miércoles, 29 de julio de 2020

La Tormenta




La pendeja está sentada en la cama. Ya está desnuda. Los chabones todavía están vestidos y de pie. Uno manipula con carpa el celular tratando de obtener intuitivamente un buen encuadre. El otro está un par de metros a su derecha y habla con la piba, pero no se escucha qué dice. De pronto, ella se levanta. Se le ven un par de tatuajes en su cuerpo fibroso y compacto. Sale de cuadro por el lado opuesto de la cabecera, y el video termina ahí, en menos de treinta segundos. Lo suficiente como para despertarme un gran entusiasmo (?).
Alguien pasó su nombre antes de que lo borraran, aunque todavía Xvideos no se había puesto la gorra como se la puso últimamente, y entonces la googleé, la encontré y le escribí por fb para ver si había alguna forma de contactarla, cuánto cobraba, etc. Después de varios mensajes -los primeros, más moderados; los últimos, con ofertas explícitas-, logré destacarme en su bandeja de entrada, a la cual presumo desbordante, y me contestó. Me contestó pensando que era otra persona, un conocido de ella: "Deja de romper las pelotas emi".
Le respondo que no soy Emi, trato de sostener el diálogo y en eso digo "si no, me conformaré mirando las fotos de tus abdominales". Su respuesta rebosa violencia, una violencia más sutil que la que desata en el ring, pero también más cruel: "Te vas a tener que conformar con eso". No solo dice no: lo disfruta y me lo refriega por la cara: nunca vas a disfrutar de esto, ni por cinco lucas (del año pasado).
Me hizo recordar una vieja entrevista televisiva a Andrea Rincón, que incluía acompañarla en un día de trabajo, o algo así. En un momento pasaban frente a una obra en construcción, lo que constituyó una inmejorable oportunidad para hacer participar a los obreros en la nota de color, y ella aprovechó la ocasión para burlarse diciéndoles "es lo más cerca que van a estar de algo así" mientras señalaba su carrocería. Porque Andrea es re nacional y popular para las declaraciones, pero no coge con albañiles, coge con los que le pagan la fafa o la operación de culo (o, ahora, el curso de modales).
Me hizo recordar ese video, que no encontré en la web, y también me hizo recordar situaciones personales en las que gente se regodeó en el desprecio: esto no lo vas a tener. Sea un tiempo de intimidad corporal o sea una palabra, para vos no hay. El "llamame que si estoy te atiendo" cuando ya decidiste no atenderme más, el permitirle a alguien que te dé un gesto de cariño delante mío -el mismo gesto que un momento después me vas a denegar-, el verso de lo importante que es hablar mientras me erradicás del terreno de la palabra.
Es moneda corriente encontrar gente que rechaza y que se regodea en el poder que da el rechazo. En el caso de esta piba, todo hace más ruido porque ella se pone en un terreno democrático y objetivo, como es el de la mercancía, lo cual da a entender en las fotos semi en bolas -más bien, en la producción de esas fotos- que sube a su Insta. Pero cuando uno junta la plata y la contacta, sin avisar te mete subjetividad y te dice "tu plata no vale". Casi como el boletero del subte que no me acepta las monedas de cincuenta centavos cuando voy a cargar la Sube.
La pregunta es cómo acceder. Sobre todo, si las posibilidades de acceso suelen estar cerradas, si no se abren con la naturalidad con la que se le abren a casi cualquiera. En los lugares subjetivos no se puede, en los lugares objetivos tampoco se puede, tratar de tornar objetivos algunos lugares subjetivos no funciona...
Si La Tormenta cobra por coger, ¿queda mal que le ofrezca plata? (Y si no queda mal, ¿por qué me rechaza? ¿No es más fácil decir "es poca plata"?). Si un reikista cobra por poner sus manos cerca de otra persona, ¿queda mal ofrecerle plata a alguien que se dedica a otra actividad para que me agarre la mano? (Sí, supongo que queda mal, porque nunca lo hice... aunque alguna vez, medio fuera de contexto, se me escapó un "te pago").
Si mirarte me hace producir mucha dopamina, ¿me dejás que te mire? Si nunca vas a acabar conmigo, ¿me dejás que esté en el lugar mientras acabás con otro? ¿Me mirás? (ahí veo que uno de los mensajes que le mandé a la piba esta decía "mirame"). ¿Me ponés tu cara cerca de la mía? ¿Me respirás cerca? ¿Cuál es el límite de energía que te pinta hacerme llegar? ¿Vamos hasta ese lugar? ¿Dónde no querés porque el tiempo y los cuerpos son finitos y con todos no se puede, o porque se cruza el límite de tu incomodidad, y dónde no querés porque buscás que sea visible e incontestable tu poder?
Tal vez haya que hacer algunas de estas preguntas y forzar la situación para que quede claro si el rechazo es porque algo no te gusta, porque te gusta y no querés que te guste o porque el poder te satisface más que cualquier otra cosa, incluso más que el placer físico. Forzar la situación para que seas otra Brisa, para que me niegues lo que me haría bien, aun en la escasa medida de lo asequible. Con la mayoría de la gente sería una situación chirriante, incluso para mí lo sería, pero nunca falta alguien que disfruta diciendo que no, que mejor sin mí. Igual, diciéndomelo o sin decírmelo, lo tengo claro. El mundo funciona sin mí. Funciona mejor sin mí.

