusta lo que les mandaste no te van a avisar, que sólo avisan si les gustó. Parece que es mucho laburo escribir una respuesta negativa para copiar y pegar, parece que si uno no está a la altura literaria de ellos no merece ni una palabra.<br>
Los de la editorial que pide que les manden textos para un fanzine, y cuando les escribís para preguntar qué onda, te responden, pero cuando les mandás el texto, ni un acuse de recibo.<br>
El de la editorial que hace una convocatoria y escribe en su Face que los que responden a su convocatoria están desesperados por publicar.<br>
Todxs lxs que militan el Estado presente, pero cobran en negro y no tributan ni un peso sobre lo que les pagamos.<br>
Todxs lxs que aumentan el costo de sus talleres y clínicas por encima del índice de la inflación del Indec (del gobierno que mayoritariamente votaron).Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-71558025581163453012023-03-01T13:04:00.001-08:002023-03-01T13:04:00.208-08:00elleivnim etselec
Qué irónico que salgas hablando en una charla Junior Ted de la comunicación y las palabras, que incluso digas “somos seres humanos, a veces nos equivocamos y no encontramos palabras…”, cuando fuiste vos (y/o tu madre) la que se cagó en las palabras que encontró la hermana de tu viejo para tratar de volver a verte luego del accidente donde él murió.<br>
En cambio, preferiste usar palabras técnicas en boca de abogados para que la intimidaran legalmente y, así, desistiera de su intención, aun cuando tuvo la delicadeza de esperar a que cumplieras 18. <br>
Ojalá alguna vez puedas descogerte la cabeza y ver la otra versión de la historia. Y, si no, serás una pobre mina viviendo en una Matrix, una enfermita con nula empatía, pero, hojaldre, seleccionada para una TedEd. <br>
<br>
(Después hay gente que dice que el SAP no existe…).Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-58762066455963551552023-03-01T13:00:00.001-08:002023-03-01T13:00:00.207-08:00El gato de la calle De las Artes
Ya es de noche y camino rumbo al parque Chacabuco, no sé si fui a correr, a caminar o a qué, no sé para qué. Mientras cruzo una de las callecitas de ese barrio que parten a las manzanas en tres, veo a un gato desde la esquina. Me acerco para maullarle, para ver cómo mueve las orejas buscando la fuente del sonido o para que me mire, no sé para qué, pero él se esconde bajo un auto. Cuando, pronto, desisto de mi intento y me estoy yendo, desandando el camino porque es una calle sin salida, una señora joven desde una terraza me interroga con tono hostil: ¿qué estoy haciendo?, ¿qué gato?, ¿para qué querés ver al gato? <br>
Trato de responder su metralla de preguntas inquisidoras, por no decir histéricas o paranoicas, y le digo instintivamente “para charlar” (sic) cuando lanza la última de ellas, antes de poder racionalizar lo que sucede y, sobre todo, lo que estoy diciendo. La situación me abruma emocionalmente, aparte de tornarse incómoda y tal vez peligrosa; pero, aunque eso no hubiera sido así, no me iba a poner explicarle que el gato era el único ser vivo con el que podría comunicarme esa noche, el único con el cual podría mirarme a los ojos. <br>
Quiero contarlo, profundizar en el hecho de que personas –civiles– me piden explicaciones por andar por la calle, y a la vez me hace mal tratar de recordar lo sucedido para referirlo con la precisión suficiente. Tanto que presumo que una forma de autoprotección borró detalles de mi memoria. Así que solo puedo decir que a vos, forra conchuda que vivís en De las Artes y la AU (mano derecha hacia el sur, la última casa antes del alambrado), te deseo que todos los miedos que mi presencia desató en tu cerebro de mierda se te hagan realidad. Y algunos más también.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-24137568340395185722023-03-01T12:58:00.001-08:002023-03-01T12:58:00.216-08:00Para editar un artículo de Wikipedia (lo cual no voy a hacer porque no quiero quedar a merced de “bibliotecarios” sesgados, soberbios e incoherentes)
Reuniones<br />
La banda se reunió cuatro veces: la primera, espontáneamente, en 1995, en un boliche no determinado al que habían concurrido como público (Pandolfo, Fernández, Varela, Ghazarossian, Colombo), y las otras tres con ensayos previos: en 2002, para el casamiento de Claudio Fernández (Pandolfo, Fernández, Varela, Ghazarossian, Colombo, Borrat); en 2011, en un show de Palo en Martínez (Pandolfo, Fernández, Varela, Ghazarossian, Gorostegui, invitados Gamexane y Alfonso Barbieri), y en 2021, en el homenaje póstumo a Palo en el CCK (Fernández, Varela, Ghazarossian, Gorostegui, Borrat, Colombo, Iskowitz, invitados Cardenal Domínguez, Flopa Lestani, Paula Maffía y Gabriel Ruiz Díaz).<br /><br />
Enlaces<br />
<a href="https://nosoportoalagente.blogspot.com/2008/06/letras-de-don-cornelio-y-la-zona.html">Letras de Don Cornelio y la Zona</a>Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-88456750844333289112023-03-01T12:56:00.008-08:002023-04-30T07:54:15.528-07:00Mentiras habituales de los sionistas<b>“La violencia comenzó cuando los países árabes atacaron Israel el día que
declaró la independencia”</b><br />
Las bandas armadas sionistas venían atacando con éxito a la población local
desde antes de esa fecha. Varias masacres y un constante hostigamiento con el
fin de despoblar ciudades, localidades y aldeas palestinas habían sucedido desde
1947, en especial en los distritos septentrionales de Safed y Haifa, ciudad que
había sido asignada al Estado judío por la partición inconsulta, y cuya
población era mayoritariamente palestina.<br />
Entre las decenas de ataques contra población civil realizados antes del 14 de
mayo por las fuerzas paramilitares que luego se convertirían en el ejército
israelí se cuenta incluso la masacre de Deir Yassin, la más conocida de las
matanzas de civiles cometidas por los colonizadores, que dejó un resultado de
más de 200 civiles palestinos asesinados.<br />
<br />
<b>“El pueblo palestino no existía antes de 1964, cuando se crea la OLP” </b><br />
Esta mentira suele venir acompañada por la afirmación de que Arafat era egipcio.
Defensores del país cuyos primeros ministros fueron todos extranjeros (salvo los
que eran/son hijos de extranjeros) se ponen en catadores de lugares de
nacimiento…<br />
Igual, acá el asunto es la afirmación falsa que niega la identidad nacional
palestina, olvidando –desapareciendo de la historia– a todos los líderes de las
revueltas contra la ocupación colonial inglesa, de los cuales el más renombrado
es Izzadin al Qassam, que pasó a la posteridad como epónimo del brazo armado de
Hamas, aunque el más importante seguramente fue Abu Kamal, muerto en combate a
fines de los años 30. Aparte de ellos, hubo decenas de líderes perseguidos por
los ingleses, y varios fueron ejecutados en la horca durante los años 30 y 40.
<br />
Por lo demás, desde 1911, es decir, desde el dominio otomano, existió un
periódico nacionalista llamado <i>Palestina</i>" (foto), que continuó
publicándose durante el mandato británico y durante la ocupación israelí. Su
último número se editó en 1967.
