En menos de un año y medio –los dieciocho meses posteriores a su nacimiento–, la niña del departamento cercano dejó de recibir mimos, canciones, cariños y palabras como “princesa”, “preciosa” y “mi amor”.
Ahora, su abuela, con quien pasa la mayor parte del tiempo, y sus padres la consideran merecedora de amenazas, golpes y una retahíla de agresiones verbales, tales como:
Te voy a cagar a trompadas
¡Otra vez! La puta que te parió
Quedate quieta, quedate ahí. (Diez segundos después) ¡Correte, carajo!
Te pego en la mano
¿Querés que te pegue? ¿Querés que te pegue?
Te pegué, Victoria, te pegué
Estás insoportable
En la boca no, porque te pego
No hagas que te pegue
Las plantas no, porque te pego
¿Sos sorda? ¿Sos sorda, que no entendés?
Quedate quieta o te fajo
Lo que mejor sabe hacer es joder
No ve la tele, no juega con los chiches, lo único que hace es molestar
Asquerosa de mierda
Salí de ahí, carajo
Sacá la mano de ahí porque te acogoto
Te vas a caer
Tonta del orto
Basta, carajo
¿Sos sorda, carajo?
Te pego en serio
Te encierro en el baño
Te saco al pasillo
Te vas a caer y te voy a sacudir
Me saco la zapatilla y les voy a dar en el culo a los dos (a la criatura y al perro)
Todo tenés que tocar
Te voy a atar la mano
No me grités
No hablo más: te encierro en la pieza y te quedás ahí sola
Te dije que no te subas: ¿sos sorda?
Te voy a estrolar contra la pared
Sos dura, no entendés
Te voy a pegar / te voy a fajar / vas a cobrar
Sacá los pies de ahí porque viene el bicho y te come los dedos
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