Este anhelo pueril suele enunciarse, vacío de contenido, cuando se habla del conflicto palestino-israelí. ¡Cómo si alguien no quisiera la paz! (Cómo si los palestinos, o los grupos radicales palestinos, no la quisieran, que muchas veces eso es lo que subyace en discursos presuntamente neutrales sobre el tema). ¡Cómo si el voluntarismo hiciera desaparecer mágicamente las múltiples y filosas aristas de que consta el asunto!
Bush en Annapolis, Kristina reunida con los cancilleres árabes, declarantes de ocasión, todos se llenan la boca con palabras bienintencionadas que nada aportan, salvo hastío y frustración, y la revelación de que nada distinto puede esperarse de quienes las pronuncian.
Un tema que se desprende de ellas es qué paz: no puede haber paz sin justicia, y el acercamiento al tema con parcialidad se nota en la misma enunciación, cuando, entre las cuestiones básicas referidas a él, se incluye la preocupación por la seguridad de Israel –país que posee armas químicas y nucleares–, pero nada se dice de la seguridad del futuro Estado palestino.
El primer asunto en la formación de un Estado es el territorio: los palestinos han debido resignarse a reclamar los territorios ocupados ilegal e impunemente por Israel en la guerra de 1967, Gaza y Cisjordania (incluyendo en ella el sector oriental de Jerusalén), es decir, un 22% de la Palestina británica.
En estos territorios, Israel desarrolló una política de colonización, echando a los palestinos de sus tierras y construyendo asentamientos que, en realidad, son mini ciudades. Más de 200.000 israelíes viven en esas colonias, que se han ampliado enormemente después de la firma de los acuerdos de Madrid y de Oslo, de la “hoja de ruta”, etc., y que siguen creciendo, a veces con la anuencia explícita del presidente Bush Jr., y siempre con el consentimiento implícito de EE. UU. y del resto de la comunidad internacional.
Las colonias en Cisjordania han crecido tanto y en lugares tan estratégicos que la política israelí de hechos consumados parece irremediable, y a menudo se habla de que Israel mantendrá los principales bloques de asentamientos, compensando a los palestinos en un hipotético acuerdo con tierras del actual territorio israelí. Esta, que parece ser la alternativa de máxima para los palestinos al respecto, contemplaría dos opciones: tierras cercanas al desierto, de mucha menor calidad que las cisjordanas, o un sector galileo poblado mayoritariamente por palestinos con ciudadanía israelí. La última parece revelar una intención israelí de quitarse de encima la población árabe de su territorio, tal vez en busca de una homogeneidad étnica, religiosa, cultural, etc.
Las pocas colonias de Gaza, por su parte, fueron desalojadas unilateralmente por Israel hace un par de años en una medida con diversos objetivos: reducir el gasto que implicaba la defensa de esos poblados, pasando a controlar Gaza desde la frontera terrestre y marítima y por el espacio aéreo; administrando la provisión de suministros a piacere (de electricidad a comida) y procurando un enfrentamiento interno entre palestinos, lo que lamentablemente ha ocurrido.
Vinculados directamente con la cuestión territorial hay dos asuntos que no suelen mencionarse: el acceso a las tierras fértiles y el acceso al agua, elementos escasos en la región y de crucial y creciente importancia. Anejo al tema del territorio, deberá resolverse el del muro levantado por Israel en los últimos años en el límite con Cisjordania y dentro de esta, cuya construcción requirió un gran número de expropiaciones de tierras de palestinos. El muro, construido para impedir la infiltración de palestinos en territorio israelí con fines violentos, según la versión oficial, deja del lado israelí tierras ricas y aísla ciudades y poblados palestinos, de modo coincidente con la idea de algunos políticos israelíes de dividir Cisjordania en una suerte de bantustantes cuya conexión solo se daría a través de rutas controladas por el ejército ocupante.