Aislamiento obligatorio

Cada vez salgo menos de la cama, y, como no tengo tele en mi habitación, cada vez veo menos tele. Podríamos dejar de pagar el cable -igual que el teléfono fijo-, si, total, la mayoría del contenido audiovisual que consumimos está en Youtube... Pero esta vez estoy comiendo frente al televisor, y aparece una entrevista a la encuestadora Mariel Fornoni en la cual menciona que más del 80% de la gente está a favor de la cientocuarentena, pero que un número similar admite haber violado el aislamiento.
Supongo que para mitigar el tedio, me sale preguntarme qué habría dicho yo si me encuestaran. Obviamente una respuesta militante, un me cago en la prohibición de correr cuando está claro que correr no contagia, alguna referencia a los objetivos inalcanzables que pusieron para acceder a la "fase 5", cosas así. Pero como los tiempos televisivos no permiten que la señora se extienda sobre el asunto, no puedo saber cuáles eran las preguntas de la encuesta ni imaginar mis respuestas concretas a ellas.
Mis ínfimos quebrantamientos del DNU fueron las tres o cuatro o cinco veces que salí a correr con la bolsa de las compras bajo el brazo y el barbijo en la pera, la vez que me tomé dos colectivos sin pedir el permiso para ir a sacarme una radiografía y la vez que me tomé otro colectivo sin permiso para ir a lo de la dentista porque se me había hecho tarde para ir caminando. No sé si cuenta la media docena de veces que habré salido a caminar. Nada más.
Me vino a la mente el tiempo en que dejé el colegio, en mi temprana adolescencia, y mi familia se dio cuenta de que sin esa obligación no salía a la calle. Algo así me pasa cuando se me vuelve gigante lo banal y prescindible de cada cosa que me saca de aquí. Ellos deberían de haberse dado cuenta antes, mientras aún iba al colegio, de que no salía a la calle, salvo, justamente, para ir al colegio. Yo sé de antes que las veces que salgo forman parte de lo que la persona que más supo de mí llamó "las cosas que te inventás para no reventar". Pero cuando sucede el quiebre del statu quo y todo queda en tan bestial evidencia, cuando no tenés nada y tampoco tenés la forma de disimular esa nada, algo queda girando en vacío.
Los contactos estrechos que traté de entablar antes de que el virus circulara como circula ahora me enfrentaron al fracaso de la falta de respuesta en un teléfono tras otro (¿para qué mierda publicás tus servicios si cuando uno te llama no atendés?). El domingo que quise ir a correr anticipando el levantamiento de la prohibición marketinera y gestual que dispuso el gobierno de científicos, secundado por el intendente arrastrado y trepador, dormí mal y estaba sin energía, y no pude aprovechar el clima razonablemente agradable. Las ganas de ir a sacar fotos -esa forma de intentar existir en otro lado; en otro lado de la web, porque mi existencia es solo de bits- se van diluyendo. Y nada más. No tengo más.
Creo que la encuesta no hablaba de romper la cuarentena por trabajar, sino sólo por ver a familiares y amigos. Como no tengo trabajo fijo, una tarde voy a ver si están abiertos los depósitos donde a veces vendo papeles viejos para sumar un ingreso: están todos cerrados. No sé dónde mierda venden los cartoneros que últimamente han reaparecido, pero donde yo suelo vender todos los negocios tienen las persianas bajas. Tampoco eso puedo.