<br>
<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzjyIMcrUjMX__hLgPd_tUQlGkSyYasib5-Cf8v5KJHdjkJwUH1uLWlNkXE0LjjtdUYk0mNRDuAdEiIj-FEyx0n17By0vmxpX0SYWmFa9J8-gRW_O_HOUUyFQdzDwFDni3jXISs9AD3aSeWGBLoGPBa1Nxr_I-oZsK8Svw_ss55_6zPY3EVPeVFPQ-/s2048/pales.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" width="200" data-original-height="1152" data-original-width="2048" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzjyIMcrUjMX__hLgPd_tUQlGkSyYasib5-Cf8v5KJHdjkJwUH1uLWlNkXE0LjjtdUYk0mNRDuAdEiIj-FEyx0n17By0vmxpX0SYWmFa9J8-gRW_O_HOUUyFQdzDwFDni3jXISs9AD3aSeWGBLoGPBa1Nxr_I-oZsK8Svw_ss55_6zPY3EVPeVFPQ-/s200/pales.jpg"/></a></div>
<br>
<b>“No hay ocupación”</b> <div> Esta es una de las flamantes mentiras que los think tanks sionistas tratan de
diseminar junto con otras igual de delirantes: que los palestinos son los
ocupantes y que el Estado árabe resultado de la partición inconsulta es
Jordania. <br />
Abordar esto es más o menos como discutir con un terraplanista porque el
argumento más frecuente para justificarlo es que nunca existió una Palestina
independiente como para hablar de ocupación. Otros, más sofisticados, niegan la
ocupación porque la OLP se creó en 1964 y los territorios reclamados son los
conquistados en 1967. <br />
Primero hay que hacer notar que, si no hay “ocupación” ni tampoco igualdad de
derechos, y, en cambio, hay dos sistemas legales, los cuales se aplican según la
procedencia étnica, lo que hay es apartheid. Ténganlo en cuenta. <br />
La OLP en 1964 reclamaba el 100% de la Palestina histórica y consideraba
ocupación el sector asignado a Israel en la partición inconsulta, el territorio
ganado y anexado por Israel en la guerra del 48 y los territorios que en ese
momento controlaban Jordania y Egipto. Reclamar solo Gaza y la Ribera Occidental
(incluyendo Jerusalén Oriental) es reconocer la existencia de Israel. <br />
Y, en efecto, nunca existió un Estado palestino independiente. ¡Porque no lo
dejaron!, porque lo ocuparon antes de nacer. Por lo demás, los países no existen
hasta que existen: el mismo argumento podría haberlo usado un español en 1809:
“Nunca hubo un país llamado Argentina, ña ña ña”.
<br />Lo grave es que no solo la ministra de hasbara y sus minions políglotas
promueven esta idea, sino que funcionarios del gobierno de Biden (de Biden, no
de Trump),
<a href="https://twitter.com/PDeepdive/status/1620058613787271170">evitan usar la palabra ocupación</a>
para referirse a lo que hace Israel en la Ribera Occidental (incluyendo
Jerusalén Oriental). <br />
Sin embargo, no hay otra palabra que no sea <b>ocupación</b> para referirse a un
Estado que gana una guerra y que, sin anexar el territorio (lo cual implicaría
darles derechos de ciudadanos a sus habitantes), mantiene presencia militar en
él, siembra de checkpoints el lugar –a los cuales abre y cierra cuando quiere–,
establece y protege militarmente <i>no-go zones</i>, demuele casas cuando
quiere, detiene gente sin cargo y la mantiene encarceladas sine díe, reemplaza a
la población local estableciendo colonias habitadas por fundamentalistas
armados, entra a las ciudades y mata a quien quiere cuando quiere, usando, incluso, armas químicas, que terceriza el hostigamiento en los colonos o que, incluso, practica la desaparición de personas en el más fiel estilo Videla.
</div>Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-64228049606589049052022-04-29T05:41:00.001-07:002022-04-29T05:41:00.187-07:00El chatarrero chorro de Chiclana
Cuando uno va al depósito a vender cosas por peso, no sabe cuántos kilos de cartón, papel, plomo, etc., lleva. Incluso si pudiera acceder a la balanza de una farmacia, tampoco tendría una certeza inamovible. Alguna vez descubrí que la balanza de la farmacia más cercana a mi casa decía que yo pesaba trescientos gramos más que lo que decía la de la farmacia que está más lejos. Tratando de desempatar, conocí la farmacia que está a diez cuadras, cuya respuesta nunca coincidió con ninguna de las dos anteriores.<br>
Como sea, uno presume que las balanzas de los depósitos están tocadas en contra de los intereses del vendedor, y que, si así no fuera, te dibujan el número con un movimiento rápido de la pesa más chica. Esto último no sucede con las electrónicas, pero, de todos modos, no se puede descartar que algún toque tengan. Incomprobable, pero probable. Lo que sí es seguro es que siempre redondean en contra a la hora de pagarte.<br>
Sin embargo, hay una situación donde sí se puede saber el peso que uno llevó. Cuando vende monedas de curso legal. Con la paciencia gastada por que en cada vez más lugares me rechazaban las monedas de veinticinco y cincuenta centavos cuando quería pagar con ellas, de que casi en ningún lugar me las aceptaran, y habiendo escuchado que se podían vender como metal, me puse en la búsqueda de un lugar donde las compraran. Pero no encontré. Ni en el lugar donde suelo vender papeles viejos, en el cual pregunté, ni en otros, donde covid y vergüenza mediantes, no pregunté, pero miré el cartel con los precios en la vereda.<br>
Finalmente, di con uno en el que pregunté, me dijeron que sí, que compraban las que no se pegan al imán (es decir, toda la línea vieja de monedas, salvo las más modernas de cinco y diez centavos, reconocibles, a falta de imán, por tener el canto liso) y que pagaban seiscientos pesos el kilo. Entonces me puse a ordenarlas para saber cuántos pesos iba a vender. Como soy bastante idiota, omití sacar la cuenta de cuánto peso iba a vender. Así, llevé todas las monedas, en vez de llevar dos kilos justos.<br>
El tipo de la chatarrera interrumpió su aburrimiento, me atendió en la misma vereda, entró al lugar con la bolsa, la apoyó en la balanza, la abrió y miró su contenido. Le dije que había pasado el imán una por una, pero él necesitó ir a buscar su imán y pasarlo someramente por la superficie. Luego hizo el malabarismo de las pesas, nunca me dijo qué indicaba la balanza, y cuando metió la mano en el bolsillo se le escapó un “no me alcanza”. Escucharlo me hizo decirle “tengo cambio”. Pero él ya había tomado la decisión de pagarme sólo dos kilos, porque me respondió “¿tenés ochocientos?”.<br>
Me volví a casa con la duda, que era casi una certeza de que me había cagado. Más bien, la duda era en cuánto me había cagado. Googleé el peso de las monedas, lo multipliqué por las respectivas cantidades que había llevado, y eran dos kilos y cuarto. Me estafó 150 mangos, más del diez por ciento de lo que me pagó. Ojalá los tenga que gastar en la farmacia este hijo de puta estafador de pobres.
Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-34166174483840358772022-04-29T05:40:00.003-07:002022-06-12T09:49:08.355-07:00La gramática del GPS
Un sábado al mediodía camino por Córdoba, cerca de 9 de Julio, entre homeless y cartoneros que pasan con sus carros y sus pequeñas hijas mendicantes. De pronto escucho una voz española y sintetizada que dice: “Dentro de quinientos metros, gire a la izquierda hacia Talcahuano”.<br>
Me llaman la atención en simultáneo la temeridad con que el sesentón de anteojos lleva el teléfono en la mano y la distancia que anuncia el sistema. No es mi zona, pero puedo enumerar rápidamente las calles que faltan para Talcahuano, y son cuatro. “Será que esas cuatro cuadras son quinientos metros”, pienso, y me queda la duda sobre si no sería más práctico que dé la info en cuadras, o en cuadras y en metros, porque nadie va contando los metros cuando camina por la calle. (Esas cuatro cuadras son 508 metros, me lo dice Wikimapia mientras escribo esto).<br>
Caminamos más o menos a la misma velocidad y la repetición del mensaje, actualizando los metros, lleva mi atención a la frase, que registro textual. Y entonces lo que pasa a destacarse en mi cabeza es la preposición elegida por las personas que programaron el sistema. No doblás <i>hacia</i> Talcahuano. Doblás <i>por</i> Talcahuano. O doblás <i>en</i> Talcahuano hacia la izquierda, hacia el obelisco, hacia Tribunales, hacia el sur…<br>
Repaso la frase y comienza a rechinar la locución elegida para iniciarla: “Dentro de”. Me fijo en el DPD, y sólo admite su uso en oraciones temporales (como “Dentro de diez minutos estoy allí”), pero no en oraciones espaciales. La forma correcta tiene también la ventaja de ser más breve: “En quinientos metros, gire a la izquierda…”.<br>
No mucho más que eso, grandes tecnologías que fallan en la forma de comunicar su información. Lo cual, como vivimos en un contexto de cada vez mayor deterioro cultural, no implica un gran problema porque “nos entendemos igual”.
Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-14597204997673625192022-04-29T05:37:00.001-07:002022-04-29T05:37:00.197-07:00Más mails sin respuesta
Breve consulta de –ocasional– ex paciente<br><br>
Hola. Mi nombre es Olga y una vez me atendiste en la guardia del Alvear. <br>
Yo había ido porque llevaba muchos días sin poder descansar, con el sueño interrumpido por factores externos (vecinos que discuten a los gritos a tres metros de mi cabeza, sus niños llorando, etc.) antes de que se consumase el descanso, y sin poder reconectarlo hasta la noche siguiente, cuando el ciclo volvía a repetirse.<br>
De la charla que tuvimos me quedó una frase que no sé si fue tal. Yo dije que mi descanso se concreta en la parte final del sueño, en la última hora digamos; que no se va acumulando paulatinamente, como la batería de un aparato electrónico –o como algunas personas–, que si cargaron (durmieron) un 70% pueden funcionar un rato.
Entonces, mi memoria grabó un gesto tuyo que interpreté como que yo estaba diciendo algo conocido, al menos no algo descolgado o insignificante. <br>
En ese momento, por la propia dinámica de la situación o por algún motivo que no recuerdo, no atiné a desviar aunque fuera brevemente la conversación por ese lado y preguntar algo al respecto. <br>
Pasaron los años, pasaron los médicos, y cada vez que menciono esa característica de mi descanso, nadie pone esa cara, nadie parece encontrar algo relevante en ese dato. Y siempre recuerdo aquella tarde y me digo “¿por qué no le pregunté?”. <br>
El otro día, ordenando, encontré el papelito que me diste esa tarde, señalando una crisis de angustia y la palabra “urgente” para presentarlo cuando volviera a ese lugar y me dieran un poco de pelota. <br>
En ese papelito figura tu nombre, el cual, lógicamente, no recordaba. A partir de eso pude googlear y llegar a esta dirección de email para hacer esa pregunta, con nueve años de demora: ¿Hay algo significativo en esa forma de que el descanso se realice? ¿Les pasa a algunos, les pasa a todos o simplemente flasheé cualquiera en mi decodificación de gestos faciales y palabras interrumpidas? <br>
Con las disculpas por el atrevimiento y la extemporaneidad, te mando un saludo…
Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-24946551540239238212022-04-29T05:36:00.001-07:002022-04-29T05:36:00.191-07:00Videleando
Qué despreciable la gente que tiene dificultades para explicitar una falta de reciprocidad en la comunicación y las soluciona bloqueando, silenciando, desapareciendo. No tengo por qué estar al tanto de tus códigos personales, grupales, de clase, tácitos, incluso de experiencia de vida: hay un código de comunicación común, la palabra, y vos lo evadís, y te refugiás en tu entorno, que te hace la segunda ridiculizando a la persona silenciada y justificando su silenciamiento.<br>
En este caso, la gordintensa politizada que encontró en algunos circuitos de las redes sociales un espacio para su exhibicionismo (y no hablo de lo corporal) se queja allí de un tipo con el cual laburó diez años porque hace dos empezó a “tantearla por mensajes”. “Incomodísimo porque cuando no hay algo explícito, cortar los pelos es difícil. Pero fui dejando de contestarle al punto de ni clavarle el visto, borraba sin leer. Y seguía escribiendo. Yo, sin contestar. Me mandó sms! 0 answer”. Al final, se anticipa a la pregunta más probable y se exculpa diciendo: “¿Y por qué no le dije que no me escribiera más? Porque me parecía innecesario al dejar de contestarle”.<br>
Ese procedimiento manipulador de responsabilizar al otro, que quiere comunicarse, porque no hace lo que vos querés –interrumpir la comunicación– es especialmente miserable ya que pretende que lleguemos al lugar que te interesa sin que te tomes ni un puto trabajo, aparte de jugar con el tiempo y la expectativa de la otra persona. ¿Cuándo tiene que darse cuenta de que no le vas a contestar más? ¿A la primera ausencia de respuesta? ¿A la segunda? ¿La tercera ya sería medio lenteja?<br>
En realidad, no importa. Porque ustedes prefieren disfrutar el poder de robar tiempo haciéndole esperar al otro algo que ya decidieron que no va a suceder, o el de ocupar un lugar en la configuración mental de otra persona, y, sobre todo, el de continuar ocupándolo como consecuencia de esa indefinición.<br>
Lo más gracioso en este caso es que en las respuestas a diversas seguidoras nuestra no-amiga revela que sabe la edad, el estado civil y dónde vive el señor. Y cuando alguien se refiere al estado civil de ella, separada en pandemia, según dijo, la silenciadora solo le dice “dm”.<br>
La cantidad de gente que le responde, justificándola, me hace pensar en el tristemente enorme número de soretes que harían lo mismo. Los que tienen problemas de sociabilidad son ellos, pero, como los ladrones que gritan “¡se fue por allá!”, quieren hacer creer que es la otra persona quien tiene esos problemas, y entonces necesitan exponerla. Así las forras (y algún forro que NSLVAC) le comentan cosas como “No entiende porque no quiere entender”, “Se hace el boludo y cree que insistiendo va a lograr algo”, “Es un alto loquito”, “Psycopath alert” (y ella responde “YES”), “Un poco obsesionado el señor, no? Es casado?”, “Psicópata! Le dejé de dar bola y se me apareció con un ramo de 25 rosas rojas de tallo largo! Entendés que salimos 1 sola vez y ni sexo tuvimos!!!!”, “Eso te pasa x besha! (ojota que es vecino tuio) Avisame que le acomodo el comedor. Cualquier cosita, a tu servicio”, “Es un viejo cara de esmegma. No le des bola y si no mando a mis amigos de La Matanza”, “No entiendo qué puede estar pasándole por la cabeza para que te siga mandando mensajes” (y ella responde “es lo mismo que me pregunto”).<br>
