Últimamente, los nuevos edificios de departamentos ofrecen como valor agregado piscina, SUM, parrilla, quincho, gimnasio y otros sectores comunes, con eslóganes tales como “Viva como en country pero en la ciudad” o “Su casa en la ciudad”.
No, flaco: si querés vivir en un country, andate a un country; si querés una casa, comprate una casa. Un edificio de departamentos es un edificio, con gente viviendo pared de por medio, techo de por medio, y no tenés las libertades de una casa.
Cuanto mayor es el número de elementos que tratan de hacerte olvidar de que no estás en una casa, más te olvidás de tus vecinos, y, sabés qué, flaco, no tengo ganas de escucharte gritar semiborracho mientras hacés el asado el domingo a las 11. Quiero dormir hasta las 3 de la tarde, la puta que te parió.
Algún desarrollador de deptos nuevos debería ver este filón y apuntar a un público que quiere su departamento como un hogar, un lugar de calma, de trabajo (por qué no), de serenidad, de refugio ante el quilombo y la hostilidad de la ciudad.
Estaría bueno que alguien tomara nota de este nicho de mercado y lanzara un edificio donde los animales estuviesen prohibidos (de verdad), los ruidosos y los maleducados padecieran la condena social, y cada copropietario hiciese lo que se le canta el orto con el límite de no joder y no poner en peligro a los demás.
El emprendimiento podría llamarse “Terrazas del silencio” y un buen lugar es un barrio silencioso: hace unos años la calle Bonifacio era así, pero ahora está llena de edificios. Quizá por Boedo Sur.
¡Vamos, Guariniello, Tizado, etc.! Pónganse las pilas, que seguro que es negocio.
La idea de vivir “como en un country” ya fue, es re grasa, es re 90. Apuesten por lo nuevo, muchachos. Apuesten por la calidad de vida.
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