Mientras escribo este párrafo, los fascistas de cotillón a los que todos acatan (o simulan acatar) amenazan con prohibir las reuniones por el Día del Amigo, con caerles "con todo el peso de la ley" a quienes se reúnan por esta fecha. Otra prohibición más que no puedo romper porque no tengo cómo. Y qué bueno que el encierro comenzó después del 14 de febrero, si no capaz que amenazaban con perseguir a los que querían celebrar cogiendo. Es obvio que en esa fecha tampoco habría podido romper la prohibición. Es casi igual de obvio que tampoco podré romperla si la extienden hasta el próximo San Valentín.
No sé cuáles son las prohibiciones o regulaciones vigentes al día de hoy respecto de la actividad inmobiliaria, pero es lo mismo. Hace seis años que se murió mi viejo, hace más de dos que resolvió la sucesión, y seguimos acá. Nunca dimos ni un paso para salir (bueno, yo traté de dar alguno, pero me deprimí muchísimo). Y sigo en esta casa de mierda, en esta vida de mierda, rehén del muerto y de la viva hasta que tenga 80 años. De tanto no poder, ya perdí la capacidad de imaginar lo más elemental de cómo podría ser esa mudanza con la que fantaseo desde 1993. Ya es tarde. Hace tiempo que es tarde, pero cada vez es más notorio.
Todos los días iguales, veinte días esperando un mail que no llega, una semana esperando un mensaje por el mismo asunto que tampoco llega, el mail de la dentista que tampoco llega, y ya pasó un mes. Hecha la recorrida por esos sitios, podría darle fast forward a la vida hasta el día siguiente. Cuando se repetiría el ciclo. Y cuando llegue alguno de esos mensajes, ya, a esta altura, ninguno de ellos me va a llevar al lugar que yo quería.
Sigue creciendo la cuenta mental que a veces, antes de todo esto, sacaba cuando me caía la ficha de que llevaba muchos días sin hablar con (casi) nadie, (casi) sin salir a la calle: "en la última semana hablé con una persona, dos personas, cero persona, cero persona, tres personas, una persona, una persona". Teniendo en cuenta que vivo con una persona, las otras suelen ser el portero o un vecino que me cruzo en la entrada del edificio, alguien que en la calle me pregunta cómo llegar a una dirección, la cajera del supermercado: casi siempre ese tipo de diálogos.
Pero ahora la cuenta lleva meses de una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, cero persona, una persona, dos personas, una persona, una persona, una persona, una persona, cuatro personas (¡fui al dentista!), una persona.
¿Cuál es el límite, hasta dónde tolero? ¿Cuáles serán las consecuencias de tolerar? De tolerar esto nuevo, y también lo de siempre.
No sé qué quería decir, aparte de la mera descripción. Tal vez eso, que la obligatoriedad lo hace más notorio. O tal vez no haya más que la mera descripción. Un registro de estas formas de la exclusión. El encierro es homogéneo, irrompible, no estatal.

domingo, 5 de julio de 2020

Un cover de Patricio Foglia

no quedaron fotos
de nosotros dos juntos
pero todavía estamos
en los escalones sucios
frente a la plaza del Congreso
la tarde del vendedor
insistente de Hecho en Buenos Aires,
como si el tiempo se hubiese detenido
y fuera posible conservar
un poco de esa luz todavía.                      

