Durante un rato largo se repetían en el boliche las cargadas homofóbicas, en especial de un pibe a los de la única mesa que había en ese sector del salón, rodeada por los asientos de la pared. Los que estábamos sentados en ellos vimos cómo un chabón medio gordo de remera azul, largos shorts blancos y ojotas, y postura pendenciera (un siglo atrás, diríamos compadrita) saltó de repente de esa mesa y fue a cagar a palos al pibe de las cargadas, que estaba del lado de la pared, enfrente nuestro, aunque más cerca de la entrada.
Al toque se armó un tumulto como el de los dibujitos animados, en el que no se divisaba qué ocurría bajo el torbellino de cuerpos. Uno de los participantes del cachengue decía “Felá, felá” (sic), o tal vez era otra palabra que no comprendí cabalmente.
La siguiente mirada muestra al de remera azul, más colorado que antes, lo que resalta su pelo muy corto, fuera de la tolvanera, pero manteniendo la mirada en ella y la actitud de pendencia.
El bardo se traslada a lo que serían las cercanías de la entrada: es un scrum donde finalmente se divisa que entre varios sostienen al pibe aquel en cuatro patas: veo sus muslos desnudos y peludos. El apelotonamiento de cuerpos y caras también está integrado por una chica. Un chabón se ubica detrás, de rodillas, y parece que se esmerara en algo. Desde nuestro lugar la escena no es explícita.
Salen de cuadro y los que nos quedamos en nuestros lugares actuamos la naturalidad que impone el horror.
Me pregunto si era un boliche o una cárcel.
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