Ningún lugar mejor que Pekín/Beijing para recibir a los Juegos Olímpicos.
Los atletas, esclavos de sus espónsores y de sus Estados, competirán para ver cuál se dopa mejor, lo que se verificará cuando el dóping no sea detectado.
(A Ben Johnson lo descalificaron, lo suspendieron y lo inmortalizaron como un tramposo en Seúl 88. Florence Griffith-Joyner ganó la versión femenina de la misma prueba con un récord que aún no se mejoró, y comparando las fotos que registraron su triunfo con las de los JJ. OO. de 1984, donde era una atleta del montón, se nota el formidable crecimiento de su masa muscular. Griffith-Joyner murió antes de cumplir 40 años como consecuencia de una enfermedad cuyos síntomas eran compatibles con los que provoca el uso de esteroides).
Al fin y al cabo, de eso se trata el espíritu olímpico: de espónsores que tienen trabajadores esclavos, de atletas esclavizados que usan ropa deportiva fabricada por esclavos, de himnos nacionales y banderas.
¿Y qué mejor, entonces, que un país caracterizado por no valorar la vida humana ni el medio ambiente, que lleva adelante persecuciones políticas, religiosas y étnicas, que funda buena parte de su crecimiento económico en la competitividad basada en el trabajo esclavo, que sofistica la censura ayudado por Microsoft, Yahoo y Google; qué mejor, digo, que China para recibir a los Juegos Olímpicos? ¿Hay una sede mejor para el cruce paroxístico entre el espectáculo deportivo de masas y el Estado?
Sobre todo eso, y sobre el olvido de los derechos humanos, pasados de moda en Occidente, los espónsores harán negocios y presentarán a China como ejemplo de superación, modernidad y crecimiento.
Tal vez enciendan el pebetero con un disparo del cañón del tanque ante el cual se paró el chino aquel que salió en la foto famosa de Tienanmen.
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