Crossroads

Crecí leyendo El Gráfico. No me lo compraban siempre, sino sólo a veces, algunos años más que otros. Si pongo nombres propios, será fácil -y desolador para mí- ubicarlos temporalmente. Como sea, los ordeno y veo que de algún año hay muchos y de otros, muy pocos. No sé si yo pedía que me lo compraran, si era una decisión de mi padre o mi madre comprarlo, y, en ambos casos, también desconozco el motivo.
Con los años, sí, mi viejo sumó al encargo del diario diario (es decir, de todos los días) El Gráfico cada martes. Y así tengo la colección completa de, digamos, ocho años. Algún día esos ejemplares también pasarán por Mercado Libre.
Como sea, era una forma de asomarme a un mundo que sólo conocía por la radio, un mundo extraño y, a la vez, cautivante, quizá por ser la única forma de traer algo de afuera a mi niñez. En ese entonces no había televisor en casa y todo era tan desconocido que cuando los relatores decían "cuadro chico" y "área chica" yo no comprendía que hablaban de lo mismo, y si dibujaba una cancha hacía cuatro rectángulos junto a cada arco: el área chica, el cuadro chico, el área grande, el cuadro grande...
Parte importante de aquella fascinación primitiva era dada por la síntesis de la fecha que ocupaba dos páginas contiguas de la revista. Incluía las formaciones de cada equipo (con los años agregaron a los suplentes que no ingresaban), el puntaje de cada jugador, el calificativo del partido (¿qué era mejor en la escala: "mediocre" o "discreto"?), una brevísima reseña y la foto de la figura del match en la parte inferior.
A veces las recortaba y armaba partidos en mi cama, que tenían una bolita como pelota y a mí como relator. A veces hacía lo mismo con las figuritas que coleccionaba (como la tarde del día del terremoto), a veces con las cartas del Tope & Quartet.
Después hubo tele, después hubo partidos de Primera televisados en directo; después, el descubrimiento de poner la tele con el volumen en cero y escuchar la radio. En ese trayecto, en algún momento de mi niñez ya pubertad, se me ocurrió hacer algo parecido a la síntesis de El Gráfico. Veía el partido, anotaba la formación, calificaba a los jugadores, anotaba las jugadas de riesgo, y, si la memoria no falla, también escribía la reseña. No quedó ninguna de ellas, a las que, creo recordar, tipeaba en el dorso de los recibos de un talonario en desuso. Si las encontrara, las subiría acá, como hice con algunas crónicas que encontré de las carreras de Palermo o San Isidro que, unos años después, pasaban los domingos en canal 11.
Lo que es seguro es que, para ser bien preciso con el puntaje, para no dejarme llevar por una jugada, por un gol o un buen momento de un player en un partido luego de haber pasado un largo rato sumido en la intrascendencia, calificaba a cada jugador dos veces por tiempo, y al final sacaba el promedio de las cuatro calificaciones.
Así hasta que una vez el comentarista Ricardo Ruiz, un cuatro de copas que laburaba con Víctor Hugo, un rancio peronista que todavía, viejo y soberbio, trata de seguir vigente como chupamedias de la AFA, dijo, como al pasar, y para quejarse de lo malo que le resultaba el cotejo, algo así como que "nadie que sepa de fútbol puede decir que hubo una situación de gol". Y yo había anotado más de una, no recuerdo cuántas, tal vez dos o tres. Fue tan drástico, tan terminante, que en ese momento, al que recuerdo aún hoy, más de una vida después, primero me sentí para el orto y de inmediato decidí abandonar este entretenimiento. Y tal vez muy pronto haya tirado los recibos con las síntesis al dorso, tal vez por eso no haya quedado ni una.

