miércoles, 29 de julio de 2020

Aislamiento obligatorio

Cada vez salgo menos de la cama, y, como no tengo tele en mi habitación, cada vez veo menos tele. Podríamos dejar de pagar el cable -igual que el teléfono fijo-, si, total, la mayoría del contenido audiovisual que consumimos está en Youtube... Pero esta vez estoy comiendo frente al televisor, y aparece una entrevista a la encuestadora Mariel Fornoni en la cual menciona que más del 80% de la gente está a favor de la cientocuarentena, pero que un número similar admite haber violado el aislamiento.
Supongo que para mitigar el tedio, me sale preguntarme qué habría dicho yo si me encuestaran. Obviamente una respuesta militante, un me cago en la prohibición de correr cuando está claro que correr no contagia, alguna referencia a los objetivos inalcanzables que pusieron para acceder a la "fase 5", cosas así. Pero como los tiempos televisivos no permiten que la señora se extienda sobre el asunto, no puedo saber cuáles eran las preguntas de la encuesta ni imaginar mis respuestas concretas a ellas.
Mis ínfimos quebrantamientos del DNU fueron las tres o cuatro o cinco veces que salí a correr con la bolsa de las compras bajo el brazo y el barbijo en la pera, la vez que me tomé dos colectivos sin pedir el permiso para ir a sacarme una radiografía y la vez que me tomé otro colectivo sin permiso para ir a lo de la dentista porque se me había hecho tarde para ir caminando. No sé si cuenta la media docena de veces que habré salido a caminar. Nada más.
Me vino a la mente el tiempo en que dejé el colegio, en mi temprana adolescencia, y mi familia se dio cuenta de que sin esa obligación no salía a la calle. Algo así me pasa cuando se me vuelve gigante lo banal y prescindible de cada cosa que me saca de aquí. Ellos deberían de haberse dado cuenta antes, mientras aún iba al colegio, de que no salía a la calle, salvo, justamente, para ir al colegio. Yo sé de antes que las veces que salgo forman parte de lo que la persona que más supo de mí llamó "las cosas que te inventás para no reventar". Pero cuando sucede el quiebre del statu quo y todo queda en tan bestial evidencia, cuando no tenés nada y tampoco tenés la forma de disimular esa nada, algo queda girando en vacío.
Los contactos estrechos que traté de entablar antes de que el virus circulara como circula ahora me enfrentaron al fracaso de la falta de respuesta en un teléfono tras otro (¿para qué mierda publicás tus servicios si cuando uno te llama no atendés?). El domingo que quise ir a correr anticipando el levantamiento de la prohibición marketinera y gestual que dispuso el gobierno de científicos, secundado por el intendente arrastrado y trepador, dormí mal y estaba sin energía, y no pude aprovechar el clima razonablemente agradable. Las ganas de ir a sacar fotos -esa forma de intentar existir en otro lado; en otro lado de la web, porque mi existencia es solo de bits- se van diluyendo. Y nada más. No tengo más.
Creo que la encuesta no hablaba de romper la cuarentena por trabajar, sino sólo por ver a familiares y amigos. Como no tengo trabajo fijo, una tarde voy a ver si están abiertos los depósitos donde a veces vendo papeles viejos para sumar un ingreso: están todos cerrados. No sé dónde mierda venden los cartoneros que últimamente han reaparecido, pero donde yo suelo vender todos los negocios tienen las persianas bajas. Tampoco eso puedo.
Mientras escribo este párrafo, los fascistas de cotillón a los que todos acatan (o simulan acatar) amenazan con prohibir las reuniones por el Día del Amigo, con caerles "con todo el peso de la ley" a quienes se reúnan por esta fecha. Otra prohibición más que no puedo romper porque no tengo cómo. Y qué bueno que el encierro comenzó después del 14 de febrero, si no capaz que amenazaban con perseguir a los que querían celebrar cogiendo. Es obvio que en esa fecha tampoco habría podido romper la prohibición. Es casi igual de obvio que tampoco podré romperla si la extienden hasta el próximo San Valentín.
No sé cuáles son las prohibiciones o regulaciones vigentes al día de hoy respecto de la actividad inmobiliaria, pero es lo mismo. Hace seis años que se murió mi viejo, hace más de dos que resolvió la sucesión, y seguimos acá. Nunca dimos ni un paso para salir (bueno, yo traté de dar alguno, pero me deprimí muchísimo). Y sigo en esta casa de mierda, en esta vida de mierda, rehén del muerto y de la viva hasta que tenga 80 años. De tanto no poder, ya perdí la capacidad de imaginar lo más elemental de cómo podría ser esa mudanza con la que fantaseo desde 1993. Ya es tarde. Hace tiempo que es tarde, pero cada vez es más notorio.
Todos los días iguales, veinte días esperando un mail que no llega, una semana esperando un mensaje por el mismo asunto que tampoco llega, el mail de la dentista que tampoco llega, y ya pasó un mes. Hecha la recorrida por esos sitios, podría darle fast forward a la vida hasta el día siguiente. Cuando se repetiría el ciclo. Y cuando llegue alguno de esos mensajes, ya, a esta altura, ninguno de ellos me va a llevar al lugar que yo quería.
Sigue creciendo la cuenta mental que a veces, antes de todo esto, sacaba cuando me caía la ficha de que llevaba muchos días sin hablar con (casi) nadie, (casi) sin salir a la calle: "en la última semana hablé con una persona, dos personas, cero persona, cero persona, tres personas, una persona, una persona". Teniendo en cuenta que vivo con una persona, las otras suelen ser el portero o un vecino que me cruzo en la entrada del edificio, alguien que en la calle me pregunta cómo llegar a una dirección, la cajera del supermercado: casi siempre ese tipo de diálogos.
Pero ahora la cuenta lleva meses de una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, una persona, cero persona, una persona, dos personas, una persona, una persona, una persona, una persona, cuatro personas (¡fui al dentista!), una persona.
¿Cuál es el límite, hasta dónde tolero? ¿Cuáles serán las consecuencias de tolerar? De tolerar esto nuevo, y también lo de siempre.
No sé qué quería decir, aparte de la mera descripción. Tal vez eso, que la obligatoriedad lo hace más notorio. O tal vez no haya más que la mera descripción. Un registro de estas formas de la exclusión. El encierro es homogéneo, irrompible, no estatal.

2 comentarios:

Y.o. dijo...

Me parece que me enfermé.
La puta madre que lo parió.

y.O. dijo...

Sí, pero parece que no era grave.
Cualquier dolor, más si es en el aparato respiratorio, nos aliena más de lo razonable.