No me preocupa que Mauricio Macri y Eduardo Feinmann, entre otros, tengan la misma postura que yo ante el cierre de la calle Bartolomé Mitre. Sería bastante pelotudo de mi parte cambiar mi modo de ver un tema a raíz de lo que dicen personajes antipáticos.
Además, tanto Macri como Feinmann no se animan a decirles a estos tipos, los “familiares de Cromañón”, que son unos patoteros extorsionadores llenos de culpa que usan argumentos falaces e inadmisibles, cambiando, por ejemplo, el tema de la discusión: “Hay razones de memoria y de justicia para que no se abra la calle”, dijo el extorsionador Iglesias, y junto con otros denunció que en las inmediaciones funciona un hotel alojamiento donde “se hace trata de blancas”, venta de drogas en la plaza y una terminal de ómnibus “clandestina”. “Parece que lo único que preocupa es el tránsito”, señalaron. Del mismo modo, podríamos decir que lo único que les importa a ellos es esa zona, y no todos los lugares similares que hay en la ciudad. (Y otro boludo de los que dice que “la calle Mitre es de los pibes”, uno de esos que siguen usando la palabra “masacre”, amenaza con “ponerse en campaña” si se reabre la calle. ¿Campaña de qué, pelotudo?).
Últimamente, estas personas hablan de ceder el control de la calle cuando termine el juicio. Y si el juicio, como supongo, no termina en un veredicto que ellos puedan llamar justo (básicamente porque lo único justo para ellos es el linchamiento de Chabán), se rasgarán las vestiduras y las pancartas, y las zapatillas colgadas de los cables, y seguirán usurpando el espacio público.
La verdad, la realidad, la memoria, la justicia son construcciones, arduas y afanosas construcciones; no va a descender un deus ex máchina para determinar, impoluta y perfectamente, las responsabilidades de cada uno en porcentajes centesimales. Y la construcción que parece prevalecer es la de que Chabán ha tenido suficiente encarcelamiento, y tendrá suficiente condena social (y espiritual) el resto de su vida, y, así, finalmente será condenado por un delito leve. Esto se presume a partir de la decisión política de no revelar su paradero con el fin de protegerlo del desenfreno iracundo de estos manifestantes. (Desenfreno que tomó como modelo otros desenfrenos permitidos y alentados desde los medios, el poder político y el bien pensar setentista, que, a la hora de escribir estas líneas, temo que le depare más horas aciagas al conjunto de los habitantes de este país).
Estos cortadores de calles procuran, a su vez, imponer su construcción simplificadora y simplificada, que los exculpa, a ellos y a los suyos, dejando solo dos responsables, Chabán e Ibarra, quien encarna la abstracta corrupción que “mató a nuestros chicos”… Nada que ver tuvieron los muertos (todos “pibes”, según su relato), sacrosantos e intocables, ni los sobrevivientes, ni ningún familiar, esos que no hicieron ni el más mínimo mea culpa, que no admiten responsabilidad, porque el hijo de nadie estaba de la cabeza, el hermano de nadie prendía bengalas en lugares cerrados, el amigo de nadie pudo pensar en la consecuencia, no en la puerta cerrada, eso puede ser impensable, pero en que es un poquito peligroso usar pirotecnia en lugares cerrados.
No tuvieron nada que ver esos padres que ahora se preocupan por sus hijos, pero que cuando estos llevaban a sus nietos a un boliche lleno de humos, y los dejaban en una guardería en el ñoba, no se preocupaban. Esos mismos padres patoteros que creen que el argumento del dolor les da carta blanca, que amenazaron con a ir a escrachar a los recitales a Farías Gómez y que pretenden erigirse en fiscales del Estado.
Ni tuvo nada que ver toda la parafernalia que rodea al rock, cuyo exponente más patético es el tan cool Juan Di Natale diciendo que las bengalas eran la frutilla de la torta (y ahora recuerdo a esos músicos del orto en la tele tratando de explicar que esa frase no quería decir eso, sino otra cosa); ni todos los otros que celebraban la colorida fiesta de las bengalas, ni los medios que no son del palo, que, como el cronista de Clarín, narraban con toda naturalidad la concurrencia de niños de 8 años al show de Árbol en Obras una semana antes del accidente y el encendido de bengalas en el lugar.