El que quiere mandarle a sus amigos matanceros se destaca especial y tenebrosamente porque días después se conoció la noticia de que justo en ese distrito cuatro tipos mataron a otro como consecuencia de que la ex pareja de la víctima les había dicho a sus compañeros de trabajo –a la postre, los asesinos– que el hombre este la hostigaba (googlear Miguel Emilio Michelle).<br>
Y, por supuesto, sobresale el hit, que podría ilustrarse con el meme del hombre araña: “No registran al otro básicamente, es peligroso”. Los que desaparecen a una persona de su vida sin dirigirle ni una palabra dicen que el otro es el que no registra. Okey.<br>
Este intercambio, además, muestra la matriz profunda de su pensamiento: “Decile si vale la pena, a veces el silencio genera obsesión porque el otro se hace una historia, vaya a saber cuál”, y ella responde “es que si me interesara, todavía”.<br>
Si alguien no les “interesa” se sienten habilitados para proceder como replicantes de Videla y tirarlo al río del silencio eterno. Hasta que se ahogue y no los moleste más. Es gente que necesita vivir en un mundo donde sólo les dirija la palabra quienes ellos quieren para decirles lo que ellos quieren escuchar, un mundo donde no existan las disonancias ni las disidencias ni las asimetrías ni las faltas de reciprocidad: todo encaja mágica y perfectamente. Lo que no, recibirá un rayo pulverizador.<br>
Más corta: si no le interesás, sos un psicópata peligroso obsesivo no sé qué, que no merece ni una palabra. Si le interesás, en cambio, vas a terminar garchándote a la gordi.<br>
También es cierto que hay diversos tipos de relaciones que terminan de esta manera, no siempre se trata de alguien a quien se le quedó tildada una imagen ocasional, y la consiguiente combinación neuroquímica que esta le produjo, y cree que puede reproducirla años más tarde. Las relativas cercanías donde me sucedieron cosas así a veces me llevan a preguntarme si tan un monstruo soy, si tan todo eso soy, psicópata que no registra y no sé qué más, si tanto se nota lo que soy y lo que no soy, si doy miedo, si al principio lo disimulo bien y después ya no puedo sostenerlo.<br>
Entonces, hay que recordarse todo el tiempo lo inútiles que son esas preguntas: es caer en la trampa del manipulador que te arroja a un lugar donde no hay respuesta posible. Más aún cuando una de las replicantes de Videla que conocí me decía “no sos espantagente, no sos alguien desesperado, ojalá pudieras verlo sin que yo (nadie, cualquier otrx) te lo tenga que decir”. Bueno, es la misma que después, pero bastante antes de la desaparición, me dijo “Ojalá no te quisiera (…), entonces no me importarías, no me interesaría nada de nada cómo estás o leerte o responderte. Sin embargo ser tan sincera también me vuelve cruel. Entonces es cuando creo que la mentira sería mejor o ignorarte”.<br>
Igual, lo más triste y certero es entender que solo puede darme bola gente así de tóxica, irresponsable afectiva o, más simplemente, enferma de mierda. (Igual, esto no lo puedo decir muy fuerte porque hay otra categoría despreciable de gente, la que me responsabilizaría del asunto diciendo “fijate qué problema tenés que siempre repetís historias y te relacionás con ese tipo de gente”).<br>
A veces pienso en la distancia total que hay entre la alegría que me daría recibir un “¿cómo estás?” y la sensación, a la cual prefiero no adjetivar, que enfrentarán algunas de estas personas a las que he escrito y decidieron no responderme más. Y me deprimo un poco (?).
Y otras veces me gustaría encontrar la manera de, <i>en esta vida o más allá</i>, vengarme de todos estos desaparecedores, aunque sea en la forma de desmantelar su trama, o en la de desenmascararlos para que no usen a nadie más.<br>
Igual, no creo que pueda hacerlo.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-21911226759797465322022-04-24T05:33:00.010-07:002022-06-12T09:53:13.223-07:00Las doctoras siete minutos
Después de quince años visito a una médica en contexto de cobertura prepaga (que me prepagan, porque no tengo ingresos). Me recibe detrás de su máscara y su barbijo, y luego del ida y vuelta de saludos dispara un “¿qué te pasa?” (sic). Le digo que hace tanto que no me hago un chequeo, y me manda un hemograma. No un análisis de orina (tampoco una radiografía de tórax). Como en ese lugar todo es muy moderno y digitalizado, la orden no va en papel, sino que es virtual. Pero anotaron mal mi correo electrónico y aún no me habilitan el acceso a la página web. Entonces, sin soporte virtual ni tampoco físico donde fijarme, lo di por descontado, y fui con el frasquito lleno del primer meo matinal, para que al llegar me dijeran “no te pidió análisis de orina, tiralo en el tacho”.<br>
Eso sí, insiste con el análisis de HIV y de hepatitis, y suelta un “ajá” de entonación planísima cuando le digo que lo ponga si quiere, pero que sé el resultado; y lo repite cuando hablo de más y menciono la situación de riesgo de hace unos años, en la que me hice esos análisis y me dieron esa vacuna.<br>
Lo que me convoca, además, y sobre todo, es la búsqueda de una derivación para neurología por el asuntito este que me llena las extremidades de sensaciones raras, dolores, calambres y demás. Se orienta a una anamnesis psicologicista cuando le digo que me duele la gamba como si me tiraran ácido (bue, ácido nunca me tiraron, no sé cómo es; bue, no le dije eso porque la comparación se me ocurrió tiempo después): “¿De ánimo cómo estuviste?, ¿con quién vivís?, ¿estás en pareja, tenés hijos, trabajo?, ¿tenés amigos?, ¿y ahora en cuarentena estás haciendo algo?, ¿algo que te interese?, ¿estuviste muy angustiado?”…<br>
Me pregunta si tuve fiebre o pérdida de gusto y/u olfato, y mi respuesta negativa es más tajante de lo que debería haber sido. Me revisa un poco, me toma la presión, me escucha el corazón; luego me hace extender los brazos, tocar la punta de la nariz con los ojos cerrados, cosas así. Pero, comprensiblemente, elige postergar la derivación para cuando tengamos los resultados de los análisis.<br>
Sobre el final de la consulta logré mencionar mis posibles hipoglucemias que, lo sean o no, me obligan a andar por la vida pendiente de cuánto como y con una bolsa de pasas de uva en el bolsillo y el radar activado para saber dónde hay un kiosco cerca por si las pasas no alcanzan para mantenerme en condiciones. Lo único que dijo sobre el tema es: “Te pido análisis de sangre completo, si algo viniera raro por ahí hay que repetir algo, pero, bueno, no creo”, y dio por terminada la consulta a los exactos veinte minutos.<br>
No hay tiempo ni respuesta pronta en mi memoria para decirle que me hice análisis de todos los colores, incluyendo esos que consistían en seis extracciones en tres horas, y nunca mostraron nada “raro”. Veintiún años así, y otr@ médic@ que no lo va a cambiar.<br>