El muro, cuya imagen y concepto atrasa tantas décadas que parece haberse puesto de moda nuevamente (en Ceuta, en la frontera mexicano-estadounidense, etc.), fue declarado ilegal por la Corte de La Haya en una decisión que Israel desconoció y que, según uno de sus funcionarios, está destinada “al tacho de basura de la historia”.
La cuestión territorial tal vez deba abarcarse de un modo más amplio, buscando una solución integral que acabe también con la ocupación israelí en el territorio sirio de las Alturas del Golan y en las Granjas de Chebaa, asimismo ocupadas por Israel, y reivindicadas por los libaneses como propias.
A menudo se menciona como forma de resolver el conflicto la idea de que “todo lo árabe para los palestinos; todo lo judío para Israel”. Okey: el problema es… cuándo. Porque no es lo mismo “todo lo árabe”, y, por ende, “todo lo judío” en 1933, en 1954, en 1975, en 1996 o ahora. Un racista de los que forman parte del gobierno israelí y están a favor de la “transferencia de palestinos” –y no hablo sólo de Avigdor Lieberman, o del partido Moledet: la diputada Blumenthal, del Likud, que acompañó a Sharon en su paseo/provocación por la Explanada de las Mezquitas, y que vino a la Argentina a disertar en la AMIA, apoya esa solución– acordaría con esa postura… luego de deportar a todos los palestinos más allá del Jordán. “De acuerdo, todo lo árabe para ellos… Pero no quedó ningún árabe… Entonces, todo para nosotros”.
La capital que los palestinos reivindican para su Estado nonato es Al-Quds, Jerusalén oriental. Y ese es otro campo, seguramente el más simbólico, de desacuerdos. Jerusalén es la “capital indivisible” del Estado de Israel, de acuerdo con su propia declaración. La comunidad internacional, sin embargo, reconoce a Tel Aviv como capital israelí. Más allá de esto, cada centímetro (centímetro cuadrado y hasta centímetro cúbico) se discutirá arduamente, como se discutió, de modo vano y lleno de chicanas por parte de Barak –según admitió el propio Clinton– en Camp David. Nuevamente, la solución “todo lo árabe para los palestinos; todo lo judío para Israel” se revela insuficiente y pueril.
Otro tema que deberá resolverse, y que no suele mencionarse, es el de los presos palestinos, cerca de 11.000, detenidos en cárceles israelíes. Entre ellos, hay cerca de 50 miembros del Parlamento palestino, elegidos democráticamente por su pueblo. El más conocido es Marwan Bargouthi, el Mandela palestino, llamado a ser presidente del Estado palestino en su hora. De modo análogo, también tendrá que lograrse la liberación del soldado israelí capturado por milicias palestinas.
El adjetivo fundamentalista parece estar asociado únicamente al sustantivo islámico, como incipiente lo está a calvicie. Así, se descalifica a Hamas, partido que ganó las últimas elecciones palestinas, obteniendo para sí el cargo de primer ministro. (De paso, comentemos la ironía del destino acerca de los intereses foráneos en la región: EE. UU. presionaba en busca de la creación del cargo de primer ministro para no tener que negociar con Arafat, presidente de la ANP. Se creó ese cargo y ahora lo tiene Hamas: hay que tener cuidado con lo que se desea. De todas maneras, estuviera quien estuviera en el cargo, salvo un genuflexo, siempre encontrarían la excusa para no negociar). De esta forma, suele omitirse la existencia del fundamentalismo judío, y no solo me refiero a Baruj Goldstein, a Yigal Amir, o a algún otro “desequilibrado”, como el que incendió la iglesia de Nazaret. El propio Estado de Israel ha reiterado innúmeras veces a través de altos funcionarios –incluyendo al entonces premier y aún comatoso genocida Sharon– que “se trata de una tierra santa para tres religiones, pero Dios se la prometió sólo a los judíos”. Ese es el argumento último y nuclear que tienen los israelíes. Y, sin embargo, nadie los llama fundamentalistas, salvo, a veces, cuando lo esgrimen los colonos de Judea y Samaria.
