Hace muuuuucho que quiero escuchar jazz. Claro que el jazz, como el rock, tiene infinidad de épocas, estilos, subgéneros; así, intuitivamente, estoy cerca de lo que decían en un programa de La Tribu, que les gustaba el jazz moderno, salvo cuando pierde la belleza de la melodía.
Como en tantos aspectos de mi vida –¿cómo en toda mi vida?–, nunca encontré a nadie que tirara una onda iluminadora que me acercara a un lugar grato. Y la autodidaxia es desgastante, onerosa y no siempre funciona: sabías de la grositud de Miles Davis, habías escuchado un par de temas copados en el programa de Casero o en no sé qué radio. Y te gustaba, y te gastabas 15 o 20 mangos en Musimundo comprándote un disco del quía, y por ahí tenías la mala suerte de que era un disco “eléctrico”, o medio funky, o cualquier otra garcha.
Claro, entonces no había Internet: ahora los discos (las canciones, en realidad, porque el concepto de disco también quedo obsoleto) se bajan de la web.
Según una nota de la revista cultural de La Nación, con respecto a Monk debería probar con “Thelonious Monk with John Coltrane”, “Monk’s dream”, “Genius of modern music” y “Brilliant corners”.
De Davis, una vez me compré una recopilación de ocho temas llamada “Ballads”, de los cuales cuatro son una bazofia melosa onda Kenny G, y los otros cuatro están realmente buenos.
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