(No hay forma de saber en el momento que tan “completo” no es porque no incluyó análisis de vitamina D, al cual mencioné explícitamente diciendo que había hablado con una médica amiga de mi madre y lo había recomendado).<br>
Quince días más tarde la veo con los resultados. Los anticuerpos de hepatitis B son lo único que le llaman la atención y lo menciona en voz alta, como buscando ratificar lo que le dije la vez pasada: que me dieron esa vacuna. Se preocupa por eso, pero no por los 102 de glucemia que le encendieron una luz amarilla a la amiga de mi madre cuando le mostré los resultados. Más aún: dice que están perfectos. Nadie menciona de nuevo el asunto hipoglucemias, yo le tiro un “viste que tenía razón sobre el HIV”, tratando de decirle que conozco mi cuerpo y que por eso me preocupa lo que me está pasando.<br>
El resto de los nueve minutos y medio lo ocupa un interrogatorio sobre mis cuestiones en las extremidades, que no sé si atribuirlo a una gran torpeza de mi parte para hacerme entender o una vocación policial de su lado. En algún momento, tratando de no mostrarme alarmista, le digo que tal vez no sean más que varias cosas sueltas, pero que todas juntas me llaman la atención.<br>
Igual, me voy con lo que quería: la derivación –porque ahí todo funciona con derivación del clínico– y su mención explícita de un electromiograma, que es lo que me había indicado la médica del Álvarez, lugar en el que fue imposible hacerlo, tanto como en todos los otros hospitales públicos donde consulté.<br>
Consigo el turno, es dentro de seis días, ¡bien! La sala de espera es enorme y está atiborrada. Por suerte puedo sentarme, ya que tengo un cansancio llamativo y el aductor derecho como trapo de piso, agujereado y chorreando mala química. O la mala química viene de otro lado y se aglutina ahí, y luego viaja al resto del cuerpo, no sé.<br>
Diez minutos después de la hora convenida me llama. Creo que abundo en datos hasta ser contraproducente. Quizá aquella frase de la neuróloga del Álvarez, “estemos atentos”, y mi forma de llevarla a cabo, anotando cada síntoma raro que tuve día por día, no haya sido lo mejor. Igual, abandoné a las dos semanas porque me alienaba… Cada tanto volvía al papel y trataba de retomar el método, pero siempre terminaba resultándome imposible sostenerlo.<br>
Nos perdemos en cuestiones semánticas sobre qué es contractura y qué es calambre –diferencia que ya había mencionado la clínica–, y en menos de tres minutos prefiere dejar de escucharme y pasar a la observación, consistente en diversas pruebas de fuerza y coordinación, que duran menos de dos minutos, tras los cuales dice que está todo normal.<br>
Si yo no hablaba más, la consulta terminaba ahí, pero le comento que siento que debería haberle opuesto más resistencia. Me dice que me quede tranqui, que la fuerza está bien, a diferencia de la otra neuróloga, que, luego de unas pruebas similares, dijo notar menos fuerza en mi brazo derecho (justo en el derecho que, no sé por qué (?), es el que más desarrollado de los dos tengo) y mandó a hacer el EMG. Aunque nunca sabré si fue por eso o porque vio en vivo y en directo el temblor localizado (digo yo, evitando la f-word) cerca de mi rodilla.<br>
Menciona, como si pensara que tiene alguna relación, que hay gente que por la cuarentena dejó de hacer actividad física o subió de peso. Lo de subir de peso me cabe; lo otro no, y se lo dije. De todos modos, subir de peso no tiene nada que ver con despertarte con un dolor como si te estuvieran apuñalando el muslo. Repite que encuentra todo normal y propone un nuevo encuentro, en un mes, para un control, “a ver qué pasa”, y me despide cuando estamos llegando a los ocho minutos de consulta, menos de la mitad del tiempo que me dedicó su colega del hospital público.<br>
Del electromiograma, ni noticias. Entonces me pongo nuevamente en campaña para hacerlo por mi cuenta. No como antes, rehén de la salud pública y sus empleados, sino en un consultorio médico para pobres. Hay que pagar en un lugar un viernes e ir a otro lugar el lunes a hacerlo. Y el resultado se busca en un tercer lugar. El extranjero a cargo de la picana se ortiba cuando le pregunto si podemos suspender un minuto porque tengo ganas de hacer pis o se enoja por mi reflejo de sacar la pierna cuando me da electricidad; pero ese sería otro post.<br>
Lo importante es que da bien, y qué bueno que tengo esas palabras escritas en el informe cada una de las veces que se repiten los dolores, los temblores localizados o los calambres, como esa tarde que volvía de ver a la banda que tocaba en el parque y de la nada se me acalambró el anterior izquierdo en el medio de Díaz Vélez y llegué rengueando a la otra vereda.<br>
Pasa el mes, y tengo que esperar casi media hora para que la neuróloga me atienda menos de siete minutos, para que me pregunte cómo estoy (un poco mejor), para que repita las pruebas de fuerza y coordinación, para que lo más relevante sea el tono con que dice “perfecto” cuando las realizo, intraducible como todo tono, pero interpretable primero como ratificación de lo bueno, y después, al reiterarlo, como filtrando cierta incredulidad sobre mi presencia allí, una forma de decir sin decir “¿qué hacés acá si no tenés nada?”. Al final, como una concesión a mi presunta hipocondría o como parte del protocolo, me dice que nos veamos en dos meses.<br>
Llega la fecha y otra vez el tiempo de espera es superior al de la consulta: quince minutos por menos de diez. De nuevo me pregunta cómo estoy (algunas cosas mermaron o desaparecieron, otras continúan, hay alguna nueva), pero esta vez no hay pruebas de fuerza y coordinación, ni siquiera cuando le digo que un par de días antes fui a la posta aeróbica de la plaza a hacer dominadas y cuando quise hacer las abiertas no podía despegar del piso ni con el saltito inicial.<br>
Yo venía diciendo que “sea lo que sea, hasta ahora esto no me impide hacer nada”, y ese viernes me lo impidió. Dos veces. A la mañana y esa misma tarde, cuando volví a intentarlo. Ella otra vez lo atribuye a falta de entrenamiento, pese a que claramente le dije que hacía actividad física aun durante el tiempo en que el gobierno de los infectólogos la prohibía. Y pese a que conozco mi cuerpo y nunca tuve este tipo de dolores y malestares, ni por falta de entrenamiento ni por exceso de entrenamiento.<br>
Repasa un poco lo que le dije, dice que estoy mejor, que muchos síntomas desaparecieron. Ahí me pregunta cuándo empecé con esto, y trata de asociar la fecha con mi ingreso al plan de salud. Agrega que “tenés tu clínica de cabecera”, y, como siempre, mi necesidad de demostrar no sé qué mierda me hace hablar por los demás y le digo “querés que vuelva con ella”. Me responde que sí, que por ahora sí, ya que los síntomas son muy inespecíficos, no una enfermedad neurológica.<br>
Le digo, casi como justificándome, que llegado el caso se vive con esos dolores, aunque son incómodos, pero que también está la cabeza, que va rápido y se pregunta si no será el comienzo de algo. Contesta que “no, no es el comienzo de nada, de ninguna enfermedad, de nada”, y desde el tono de ese primer “no” suena terminante.<br>
