lunes, 23 de junio de 2008

Una judía de mierda y el guitarrista blanco Jeff Healey

Hay insultos que se han transformado en indecibles. Lo más hipócrita es que insultos análogos no lo son. Así, los partidos de fútbol se suspenden cuando a los hinchas de Atlanta les gritan “judíos hijos de puta”; pero nada sucede cuando a los de otros equipos les dedican palabras semejantes, como ese conocido cantito que habla de los “negros putos de Bolivia y Paraguay”. El ambiente futbolero bienpensante se consterna cuando insultan a los de Atlanta, y la mediática y persistente dirigencia de la comunidad israelita se entrevista con Grondona, y toda la sanata; pero cuando putean a los de Boca, ni la comunidad homosexual, ni la de afrodescendientes, ni las comunidades boliviana y paraguaya son recibidas por dirigentes del fútbol, o de otro ámbito, ni la preocupación por el estado de nuestra sociedad es la misma. Y cuando insultan a los árbitros, AMMAR no dice nada…
Decirle judío de mierda a un señor de origen judío que es una mierda no tiene nada de malo, según veo. Por ejemplo, un señor que en su programa de televisión (luego de especular durante toda su emisión con el tema, subordinándose, incluso, a una consulta al público de resultados incomprobables para decidir si lo exhibe o no) muestra el accidente de un actor en el que este pierde la mano, y que ulteriormente también le costará la vida, sin duda es una mierda de persona. Y si es de origen judío, por lo tanto, es un judío de mierda.
¿Y por qué poner el acento en su condición de judío?, se preguntará un bienpensante. “No lo hacen si es católico”, dirá. Amigo, estimado, pelotudo: porque cuando uno se refiere despectivamente a otro lo hace tratando de diferenciarse lo máximo posible. ¿Qué querés que le diga? ¿“Sos una mierda, pero sos igual a mí”? No estamos hablando de corrección política, flaco, estamos hablando de expresar rechazo vivamente…
Y ese establecimiento de diferencias se da desde el mismo momento de nombrar a las personas: si queremos referirnos a alguien cuya característica más evidente es la carencia de pelo en la cabeza, tarde o temprano diremos “pelado” porque es pelado. Y si ese pelado nos despierta cada mañana de domingo con su música altísona, lo llamaremos “pelado de mierda” porque es una mierda y es pelado. En cambio, si queremos referirnos al otro que nos despierta (adrede, con mala leche y aviesa intención) con la música al palo, que no es pelado, se nos hace imposible hacerlo en términos similares porque no hay expresiones comunes, si es que hay alguna, para nombrar al que tiene pelo. Los que tienen pelo son mayoría, y no hay palabras que los nombren; los pelados son minoría, y hay varias denominaciones para ellos: calvo, pelado, dolape, alopécico, pelón…
Análogamente, en Israel, donde la mayoría es de origen judío, no tiene sentido decir “judío de mierda”, sino que el blanco principal a la hora de insultar diferenciándose es la minoría árabe, aun cuando el que reciba el denuesto tenga ciudadanía israelí. Y entre hombres homosexuales carece de sentido el término “puto” como diferenciador, y la distinción despectiva se marca entonces con palabras como “loca” o “pasivo”. Del mismo modo, en Nigeria o en Angola no tiene sentido decir “negro de mierda”… Vemos así que todo aquel que se aleja de un estándar, aun cuando este sea impreciso, imaginario y cuestionable, tendrá más vocablos que lo nombren que quien se perciba dentro de la mayoría. Además, ese estándar presenta diversos puntos de posicionamiento desde los cuales establecer las arbitrarias diferencias.
A la hora de caracterizar a un otro que juzgamos condenable, del que queremos diferenciarnos, también juega un papel importante la sonoridad de la expresión: “hipocondríaco de mierda” es más largo y menos eufónico que “negro de mierda”. A la vez, en situaciones como las descriptas, esta última es más práctica que una palabra breve pero esdrújula como “árabe”. Y si bien no tenemos registro de un “árabe de mierda”, sí lo hay con el término “turco”, más apropiado para el caso. Lo mismo ocurre con los improbables “amarillos de mierda” que en sus restoranes sirven rata en lugar de pollo, según dice la leyenda urbana; más bien, serán “chinos de mierda”, y no importa si son taiwaneses, de la China continental o incluso coreanos. Y cómo olvidar los cantitos dedicados al “gorila musulmán”, que no merecieron condena por parte de ningún organismo antidiscriminación.
Pero no somos inocentes y sabemos que no solo por la eufonía se eligen las palabras a la hora de insultar: hay un entramado ideológico, cultural, que subyace y complementa la importancia de la métrica. Eso es más notorio en el caso del fútbol, donde el otro es plural, lo que facilita generalizaciones como “los de Racing son todos putos”, cuando, en realidad, solo algunos de los de Racing son putos (Guillermo Andino, el Polaco Bastía…).
Aun sin la voluntad de denigrar, se pone también el acento en lo diferente cuando se hace referencia a un basquetbolista estadounidense blanco, porque la mayoría de los basquetbolistas estadounidenses son negros, y así se dice: “El norteamericano blanco de Atenas”. O cuando nos referimos a guitarristas de blues como Stevie Ray Vaughan o Jeff Healey solemos poner de resalto su condición de blancos porque la mayoría de los guitarristas de blues son negros; y decimos “el extraordinario guitarrista blanco Jeff Healey”, pero no decimos “el guitarrista negro Freddie King”, por ejemplo.
Una cosa bien distinta es decirle puto de mierda a alguien que no es puto, o hijo de puta a quien no lo es, a partir de considerar que los putos o las putas son despreciables, indignos, inferiores, pecadores mortales, etc. No estamos hablando de eso acá, ni estamos diciendo que todos los judíos, o todos los negros, o todos los chicatos, sean una mierda: estamos hablando de cuando nos referimos a una persona que es una mierda de persona, y en una básica operación de diferenciación de ella señalamos una característica evidente que la hace distinta de nosotros.
Luego es más sencillo decir que Mauro Viale es una mierda que narrar todas sus hazañas televisivas (y personales). Y si sabemos que es sionista –como refleja cada vez que habla del conflicto de Oriente Próximo, y de sus repercusiones en la Argentina–, diremos que es un sionista de mierda. Aunque esta expresión constituye una tautología, y alcanza con decir “sionista” para caracterizar su ruindad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sos una judia de mierda