Te da laburo en negro.
No te dice que los pagos pueden atrasarse.
Y los pagos se atrasan cada vez más, cada mes más.
Primero te da la nota desgrabada; después, tenés que desgrabarla vos: ella se ahorra pagarle la desgrabación a la otra, pero a vos no te paga más.
Te hace ir cuatro veces para garparte 200 mangos de a puchitos (100, 50, 0, 50).
Te bardea diciéndote “genio”, “le vamos a dar el premio Nobel”, etc.
Abusa de una confianza que nadie le dio.
Te paga con un billete de 50 que tiene las medidas de seguridad adulteradas y te lo da doblado en cuatro para que no te des cuenta.
No te hace firmar ni un recibo informal.
Te vende todo el tiempo la posibilidad de que surjan nuevos laburos, de los cuales se concreta solo uno, por el que te paga 15 mangos (no, no hay errata). Es decir, el equivalente a menos de dos horas de trabajo doméstico.
Para tapar las mentiras que inundan su modus operandi, decide que las notas dejan de ser anónimas, pero, inconsultamente, ella o su obesa adlátere deciden que se firman con seudónimo. (Y seguís siendo tan invisible como cuando eran anónimas, y, salvo ella y la gorda bailarina, nadie sabe que laburás ahí, y no tenés modo de reclamar judicialmente, no solo por eso, sino porque es “antieconómico” recurrir a la justicia por 400 mangos, según dice el abogado que consulté).
No te dice que va a dejar de darte trabajos, pero lo hace, sin haber pagado los trabajos realizados y sin decir cuándo va a pagarlos.
Tenés que dejarle varios mensajes en el contestador –porque nunca atiende el teléfono– preguntando qué pasa, hasta que por fin dice (en realidad, le hace decir a su obesa empleada) que “la semana que viene” va a pagarte. “La semana que viene” es la semana más larga de la historia: dura más de dos meses.
Se escuda en la fama de quien la emplea y dice que el tipo no le garpó.
Tarda dos meses en pagarte 15 pesos (sí, no hay errata).
Arguye que se confundió y por eso te pagó de menos (bueno, lo arguyó su rechoncha esbirra) cuando pagó 115 de los 415 que correspondían según lo acordado verbalmente al comienzo de la relación, aquella noche en que, mientras hablábamos por teléfono, yo veía el capítulo de los Simpson en el que van a adoptar un bebé chino y, cuando me preguntó si quería cobrar por nota o por mes, le dije “por mes”.
Te amenaza con que va a contar que le reclamaste el pago y no vas a trabajar nunca más.
Te dice –con una convicción patológica– que hizo famosos a no sé cuántos y que la llaman desesperados para pedirle que les dé aire.
Te dice “poco profesional”, pero la que escribe mal los nombres de los periodistas es ella (y vos tenés que googlear medio internet para saber cómo se llama el chabón en cuestión y su ignoto programa o para averiguar si se trata de María Esther Sánchez o de María Isabel Sánchez, porque hasta eso confunde).
Finalmente, te dice que quiere verte para pagarte, pero varias veces te cambia el lugar y la fecha y la hora.
Te hace ir a un lugar y no está.
Te dice que te llama a tal hora, y pasan más de dos horas y no llama, y pretende que estés como una novia ansiosa esperando su llamado porque se enoja cuando finalmente llama y no la atendés.
Te dice que delegó en la otra persona el pago, usando el argumento que le diste en un mail que le mandaste (¡sé más original!). Eso ocurre en una conversación telefónica que, según la abogada con la que hablé después, seguramente estaba grabando.
Te llama siete veces seguidas –pero seguidas, eh– cuando durante meses no te llamó ni para decir que el laburo terminaba o seguía o qué pasaba.
Te manda un mail firmado por un abogado, “encargado de asuntos legales” de su empesa unipersonal, amenazando con acciones legales.
Te denuncia porque inventa una historia cibernética –sí, con los mismos argumentos del mail– y tenés que ir a la comisaría, ensuciarte los dedos, etc.
No podés probar nada de lo que decís acá, salvo, quizá, la relación laboral. Y ni siquiera tengo certeza de eso porque, casualidad, el 99% de los mails fueron con la gorda que laburaba para ella, no con ella.
Y encima no podés decir que es una garca del orto.
Ni una mafiosa.
Ni una judía de mierda.
(¿Ves? No se puede).
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