Agrego que también afecta mi relación con los demás, que me dicen “otra vez con esos dolores, hacé algo”, y lo que me sugiere es que no les diga nada (!). La cita no es textual, pero encaja con lo que pude replicar: que, aunque no diga nada, me ven con gesto de dolor o de preocupación. Sigue scrolleando la historia clínica en la pantalla, y, sin volver a mis palabras, de golpe –como si la otra médica hubiese escrito algo sobre el EMG y ella acabara de encontrarlo–, dice que lo que podemos hacer es pedir un electromiograma.<br>
Me advierte que es “un poco molesto, te pinchan y te hacen un estímulo eléctrico”, y elijo no decirle que ya me hice uno y que el doctor Google me contó que hay que esperar dos meses desde que comienzan los síntomas para que se vea algo anómalo en el estudio. En mi caso, pasaron dos meses y diez días desde el primer síntoma hasta el primer EMG, pero, más que las fechas, me intranquiliza que algo funciona mal. O, en todo caso, que algo se siente mal. Que lo siento mal. Que me siento mal.<br>
Agrego, como para congraciarme, “si da bien, vuelvo con la médica y le digo ‘¿qué hacemos con estos dolores?’”. Asiente, y dice que le avise por la mensajería del portal cuando tenga el resultado. Dale, buenísimo, quedamos así.<br>
Pienso en que ojalá tenga razón, pero las boludeces que dijo socavan cualquier confianza que pudiera haber construido en estos tres breves encuentros y dejan sus palabras cerca del pantano de la falacia de autoridad.<br>
Como mi cuerpo suele cagarse de risa de mí, después de decirle que ya no tenía más esos temblores localizados, estuve días con un temblor persistente cerca del glúteo derecho, del cual ella no se enteró. Tampoco se enteró de todas las cosas que no le dije, porque pude haberla abrumado con referencias a síntomas inconexos, pero ni por asomo fueron todas las cosas raras que me pasaban en ese tiempo.<br>
Pido el turno para el EMG, me dan para dentro de cuarenta y un días. Me pregunto, sin respuesta, si tanta gente se hace electromiogramas o si el prepago este es una cagada. El tiempo, como siempre, pasa, y llega el día, que me encuentra con un poco más de tranquilidad que la primera vez. La imbécil que me pincha está para hacer una sola cosa, pinchar, y lo hace mal: o muy profundo o en el lugar equivocado, y hasta el día siguiente no podré pisar con la pierna derecha. Ni quiero imaginar cómo sería si tuviera que clavarme esa aguja en la lengua.<br>
En un par de días tengo el resultado. Normal, según descifro de las palabras rebuscadas del informe y, antes, de la naturalidad con que se manejó la médica al ver la onda en la pantalla. Como habíamos quedado, le escribo a la neuróloga para contarle. Ella tarda un mes en contestar. Esta vez se convierte en la doctora Siete Palabras, y toda su respuesta es: “Hola! Si, el estudio es normal. Saludos!”.<br>
Postergo la visita a la clínica por el invierno, por la <i>segunda ola</i>, porque no empeoran los síntomas –más bien, pierden intensidad–, porque tuve una infección respiratoria, porque paja, porque quiero ir con poca ropa, a ver si es más fácil que me mire cuando le diga que a veces flasheo que tengo menos masa muscular en los muslos… Hasta que calambres y pinchazos varios o la sensación de que se me afloja la pierna mientras corro y el consiguiente miedo de caerme hacen que pida turno. A ver qué hacemos con estos dolores.<br>
Finalmente, un año después de nuestro último encuentro, voy para consultar por dos cosas y pedir dos derivaciones, que deberían ser apenas dos clics en la computadora. Como el día antes tuve un incidente con una ventana, que requirió sutura en el hospital público de acá cerca, también le pregunto a dónde tengo que ir para que me saquen los puntos y cuándo.<br>
Me mira la herida y me dice que no le gusta, que vaya a la guardia (al día siguiente voy a la guardia y me dicen que está perfecta). Ahí vuelve su lado policíaco y me pregunta cómo me lastimé. Mi respuesta es deliberadamente vaga y la mina insiste, quiere saber si le pegué una piña a la ventana o no. “Calculé mal el movimiento”, digo sin mentir y sin explicitar lo que sospecha.<br>
Me revisa por las apneas nocturnas, flashea cosas cardíacas, propone una polisomnografía, pero para hacer eso hay que pasar la noche en el hospital, y no, gracias. No propone una endoscopía, que presumía razonable, aunque para ello tengan que dormirme, y, de nuevo, no, gracias. Sin que se lo pida, encara la orden para un nuevo chequeo y otra vez me pregunta si pone el análisis de HIV. Dudo, pienso que no vale la pena, pero me acuerdo de un garche sin forro en el verano y le digo que sí, que lo incluya, porque tuve “un desliz”.<br>
Me contesta algo que no tengo ganas de volver a escuchar –tal vez más adelante lo haga y edite esta parte–, tipo que no hay tener esos deslices. Más que las palabras, es de nuevo, el tono agreta lo que resalta. Le digo que mi cuerpo no responde como antes, y se pone definitivamente desagradable, corriéndome con el versito prefabricado de que usar forro no afecta el rendimiento. No pude decirle que está hablando de cosas que suceden en lugares donde nunca estuvo y que, por lo tanto, no sabe cómo funcionan. No sé qué alcancé a decirle.<br>
Quiero empezar a hablar de lo más importante para mí, pero me frena y dice “vamos a fraccionar la consulta”. Me deja sin reacción porque la única reacción posible es mandarla a la mierda y no pagar más.<br>
Parte de este post estaba fundado en lo poco que me había atendido. Sin embargo, me fijo y descubro que, tras veinte minutos de espera, hubo veinte minutos de atención. La sensación es que fueron muchos menos. No sé cuánto tiempo perdió interrogándome sobre la herida, bajando línea sobre cómo coger o haciendo las derivaciones, lo cual le costó más que dos clics. O en todo caso, le costó encontrar dónde cliquear.<br>
Cuando le hablé de ver a una nutricionista por mi sobrepeso post-cuarentena, no me pesó. Tampoco me preguntó cuánto peso ni cuánto pesaba. Lo único que tuvo para decir es que “hay que comer menos y hacer actividad física, no hay magia”, pero al final me hizo la derivación.<br>
<i>“Comer menos” pone la pelota de mi lado, del lado de mi conciencia y mi voluntad, callando toda referencia a la otra variable, la de mi cuerpo y cómo procesa lo que como. Seis meses después puedo darme cuenta, y entonces tengo que venir y editar esta parte. Qué forra que sos, Dr4. Dr1m3r.</i><br>
La nutri tiene sobrepeso, me trata de usted y me recibe con saludo de puñito y un “¿cómo estamos?”. Me dice que vio la historia clínica, donde quedó registrado mi posible reflujo gástrico, y abre el juego por ese lado. Le cuento un toque, y empiezan las preguntas: si hago actividad física, mi peso habitual (ahí abundo en números y, como siempre, mi afán de dar la mayor cantidad posible de información quizá sea negativo), si tengo alergia a algún alimento. Le digo que no y que no como carne, pregunta si huevo o leche sí, “leche no, huevo a veces”, y agrego que si pudiera elegiría el veganismo, pero que el cuerpo no me deja. Dice que sí o sí hay que tomar vitamina b12 si uno es veggie, pero no hace la orden (?), y habla de pedir análisis, que ya están pedidos y hechos, y con el resultado en la historia clínica (??). No me pregunta si tomo agua o gaseosa.<br>