Hamas tiene el poder en Gaza, tiene la legitimidad del voto palestino, y, seguramente, de percibir una real voluntad de negociación y un reconocimiento occidental, abandonaría (se vería forzado a abandonar) sus posiciones más radicales; pero mientras Gaza sea sometida, y toda Palestina lo sea, tiene argumentos más que válidos para resistir. Por lo demás, aun cuando EE. UU. permitió que el Consejo de Seguridad de la ONU condenara la última masacre israelí en Gaza, las voces que repudiaron los hechos, e incluso la difusión mediática de estos, fueron mucho menores que cuando gobernaba al-Fatah.
Una de las frases más indignantes que suelen escucharse en torno al tema es: “No habrá Estado palestino que emerja de la violencia”, generalmente pronunciada por EE. UU. y su comparsa occidental. Se omite adrede que el Estado de Israel surgió de la violencia terrorista que desplegaron grupos como Hagannah, Irgun, Stern, tanto contra objetivos palestinos, como contra británicos.
Estos grupos son responsables de un sinnúmero de muertes, además de haber perpetrado varias matanzas masivas de palestinos (la más célebre de las cuales es la de Deir Yassin), y el atentado con bomba en la sede del gobierno inglés en Jerusalén, donde murieron más de 90 personas, palestinos, hebreos y británicos entre ellos. Además, mataron al mediador de la ONU Bernadette, quien, una vez instaurado el Estado sionista, propugnaba el retorno de los refugiados palestinos a sus tierras. ¡Imaginemos qué pasaría ahora si un grupo palestino asesina a un funcionario de la ONU!
Suele admitirse el retorno de una parte de los 4,4 millones de refugiados palestinos al futuro Estado que tendría cerca del 20% del territorio histórico de Palestina. Quizá otros podrían volver a Israel, dependiendo del plan que se tome en cuenta.
No obstante, una de las primeras leyes que sancionó el Estado israelí fue la “Ley del Retorno”, que otorgaba la ciudadanía a todos los judíos que la quisieran. Así, un judío nacido en Rusia, en Francia o en la Argentina puede ser israelí, y tiene derecho a emigrar a esa tierra. En cambio, un palestino, nacido allí, o sus hijos, o, como mucho, sus nietos, no pueden volver.
Esto lleva a hablar de un tema que se calla todo el tiempo: la única manera que tienen los hebreos de ser mayoría en la región es a través de la limpieza étnica cometida en el tiempo de la creación de su Estado, y continuada con expropiaciones, más o menos masivas, a lo largo de las décadas, y sosteniéndose en la fuerza. Sin eso, no pueden ser mayoría. De hecho, ya no lo son: según un censo realizado en Palestina últimamente y difundido entre otros medios por CNN, habría un 50% de palestinos y otro tanto de hebreos en la Palestina histórica. Si a ellos les sumamos todos los refugiados que volverían, unos pocos a Israel, unos muchos al futuro Estado palestino según lo que se prevé –y no estamos hablando de que vuelvan todos–, amigos, temo decirles que… ¡no entran! Es inviable que en ese pequeño territorio que quiere asignárseles vivan apelotonados, y en constante crecimiento demográfico, millones de palestinos.
Pero, más allá de todo lo expuesto, la llave del problema está en el otro estado sionista, Estados Unidos, cuyos dirigentes, presionados –y financiados– por el lobby sionista de Nueva York y Washington, bloquean todo plan y todo proyecto que no concuerde con los intereses de esos grupos radicales, mucho más radicales que la mayoría de los hebreos israelíes. De esta manera, no queda claro si Israel es el gendarme de EE. UU. y del resto de Occidente en la región, o si EE. UU. es el país que sigue directivas a distancia.
Para lograr la solución enunciada es necesario abocarse seriamente a enfrentar problemas como estos, dejando de lado declaraciones que se revelan vacías y que procuran patear para adelante la solución del conflicto mientras un pueblo es colonizado, sojuzgado, cercado, hambreado y, de vez en cuando, masacrado por el Estado de Israel.
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