viernes, 13 de noviembre de 2015

Después de correr hay que elongar

Estiro los gemelos en un umbral propicio. A veinte metros de la esquina, a veinte centímetros de mis ojos, el vidrio opaco de la farmacia refleja las luces del viernes a la noche.
Rojas, blancas, verdes, azules, se derraman por los bordes del rectángulo. Escapan por la avenida perpendicular como un pinball multibola al que nunca aprendí a jugar.
Vuelven, hipnóticas e inabarcables, y cada secuencia me dice en su morse de luces algo que no puedo traducir.
Revés al noche la viendo.
Y me vuelvo las dos cuadras a casa por la calle oscura.

Me cerraron el Face (dos veces)

El año pasado, a pedido de una persona que conocí por acá, me hice un Facebook pues a ella le resultaba más práctica la comunicación por ese medio que por email. Así nos mantuvimos en contacto, con los altibajos atribuibles a nuestras timideces, a sus ocupaciones, a mi falta de cosas interesantes para decir o a lo que quizá no sea timidez, sino alguna otra limitación de mi parte.
Supongo que fueron un aburrimiento importante y una agobiante carencia de palabras los que me llevaron a ejercitarlas en el FB del evento “Amor sí, Macri no”, respondiendo algunos de los delirios allí expresados por tal secta de neomilenaristas. Sin agresiones, porque soy una persona muy educada, me divertí señalando sus contradicciones, sus confusiones y sus mentiras.
Un par de veces me acusaron de ser un troll, pero no me importó demasiado ya que lo más grave que podía pasar, según imaginaba, era que me bloquearan de esa página. Sin embargo, un día, el segundo o tercero de este divertimento, quise entrar a Facebook y me encontré con la mala novedad de que no podía hacerlo: me habían inhabilitado la cuenta por no usar mi nombre verdadero.
Para tratar de recuperarla debía mandar una imagen de mi DNI o alguna otra forma de identificación, cosa que no haría ni siquiera si usase mi nombre real.
Pasada la sorpresa y disuelto un poco el sinsabor que me produjo, lamenté perder el intercambio con aquella persona, del cual creía poder rescatar –aun tiempo después– alguna palabra propia o ajena encontrándole otra potencia o simplemente para reutilizarla en algún otro lugar.
Si bien casi no usé la cuenta, salvo para algún juego, a medida que pasó el tiempo fui notando que me molestaba perder algunas cosas más: un par de borradores que tal vez podrían haberse transformado en posts de este blog, links a algunos videos y a un poema –al cual pude rescatar, Google mediante– o mis vanos comentarios sobre el precio de las entradas del último show de mi nueva banda favorita.
Perdí, además, el violento intercambio con un pelotudo de Ivanoff, boliche en cuya página había dejado un mensaje señalando el caos de tránsito que produjo una tarde en la esquina más transitada de Ramos cuando estacionó allí un auto más un tráiler para hacer publicidad. Y el agobiante estridor del parlante con el que anunció su show durante más de una hora seguida, en un loop tan interminable y desquiciante como salpicado de bocinazos.
Siempre quise hacer un post con eso, pero ya no podré hacerlo con la literalidad que quería. Apenas queda el recuerdo de su grueso cuello, de sus tatuajes y de su desprecio por el prójimo. De la violencia que se podía intuir en su imagen y en su proceder, y de la violencia concreta, verbal, que me dispensó por mensaje privado, la cual incluía un “chupala, pelotudo”.
También lamenté perder la interacción con Leticia Lee –amiga del Face a su pedido, consecuencia del marketing de las bandas nuevas–, en donde reciclé unas palabras que había escrito sobre ella en un blog que frecuento, las cuales fueron gratamente recibidas. Igual, su respuesta sobrevive en la notificación que llegó por mail: que bien me hace leer esto!muchas gracias. Me encanta leer y releer cuando alguien responde bien a una que tiro. Resonó, cayó bien, sumó. ¡Bien!
De todos modos, esta experiencia me mostró que Facebook sólo sirve para mirar. Para chusmear las fotos de gente del pasado, para ver lo mal que Diana llegó a los 45, para saber que alguna se casó, que otro tuvo una hija hace mucho, que otra quiere tener una relación, y que todos sonríen y muestran su mejor cara. La comunicación, en cambio, solo se da con quien te dice que le escribas ahí: de los mensajes que mandé, nadie me respondió, salvo los que esperaban mis mensajes.
La pérdida de la cuenta activó una neurona lejana, y recordé que dos o tres años atrás me había hecho un FB con la intención de comunicarme cuasi anónimamente con el vecino adolescente insoportable para sugerirle que se iniciara en los placeres de Onán, así se dejaba de hincharnos las pelotas a quienes tenemos la desgracia de vivir cerca de él. Recordé ese Face, la cuenta y hasta la contraseña, y rápidamente pude entrar. Lo cual me sirvió para recordar lo infructuoso de aquel intento.
Como esta cuenta tenía un nombre “real”, supuse que no iba a tener problemas por ese lado. Y volví a matar el aburrimiento y el insomnio recordándoles a los que dicen que Macri es la derecha, e incluso la ultraderecha (¡!), logros de la gestión Scioli como la tortura y la desaparición de Luciano Arruga y el encubrimiento que hizo de ellas, o promesas de campaña, como la que realizó su probable canciller Urtubey acerca del pago a los “fondos buitres”. Y conquistas del actual gobierno como la suba del dólar del 200% en cuatro años, la dilapidación de reservas o la ampliación de derechos que, tristemente, no llegó al útero.