Van tres minutos y me dice que me saque las zapatillas para pesarme, bromeo con que sé cuánto pesan, le digo que corro menos que antes, o, mejor dicho, lo mismo pero teniendo que parar más veces a recuperar. Entonces dice lo más interesante: me pregunta si tuve covid. “Que yo sepa no”, respondo, y menciono algún día de fiebre leve el año pasado. Ella lo deja ahí. No me pregunta si me “hisopé”, y así no pude decirle que no estaba en mis planes hacerlo porque significaba la privación de la libertad a manos del gobierno porteño. Pero me queda rebotando si eso no podría explicar también el “asunto extremidades”.<br>
Cincuenta segundos después termino de pesarme, y me dice que la espere mientras va a buscar algo que hizo “imprimir para mí”. Tras dos minutos y medio vuelve con papeles que incluyen recomendaciones y “un plan alimentario para guiarte”. En el momento outro de la consulta, encuentro las palabras para filtrar una referencia a mis bajones de azúcar, ya que eso también hace que coma más de lo que querría. “Bueno, pero podés comer fruta”, responde. Agrego que voy por la vida con una bolsa de pasas de uva, y ella retoma el speech prefabricado: me pregunta cuánto mido, me deriva a la especialista en veggies y chau, que la pases bien. Veintidós años así, y otr@ médic@ que no lo va a cambiar.<br>
En la despedida no ofrece el puñito, yo sí, y ese es otro momento de desencuentro. Igual, ella no es la doctora siete minutos, fue la licenciada ocho minutos. Diez minutos de espera, por ocho de atención, cinco y medio netos.<br>
Vuelvo con la clínica una vez más, para hablar de lo que había quedado pendiente cuando decidió dejarme con la palabra en la boca y la preocupación en el cuerpo. Espero veintiséis minutos para que me atienda ocho. Si llegás quince minutos tarde, no te atienden, pero ellos se demoran casi media hora y es todo pelota. Irse implica un mes para conseguir otro turno en el mejor de los casos (o tres meses, en un par de casos).<br>
Me pregunta cómo sigo con las apneas, le digo que un poco mejor, atribuyéndoselo a la medicación más de lo que realmente creo. Sugiere hacer la endoscopía de la que no había hablado la otra vez, y, aprovechando que me van a dormir, también una colonoscopía, para control, por la edad (?). Con un “vemos cómo sigo con el omeprazol” trato de patearlo para adelante porque no tengo ganas de que me duerman. Insiste con el tema, me pregunta si pude dejar de dormir sentadx, le digo que tanto no, pero que también puede ser por todo lo que me cuesta dormir, los tapones en los oídos, etc.<br>
Antes de que pase el tiempo, logro hablar de mis piernas. Le digo que a veces flasheo que tengo menos masa muscular, sobre todo en los muslos, y no se levanta de su silla para mirar. Hicimos el EMG, dio bien, ya fue. Lo limita al asunto calambres, en parte porque el ejemplo que puse es el del día de las elecciones, cuando volvía de votar y de la nada se me endureció el anterior en la calle (aunque también hablé del día que corría por ahí cerca y tuve un pinchazo que me estremeció la pierna y me dio miedo de caerme).<br>
Resuelve todo con una receta de Total Magnesiano y listo. Cuando la consulta ya está muerta, después del “bueno” que preludia la despedida explícita, recuerdo preguntarle, aunque sea retóricamente, por el resultado de los análisis, porque si no ni los menciona: “¿Los análisis dieron bien, no?”. “Sí, dieron bien”, es todo lo que responde, pese a los 243 de colesterol. Y entonces sí, chau.<br>
(Tiempo después leeré el prospecto del Total Magnesiano y resulta que es para el magnesio en sangre, algo que no me pidió en los análisis. ¡Qué ganas de hacerme gastar plata al pedo!).<br>
Gasté la ficha con la neuróloga y no puedo volver porque me va a sacar cagando, aparte de que tendría que pasar el filtro de esta boluda, que, como no puede sacarme cagando, me forrea así. Ojalá no tenga que poner sus nombres acá. Mientras no me caiga en la calle (ni en ningún lado) y pueda hacer trompita y abrir cajones con el dedo meñique, vamos para adelante, aunque la pierna ¿flaca? en la zona del aductor vuelva a convertirme los pelos del culo en un pararrayos de dudas. Y si en algún momento eso cambia, quizá sea al pedo ir al médico.
Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-68330821808355073402022-04-01T06:40:00.003-07:002023-12-10T14:19:10.659-08:00El Ponzi de los talleres
Uno da el paso de mostrarle lo que escribe a un Escritor para que diga algo sobre eso, para comprar un número en la rifa de la existencia, no sé para qué, y la respuesta, que puede ser buena, mala, regular, también puede ser diametralmente opuesta a la que te da otra Escritora, a la cual acudís porque siempre es mejor tener dos opiniones. Y como algunas cosas quedaron uno a uno, termina siendo irresistible la tentación de una nueva mirada, que desempate… Así, la tercera Escritora, muy prestigiosa y aún más amable, me dijo al final de nuestro intercambio que ahora mis poemas estaban más maduros, mejor peinados. Me gustó la analogía, pero –esto no se lo dije– uno se peina cuando va a salir. Para estar en mi casa no me peino. Y claramente no me invitó a salir. Ni siquiera me habló de presentarme a una amiga (?).<br>
Entonces, quien solo conoce este recorrido, porque es el que trazó el único profesional que me dijo algo al respecto, queda a merced de que la persona con la que más me gustaría repetir vuelva a hacer clínica de obra, lo cual no sucedió en los últimos dieciocho meses. O del azar de justo ver el aviso de algún Escritor ofreciendo sus servicios, de que ese Escritor responda el mail que uno le manda, de los tiempos ajenos, de las formas de trabajar ajenas, de las expectativas ajenas, de la conexión o no que el Escritor tenga con lo escrito y con quien está detrás de lo escrito, de que me alcance la plata (porque si no tenés plata, no podés existir). <br>
En el camino te podés encontrar con un enfermo Escritor maltratador que, desde atrás de un teclado, compara lo que escribo con basura o con la nada misma. También con gente amable, o con gente que tiene el signo pesos tatuado en los párpados y corta abruptamente el diálogo cuando le decís que no cambiaste de opinión y no vas a pagarle más que las cinco devoluciones que ya le pagaste, las cuales son proporcionalmente más caras ya que hace “descuentos” por bloques de cuatro, como la cuponera de un lavadero de autos. Y con Escritorxs que pretenden cartelizar sus servicios y establecer tarifas mínimas para que nadie cobre demasiado barato. O con Escritoras que discriminan por nombre del DNI, por orientación sexual, por no uso de Whatsapp, etc. <br>
Una vez en el viaje, vas a tener que cambiar lo que escribiste para gustarle a la primera persona profesional a la que le mostrás el texto, y vas a tenés que volver a cambiarlo porque a la segunda persona no le gustan la versión original ni la que consensuaste con la primera. Y si se lo mostrás a una tercera persona, es posible que tengas que revertir esos cambios y/o hacer otros nuevos para gustarle. Y si llegás a donde yo no llegué, a tratar con un Editor, no descartemos que debas hacer más cambios. Si no te encandilan el renombre de esa gente o la supuesta cercanía de la edición, tal vez en un momento te preguntes “¿dónde mierda estoy yo en todo esto, en estas palabras nuevas, que no son mías?”, tal vez en un momento te des cuenta de que no tiene sentido estar corriendo detrás del deseo ajeno.<br>
