Hasta hace un par de años, entrar en un cíber era exponerse a la muerte inmediata por un fulminante cáncer de pulmón debido a la nube tóxica que emanaban los internautas fumadores, que, por lo visto, son mayoría entre los ciberusuarios…
Desde que se prohibió fumar en lugares públicos, la experiencia en esos sitios, en cafés, restoranes, etc., cambió radicalmente. Para mejor. De modo análogo, ¿no sería maravilloso poder caminar por la ciudad sin estar pendiente de esquivar los innumerables soruyos perrunos, los perros sueltos, sin correa ni bozal, que “no hace nada”… hasta que le pinta el ataque y te hace un agujero en la gamba?
Y no estar obligado a oír los escapes deportivos como los que oigo en este mismo instante (acelera, lo agarra el semáforo: frena; vuelve a atronar, vuelve a desaparecer, vuelve a atronar, desaparece y cuando vuelve a acelerar compruebo que mi deseo de un accidente que lo deje tullido no se cumple). El estéreo bombástico, el botellero con parlante, el de la Traffic de promociones… con parlante; el perro de mierda que me despierta sobresaltado varias veces cada mañana con sus ladridos, y su dueña de mierda, que hace lo mismo con su vocinglería y la de sus ruidosas visitas.
Y el perro de al lado que le contesta, y un eco multiplicado, como de cacerolazo, pero con ladridos.
Y la fucking contaminación visual, desde el enceguecedor parpadeo de los tubos fluorescentes hasta los hipnóticos y premeditados juegos de luces; desde el diseño hasta los omnipresentes carteles; desde los banners hasta la nueva moda televisiva que tapa lo que estás viendo con el logo del canal, el logo del programa, la hora y la temperatura, las noticias que pasan por abajo y la publicidad de otro programa que explota en el ángulo inferior de la pantalla y te tapa el momento clave de la escena.
Podrán decir que soy un soñador… O un pelotudo.
Y tal vez sea el único.
Pero estoy seguro de que nuestra calidad de vida sería muchísimo mayor.
Y de que es una cuestión de voluntad política.
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