De paso, denuncié las cuentas de varios militantes del amor (?) por tener nombres notoriamente falsos. Pero no tuve el éxito que ellos tuvieron conmigo.
También dejé un par de mensajes. A la escritora que un sábado publicó en Clarín ese artículo sobre su padecimiento escolar debido a las burlas y agresiones que le propinaban sus compañeros, en especial un rubio de ojos azules, le mandé un mensaje en el que incluía un enlace a un post donde hablaba de otro rubio despreciable, uno al que padecí en mi efímero secundario. No sé si lo leyó, sospecho que no. Anyway, la comunicación quedó en quimera.
Un docente universitario que ha mutado de anarcolibertario a kirchnerista y, ahora, a sciolista más o menos desgarrado, insiste con las plagas que padeceremos si el Mal, así, con mayúsculas, gana el balotaje. Entre tantos artilugios verbales, intrincados y elípticos, dice que uno es lo incierto, pero que la otra opción, la incorrecta, es el Mal, bien cierto y conocido.
Bastante harta de su insistencia, casi laboral, y de su desprecio por la “mayoría suicida” de “caperucitas rojas que caminan como zombis”, verbigracia, los votantes de Macri, le recuerdo la certidumbre del que felicita a la policía que reprimió en el Encuentro de Mujeres, oculta muertos o miente a los familiares de niños abusados en un colegio.
Desde su ínclita soberbia de eminencia de las ciencias sociales, me concede apenas tres palabras: “Entendiste al revés”. No, forro, vos entendiste al revés. O no quisiste entender para, muy cómodo en la desgastada demonización de Macri, que atrasa ocho años, hacerte el gil y omitir el pasado noventoso, el pasado y el presente como gobernador y el hipotético futuro presidencial de tu candidato, cuya diferencia sustancial con el otro quizá sea, únicamente, tu continuidad laboral.
La comunicación, claramente, no sucederá. No da insistir ni explicar. Ni recordarle sus juegos de palabras con Jorge (Bergoglio) y Jorge Rafael (Videla) cuando recién habían coronado al monarca teocrático o sus comentarios favorables sobre el Metrobús, bits que, precavido, ha hecho desaparecer.
También alcancé a comentar en la página de una oscura banda de los 80, rescatada tardíamente en este último tiempo. Ya lo había hecho con la cuenta que me cerraron, a raíz de una impactante serie de fotos de aquellos años que estaban publicando. Esta vez, aprovechando una imagen en la que solo aparecen el baterista y el bajista, quienes, luego, al separarse esta banda, formaron otra, pregunto si hay fotos de esa banda ulterior. Y agrego que, si hubiera, estaría bueno hacer un Face de esa banda y subirlas. Tengo la precaución de sugerir subirlas a otro Face, no a este.
Pero el pelotudo fascista intolerante del cantante, que es quien lo maneja, borra mi comentario y, en lugar de decir “no, acá hablamos solo de esta banda” o lo que sea, reacciona con reveladora destemplanza. Publica una airada diatriba en la que dice que “este no es un sitio anárquico donde cada uno puede decir lo quiere” y que los mensajes “fuera de tema serán borrados inmediatamente”.
Menos de un día después lo borra, y nadie, o casi nadie, sabrá por qué lo escribió. Ni podrá sumarse a mi pedido. Cuando quiero escribirle por privado, descubro que me bloqueó. Entonces le escribo a su cuenta personal y le digo que es un fascista y que el fascismo y la intolerancia se le notan más en la palabra “inmediatamente” que en los videos de bandas Oi! o en los discursos de Primo de Rivera que sube a sus cuentas en las redes sociales. Un fascista y un egoísta que no se banca la referencia a dos personas que están en una foto porque quiere que solo su banda permanezca. A las otras, el olvido. Aunque sea la banda de sus compañeros.
No alcanzo a decirle que es un soberbio que desprecia a otras bandas coetáneas por haber tenido hits o llamándolas “una banda horrible” pues me ganan mis ganas de hacer referencia a su condición ochentosa de punk virgen, casi un Bichi Borghi del under, aunque no llego a mencionar la actual, de militante cristiano, un Ned Flanders postpostpunk… Tampoco sé si lo leyó. Creo que sí. Ojalá. Por forro.
Pero el renovado intento de comunicación, que esta vez quiso fundarse en el conocimiento de alguna banda recóndita, ya fracasó. Más bien, se estrelló contra una ciénaga de mierda. La vez siguiente que quise entrar me encontré con la cuenta inhabilitada. De nuevo. El motivo ahora son unas fotos publicadas en aquella ocasión de estimular el onanismo del vecinito para que se entretuviera de ese modo en lugar de jugar a la Play y tener sonoros ataques de nervios cada vez que perdía.
Esta vez me pegó peor que la otra. Quizá por el rotundo fracaso de las módicas formas de comunicación que intenté. Y, seguro, sobre todo, por el repugnante nivel de santurronería y de autoritarismo orwelliano de ese sitio. De verdad, no comprendo cómo tanta gente le da sus datos y sus fotos (hola, software de reconocimiento de caras) y su IP, entre tanta información. O cómo a nadie le pica el culito cuando, de casualidad, hace clic en el “registro de actividad” o cuando te propone como amigos a todos aquellos a los que estás stalkeando.