Hace unos años, digamos una década, las minas lindas que aparecían en la tele y en las revistas eran modelos: Natalia Graziano, Andrea Bursten, Dolores Trull, Dolores Moreno, Lorena Ceriscioli, Catalina Rautenberg, Roxana Zarecki, Natalia Rackiewicz, Guillermina Valdés, Daniela Urzi, Bárbara Durand, Vicky Fariña, Dolores Barreiro, Lorena Giaquinto, Jackie Keen, Loli López, Marina Marré, Sole Solaro, una ya adolescente Nicole Neumann y unas incipientes Pampita, Denise Dumas, Susana Sadej (¿dónde quedó ese ojete?) o Lara Bernasconi.
(Agrego, a pedido, a Moira Gough, a Analía Maiorana, a Ana Paula Dutil y, ¡cómo pude olvidarla!, a Deborah de Corral).
Pasaron los años, y ahora los medios presentan como epítomes de belleza a gatos inflados a siliconas, morochas teñidas y petisas rescatadas de algún burdel, con el orto dilatado de tanto ser penetradas por el muñón de Sofo-beach: Fernanda Vives, Eliana Guercio, Claudia Fernández, Natacha Jaitt, Evangelina Anderson, Mónica Farro, Belén Francese, Adabel Guerrero o Wanda Nara, y, claro, la omnipresente Nazarena Vélez.
Me pregunto si ese cambio se debió a una modificación del gusto masculino, a un nuevo liderazgo en el manejo de la prostitución de muy alto rango (o a la aceptación social de toda la prostitución, ¿internet mediante?), a la muerte de algunos relacionistas, a la entente Rial-Sofobitch, reemplazada por la alianza Tinelli-Sófovich, o a que es más tobara poner en bolas a putitas como Mariana Diarco o Vanesa Carbone, que, además, llevan el quilombo en la sangre.
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