En varios lugares de la ciudad han aparecido últimamente recordatorios de “detenidos-desaparecidos”: placas al pie de árboles tan nuevos como resecos, otras que los consagran como epónimos de diversas plazoletas, baldosas multicolores avisando en las veredas que allí vivó Fulano de Tal, “militante popular”.
Tenemos aquí el primer problema, la categoría “militante popular” fue creada ex post y en ella se engloba –y difumina– un sinnúmero de actividades. Por ejemplo, entre esos “militantes populares” sin duda había una buena cantidad de integrantes de organizaciones revolucionarias cuyo modus operandi contemplaba el secuestro, la tortura y el asesinato, incluso el de niños. Omitir su pertenencia a esas organizaciones y su participación en la lucha armada, callar que estaban dispuestos a dar la vida, y también a quitarla, es ningunear su decisión; es una miserabilidad marketinera que trata de recortar la realidad y hacer un collage más comprable por las mayorías, que no aprueban los métodos violentos.
Entonces, queda mejor decir que aquí vivió un “militante popular”, y no un miembro de Montoneros, las FAR, etc. Esta movida era comprensible cuando las Madres callaban la militancia armada de sus hijos frente a la Comisión Interamericana de DD. HH. en 1979, según admitió una de sus integrantes, reporteada con motivo de los 30 años del golpe. Después, trocó en la mierda de Fernández Meijide, que hizo su carrera política con la sangre de su hijo, afirmando que “se lo llevaron por equivocación, lo confundieron con otro del mismo nombre que estaba en una agenda”.
Como parte de ese bombardeo publicitario, he/mos oído hasta cuestionarla la mentira de que sólo el Estado puede violar los derechos humanos; el reclamo de “los hubieran juzgado”, que omite maliciosamente que hubo juicios, que se condenó a los guerrilleros, que estos forzaron la amnistía el día que asumió Cámpora y que al salir fueron y mataron al juez Quiroga, a Mor Roig, etc.; o la afirmación de que el terrorismo estatal es peor que el particular.
Sobre esto último, una trampa discursiva con la que buscan librarse de culpas y de posibles procesos, no tengo dudas de que el terrorismo que tiene como fin hacerse con el poder del Estado es tan condenable como el que se ejerce para mantenerlo: si alguien secuestra, tortura y mata para llegar al Estado, revela en su accionar que tolera esas prácticas, y resulta evidente que seguiría ejercitándolas en el caso de disponer de los recursos estatales.
El otro extremo de la versión para niños es el de Hebe de Bonafini, para quien “no se los llevaron porque sí, se los llevaron porque eran revolucionarios”. Eso, además de poner al aparato represivo en un lugar de infalibilidad, abre la puerta al tema de la necrofilia partiendo de una falacia: se llevaron a los buenos (a “lo mejor de una generación”, dicen los incansables vendedores de humo), y los que quedaron, con Firmenich a la cabeza, son los malos o los traidores… En realidad, mataron a los que mataron, y a los que no, no, por las miles de razones que en una guerra como esta pueden producirse.
El otro asunto es la necrofilia. La fascinación por la muerte, basilar en esa militancia, parece anticipar el fracaso de la acción armada: se remonta al deseo de “seremos como el Che”. Sí, como el Che: serán remeras, entonces; o pósteres. O cadáveres.
¿Por qué no recordar también a los vivos? ¿La muerte es un mérito, o es que la culpa los abruma? ¿Por qué no poner en la calle Constitución una baldosa que diga “aquí vive Susana Malacalza, de la mesa directiva del PRT-ERP”? ¿Por qué no poner placas en la oficina de Verbitsky, en el despacho de Obeid, en la banca de Remo Carlotto?
En este sentido, vemos que hay un par de innombrables (Galimberti, Firmenich) y muertos cuasi canonizados. Los sobrevivientes rara vez se hacen cargo en público de su historia y de sus decisiones (historia que incluye la disposición de matar gente, o el recibir órdenes de Firmenich. Digo, si era tan malo, si era un infiltrado, ¿por qué prohombres como Walsh o Urondo o Bonasso recibían órdenes de él?).
Hay un silencio enorme al respecto, sólo roto por la historia oficial light versión Abuelas, y pocos, casi ninguno, se hace cargo de haber tomado las armas y de la visión absurdamente pueril de “yo no combatía por mis hijos, yo no combatía por el futuro; yo pensé que ganábamos” (Malacalza dixit). Nena, ¿vos sabías lo que pasaba del otro lado de la cordillera?
Por lo demás, la mariconada de la queja ante la respuesta masiva del aparato represivo también fatiga. ¿Qué pretendían, que militares y policías permitieran que los mataran a ellos y a sus familias? ¿Que quienes detentaban el poder del Estado, democráticamente elegidos o no, permitieran que otros grupos se hicieran con sus ventajas?
¿O es que esa mariconada también forma parte de la movida publicitaria? Eso es el Estado, chicos. No se ofendan, pero todos los Estados son eso: EE. UU., el ilegitimo ente siongenocida, la RDA; Francia, que juzga a los represores argentinos a los que les enseñó a torturar, pero libera a los suyos… ESO es el estado.
Y el que reivindica la solución de los conflictos por medio de la violencia tiene que bancarse que venga uno más violento y lo haga mierda. Vos querías resolverlo a las piñas, y vino Tyson y aniquiló tu accionar: ¡bancatela!
(Esa es otra construcción: se redujo a la nada el accionar revolucionario, de acuerdo con lo mandado por el gobierno democrático, para lo cual fue necesario reducir a la nada a muchas personas, como en toda guerra: pero no a todas. Está lleno de ex revolucionarios que no fueron aniquilados y que continúan viviendo y lucrando. Eh, luchando…).
Visto lo cual esperamos con ansias las plazoletas con los nombres de los fusilados en La Tablada.
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1 comentario:
El otro día pasaron de nuevo el programa ese de María Moreno con Susana Malacalza en Ciudad Abierta.
Lo agarré empezado y me perdí la frase esa, pero me llamaba la atención como todo el tiempo se frenaba para no hablar. Onda que arrancaba con algo y al toque te dabas cuenta de que se medía para no hacer una declaración inconveniente.
Igual, dejó una que rescaté: hablando de cuando se había exiliado en México, 1980 aproximadamente, dice: "Cuando comenzó la llegada (a México) de compañeros que habían estado desaparecidos y que habían aparecido" comenzaron los recelos : "¿Qué había pasado con esos compañeros que habían aparecido?"...
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