No tiene nada que ver, y seguro que es casualidad, que una generación, o dos, no valoren su/la vida, y que el descontrol, o la temeridad, o la pelotudez, sean su faro.
Y solo para algunos tienen responsabilidad esos músicos truchos que no resisten ni medio archivo, que cambiaron sus declaraciones públicas todas las veces que lo creyeron necesario, esos mismos que trataban al público como a nenes de cuatro años (“¿Se van a portar bien?”), esos que no sabían dónde estaban parados y solo querían aprovechar su cuarto de hora. Son aquellos a los que no les pesa tanto el fanatismo de sus hijos por Callejeros, y pueden, entonces, ver algo de sus responsabilidades, las que, sin duda, se habrían esfumado si alguno de los músicos hubiera muerto. (Y bastante tenemos con soportar su manipuleta cuando dicen “cómo vamos a ser responsables si murieron familiares nuestros”).
Ya padecimos el circo romano que fue el juicio político a Ibarra, con los padres patoteando y extorsionando, y festejando cada voto destituyente como un gol. Es totalmente previsible que el juicio a Chabán y los demás sea otra puesta en escena, con insultos a los imputados, barras bravas de padres culposos, escraches, apretadas y la concha de la lora, que algunos condenarán tibiamente aunque no hayan condenado a los Hijos, con o sin puntos, en situaciones análogas. Ya vimos la especulación política desde el mismo momento del hecho, con el miserable de Enríquez haciendo declaraciones en el lugar cuando aún sacaban cadáveres del boliche. Ya vimos la voracidad política de todos los revueltos políticos porteños en aquel juicio que llegó a un final anunciado, no vinculado con la justicia o con evitar la repetición del hecho, sino porque montándose en el reclamo de los familiares podían despojar del poder a un tipo que nunca tuvo un partido alrededor. A ver si alguien piensa que iban a destituir a un intendente del PJ…
Por cierto que es evidente –para mí– que Ibarra tiene responsabilidades políticas. Pero nadie se pregunta si es responsable de tener esas responsabilidades. Es decir, falta de control, funcionarios amigos, “tropa propia”, vista gorda, etc.: es cierto. Pero ¿puede gobernarse esta ciudad de otra manera? ¿Puede sobrevivir en el poder alguien sin transas, matufias, roscas? Macri habría estado en la misma situación, ¿cuánto habría durado Zamora sin avenirse a hablar con esos grupos de poder=mafias? ¿Esos legisladores que lo juzgaron vinieron de Suecia?
En aquel juicio se tuvo la ocasión de ofrecerle a la sociedad, en especial a los familiares, que parecen querer ser la conciencia de la sociedad, la cabeza de Ibarra. Difícilmente se les ofrezca la de Chabán porque saben que es una locura condenarlo a 25 años. Y el que tiró la bengala fatídica, o está muerto (ojalá), o está cagándose de risa, seguro de su impunidad, y tal vez manifestando en favor del corte de la calle. Pero ese no importa. Como no importan todos los que tiraron las otras bengalas, las que no provocaron ninguna tragedia. Solo tienen que pagar Ibarra y Chabán. Para, de paso, no profundizar en otras responsabilidades. Nadie más tiene nada que ver (de hecho, en aquel juicio, por ejemplo, se ignoró la responsabilidad nacional, porque es el ministerio del Interior el que tiene a cargo la policía, y hay canas acusados de coima, y el ministro del Interior no fue citado a declarar).
Fue una tragedia, sí, (no una masacre, como repiten psitácidamente), y debe de ser un espanto vivir con eso, haber pasado por eso. Pero, a la vez, es un reflejo de un país donde la vida vale casi nada, donde, pese a ese accidente, se siguen permitiendo, y hasta alentando, infinidad de situaciones que están a un tris de repetir esa catástrofe.
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