Crecí escuchando música. El rock también era algo lejano, tan lejano como deseable, como una promesa imprecisa... Leo Rivas en Radio Colonia pasaba de todo, desde el dúo Mocedades hasta "Pedro Navaja", e incluso rock, incluso La Biblia de Vox Dei (cuyo casete me compraron mis padres, y, tiempo más tarde, en un ataque de anticlericalismo, le taché con birome todas los nombres religiosos que tenía), el primer casete (Dynasty de Kiss), MPPM (si aclaro la sigla, habrá, de nuevo, una referencia temporal abrumadora), el nombre Barón Rojo, algún compañero de colegio desafinando "Mal romance", el programa de Badía en la FM de Rivadavia y la primera vez que escuché "Smoke on the water". Casetes de mala calidad, cintas cortadas pegadas con cinta scotch, cosas así. (El radiograbador portátil en la mesa de luz, en el mismo punto del espacio donde ahora pongo mi mano, tocando el aire).
Crecimos con esa música, nos daban forma esos sonidos y lo que creíamos ser escuchándolos. Después descubrí a Julio Guichet, que pasaba material rarísimo sin pisar las canciones, llegaron las radios de baja potencia, los TDK se hicieron accesibles, conocí a la gente de la radio suburbana esa, y entonces compraba vinilos así tenía algo para llevar, algo que justificara mi ida allá. Por fin, los compacts, con su promesa de perfección y eternidad: miles de dólares gastados, tal vez miles de kilómetros caminados recorriendo disquerías.

El otro día un youtuber más analizador que reaccionador de canciones pasó el link de un test online para evaluar algunas capacidades musicales, algo así como un IQ musical. La prueba consta de tres partes: en una te ponen una docena de pares de clips de audio con gente cantando y tenés que decir cuál desafina; en otra, algo similar con melodías, para identificar cuál se va de rango, y la última se centra en el ritmo, cuál de los clips está fuera de tempo.
Hice la prueba, la hice con auriculares, como recomendaba la página, para que saliera mejor. Pasé unos veinte o veinticinco minutos de mi vida allí, y, como a medida que vas respondiendo te dice si lo hiciste bien o mal, no me pareció que fuese tan un desastre, calculé que estaría por la mitad de la tabla. Pero no. Saqué un puntaje que me dejó en el 15% peor de los que hacen el test. Y mi ánimo se disolvió.
Comprobé, otra vez, que soy la nada. Eso es lo que soy, nada: una fantasía que va en paralelo a la realidad y, que tarde o temprano, en el crossroads, se choca con ella de un modo salvaje, aunque todo el tiempo todos lo intuyen y seguramente sólo sucede con los que disimulan bien. Como cuando la persona que te gusta dice "mi novio", como cuando encontrás una foto en el stalkeo y caés en que nunca vas a sacarte una así, como cuando todo viene dentro de cierta normalidad y de pronto alguien hace un comentario sobre mi carencia de teléfono celular, y en el tono de media palabra sabés que te están bardeando. Como cuando de tanto stalkear llegás a su Pinterest y ves que el título de una de las cinco o seis categorías que tiene es "bebé".
No sé si voy a volver a escuchar música, seguro que no lo haré con el entusiasmo de antes. Algo está roto, y yo -siempre- estoy afuera.

Relación extraña

Hablabas de la mañana en que te echaron del colegio por ir con un tatuaje de los Guns en la cara. Te acordaste de la piba que se suicidó porque los viejos no la dejaron ir al recital, dijiste su nombre con la naturalidad y la certeza que yo podría usar cuando menciono a un nueve de mi equipo en los tempranos 90.
Era Corrientes, pasando Callao -vereda norte- y comentaste algo de mi aliento a barritas de cereal sabor manzana, esas que yo venía comiendo para mantener mi glucemia en condiciones.
Esperando el semáforo frente a la estación, antes de cruzar la última calle, no sé cómo -quiero creer que te pedí permiso-, te di un beso en el esternón. Fue lo más cerca que esa noche mi boca estuvo de la tuya. Así de extraña era la relación que teníamos.