Con el paso del tiempo vi que todas esas diferencias confluían tácitamente en el mismo punto: lo mío no mueve el amperímetro lo suficiente. Y a veces me quedó la sensación de que no me lo dijeron porque eso les implicaría quedarse sin un ingreso, o porque no quieren dar malas noticias y prefieren que la realidad y el tiempo se encarguen. “Poné la energía en un lugar que te la devuelva más fácil” puede ser un gran consejo. Que nunca recibí. <br>
Así como al comienzo nadie me preguntó cuáles eran mis expectativas al mostrar esos textos, ni nadie me advirtió que hay miles de personas en la misma, y que no hay lugar para todas, al final nadie me dijo qué hacer con ellos, con cuáles se puede hacer algo o si se puede hacer algo que los saque de esa versión del encierro que es el ida y vuelta en un mail.<br>
Uno va al colegio, o a la facultad, por ejemplo, y, luego de pasar criterios de evaluación más o menos estandarizados, sale con un papelito que dice “servís para tal cosa”. Acá no: no sé nada de boca de ellos. Una vez que te drenaron la billetera, ya fue, ya fuiste. Y si nadie dice nada… te están diciendo algo. <br>
Y a veces refluye la sensación de que la respuesta inicial, rectora de este camino, no fue la apropiada, que pecó de optimista. O que yo pequé de optimista al interpretarla. <br>
Todo esto porque encontré que una persona que conozco, que es puanner full full (I mean, se recibió), y tiene más lecturas y teoría y palabras y vida que yo, le respondió a la cartelizadora antes aludida el posteo de Facebook donde convocaba a gente que quisiera publicar en su editorial. En vano. <br>
Y si no la publicás a Laura, mucho menos va a haber lugar para mí. <br>
Y menos aún lo habrá (o más me doy cuenta) al responder a convocatorias donde seleccionan a tres o cuatro o cinco de los cientos, y hasta miles, que participan, escaso número en el que no me imagino cómo podría formar parte. <br>
Todo esto para decir que podría haber salido mejor, podría haber tenido más apoyo, más sugerencias, más referencias, una tapa linda, etc., pero fue la mejor decisión posible hacer esa autoedición que hice y no esperar nada de los Zoe de la literatura.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8337052401373263369.post-7020608041975079972021-12-31T01:04:00.006-08:002021-12-31T01:04:44.874-08:00Pasó un tren
Hasta hace unos años mi fobia a los subtes era difícil de manejar. Después, algo se acomodó en mi neuroquímica y puedo tolerarlos (aunque bajarse de ellos y enfilar la escalera convoca una energía horrible, bovina).<br>
Seguro tuvo algo que ver aquella mañana en que alguien me acompañó a la dentista que atiende lejos y, para llegar a Retiro, combinamos subtes A y C. Desde esa vez les tomé cierta simpatía a los viejos vagones de madera de la primera línea en circular. Así, cuando finalmente estaban por darlos de baja (cuando el forro del intendente actual, que en esa época no sé qué alto cargo ocupaba, dijo que había que usarlos para hacer asado), fui a hacer un último viaje en ellos, a buscar algún vestigio de quien fui esa mañana de hace, ahora, más de diez años.<br>
Ya no recuerdo por qué, si por sentirme mal por descansar mal, por desidia o para viajar justo el último día, cometí el error de ir ese último día a la tarde, a la hora en que la mayoría sale de trabajar. Y había mucha gente, mucha más que la habitual porque no fui la única persona que decidió hacer un viaje de despedida.<br>
La ventanilla frontal del vagón cabecero era la más codiciada porque desde allí se podían fotografiar las vías, los túneles o las estaciones colmadas de gente vivando a la formación cuando ingresaba en ellas. Era casi una batalla codo a codo con desconsiderados que pasaban su brazo con cámara por encima o por el costado de la cabeza de quien viajaba sentado sin que les importara si interferían en tu (en mi) foto o si, por el movimiento de los cuerpos o de los vagones sumado a su desaprensión, te pegaban un codazo. <br>
A algunos no les alcanzaba una foto, necesitaban quedarse un rato filmando fragmentos que me resulta difícil imaginar cómo editarían. Así que me cansé de forcejear y me fui a la otra punta para ganar el que se iba a transformar en el lugar de privilegio cuando llegáramos al final del recorrido y emprendiéramos el regreso. En ese tiempo muerto en que fotografié algunos detalles de los vagones, como sus tulipas o su número de interno, vi a una chica –no tan chica, seguramente; seguramente en sus treintas– que me resultó muy atractiva sacando fotos con una cámara gorda y profesional.<br>
Tomé un par de panorámicas del vagón con toda la intención de que ella quedara en el medio del encuadre. Visto con los ojos de les fundamentalistes que han crecido en estos años, es casi un abuso. En ese tiempo, en mi intención, en la novedad que implicaba tener cámara hacía menos de un mes, fue un intento de agarrar algo que de otro modo iba a quedar a merced de la mala oxidación que produce el tiempo en la memoria.<br>
En la continuidad de los hechos, ella se acercó a mí, charlamos brevemente y me pidió que le sacara una foto con su cámara. No con la alta cámara que tenía en la mano, porque iba a ser complicado setearla (eso dijo), sino con una pocket que sacó de la cartera.<br>
Tristemente, no tengo en la memoria cómo fue el acercamiento. Sólo recuerdo que se sentó en uno de los asientos de la punta del vagón, posó, y le saqué la foto. Le devolví la cámara y chau. Ni una palabra más. Ni un beso. Las frases de despedida también están perdidas en la memoria y no hay Recuva que las traiga de nuevo.<br>
Ahora, esta semana, cinco años y medio después de aquel viaje final de las Brujas, repaso de nuevo las fotos de esa tarjeta. Una forma de viajar en el tiempo. Y también en el espacio. Y por primera vez me doy cuenta de que la mina me habló, de que probablemente haya notado que le saqué un par de fotos, de que tuve una chance de comunicación y no pude hacer nada, salvo, estrictamente, lo que me pidió.<br>
Ahora, seis años después, retomo el texto y veo que ni los nombres nos preguntamos. Que de tan afuera que estoy siempre, no reconozco cuándo podría dejar de estarlo, que carezco de recursos básicos para salirme de ahí, de ese solipsismo y de esa literalidad. Era una foto y ya. Era alguien atractivo y ya, y, por definición, inaccesible. Y ahí quedé, saqué la foto y acepté la inaccesibilidad.<br>
Como mi cámara era de muy mala calidad, la más berreta de esa marca, todas las fotos salieron horribles, en especial una donde parece mucho más gorda de lo que era. De hecho, la borré para que no quede ese recuerdo deforme cristalizándose y reemplazando al más fidedigno de mi memoria.<br>
Las superposiciones del fracaso –la ausencia de lugares, no reconocerlos cuando, contados con los dedos de una mano Simpson, aparecen en forma de bosquejo de oportunidad, no saber qué hacer cuando sucede– son la trama que compone esta condena perpetua al outside. Y aplastan más cuando uno puede separar sus capas y reconocerlas por separado.Olga Eterhttp://www.blogger.com/profile/02592379301319045540noreply@blogger.com0