Caigo en un ciber para actualizar este blog. La china que atiende me asigna una máquina junto a un sesentón gordo que juega en un casino virtual, y por media hora, contra reloj, encorvado y abstraído, copipego estas cosas en la semipenumbra del local.
En ese lapso el viejo de camisa clarita fuma tres cigarrillos. No tengo ganas de discutir ni de perder tiempo, y no le digo nada: sólo lo miro con un fastidio que no registra, y trato de esquivar el humo.
Termina un cigarro, llama por celular; vuelve a jugar. El reflejo verde de la pantalla de su PC tiñe la visión periférica de mi ojo derecho.
Publico el último post, le pago a la china y vuelvo al sol.
Tal vez no seamos muy distintos.
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