La mujer decide entrar al kiosco para cargar la cámara, y, en la vereda, el niño, que tendrá 4 ó 5 años, le reclama a su padre: “Pa, ¿me comprás algo?”.
No importa qué. Algo. No tiene hambre, o sed; ni un capricho. No quiere una cosa particular porque la vio en la tele, o porque la tiene un compañerito del jardín, o porque lo deslumbró un envoltorio colorido. Ni porque su deseo fue manipulado por el triunfo de un experto en marketing infantil. Algo.
Ese indefinido exhibe que su deseo, por el contrario, no es indefinido: apunta a la transacción, al consumo. No importa qué bienes se consuman, ni cómo será su disfrute, comestible e instantáneo, o compulsivo y fugaz, hasta que el rápido hartazgo los arrumbe o los rompa.
Algo. Lo que cimenta esa relación es el consumo, y el niño quiere algo que la ratifique. Algo.
Cuando crezca, tal vez estudie Económicas. Probablemente sea comerciante. Y, si no le cambia la cabeza de forma radical, será una mierda de padre.
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1 comentario:
hay que matarles
asi de simple
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