Los estrepitosos ronquidos de la vieja conchuda de arriba me despiertan en el medio de la madrugada. Luego de maldecirla en silencio por infinita vez, me muevo en la cama. ClondePamela (cuando está desnuda) está despierta y me dice algo: los ronquidos no me permiten entender. “¿Qué?”.
–¿A vos también te despertó la vieja?
–See.
–Está enferma. No puede roncar tanto…
–Seee.
El perro hace unos ruidos, como saltando de la cama, y corre nervioso, dejando oír el sonido de sus uñas contra el parqué. Los ronquidos cesan, y, después de un lapso, inconmensurable en la oscuridad, comienza el toc toc de los pasos rumbo al baño.
Se oye el ruido del meo cayendo en el lago artificial del inodoro, un silencio, la descarga del depósito, que termina simultánea con el toc toc del retorno.
Los pasos concluyen justo sobre mi cabeza.
ClondePamela se mueve en la cama, tal vez girando sobre el eje de su cuerpo y acurrucándose, y trata de volver a dormir. En un par de horas el despertador perruno, o el teléfono sonando con la campanilla en máximo, nos obligará a levantarnos.
(Y, dormidos o despiertos, seguirá rebotando en nosotros el aire que esta vieja desplaza; seguirá su presencia, permanente y fatal, en mi casa).
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2 comentarios:
jajajajaja
no hay peronismo en una vieja meando, ni en la contaminacion auditiva nocturna.
me ha hecho reir tu entrada.
saludos
Me alegra haberte hecho reír. Y también (más) que me lo hayas dicho.
PD: Eres santiagueño hasta para escribir: por acá las cosas no “nos han hecho reír”, sino que “nos hicieron reír”. :p
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