En la columna de la última página del Sí, José Bellas contaba su visita al psiquiátrico donde está legalmente privado de su libertad Charly García.
La descripción que hizo de la zona, como si atravesara un cráter lunar o una región amazónica, revelaba que el Sur de la ciudad no es el territorio más frecuentado por este muchacho (aunque por ahí vive, o vivía, Arnedo, y más allá, Vicentico y Ariel Minimal), y alguien que no la conozca podrá imaginársela a mitad de camino entre lo pintorescou y lo vishero.
Bellas cuenta que dio la vuelta a la manzana buscando los fondos de la clínica, presumiendo que se trataba de un lugar tan grande como para tener salida a dos calles. No es así, y en su recorrido por esa manzana trapezoidal tuvo suerte de no cruzarse con Ciclón, el perro de la familia que vive en Salcedo 3383 aproximadamente (la plaquita con el número junto a la puerta está ausente), y de no ser atacado por él (ambos verbos son equivalentes en este caso).
Tampoco se encontró con la onírica imagen de seis ruedas, unos tubos, una columna de transmisión y un motor conducidos por un tipo con casco, asombrosa forma que tienen los colectivos cuando están desnudos, apenas con unos listones de madera soportando precariamente las luces de posición. Ocurre que junto a la clínica, y con salida a dos calles, hay una concesionaria donde se venden chasis de colectivos.
Por lo demás, García está secuestrado legalmente allí debido a que se lo considera peligroso para sí y para terceros, y permanecerá en ese centro de detención hasta que se lo traslade a otro donde deberá tratar su adicción a las drogas. No muchas décadas atrás podría haber sido enviado a un centro reeducacional similar quien fuese puto, por ejemplo. De hecho, en algunos países aún pasa eso.
Los perseguidos de hoy, aquí, son los que consumen ciertas sustancias y, por un hado aciago, se despistan, y el choque llama la atención de la yuta de azul y de la yuta de blanco.
El Estado, que no protege en miles de otros casos en los que debería proteger (salí a la calle y mirá), se hace presente con toda su fuerza coactiva y, sólo porque algo te pegó mal, te encierra en esos lugares donde la picana eléctrica es legal bajo la forma de electroshock, y donde uno encuentra cualquier cosa menos lo que necesita.
“Lo protegen de sí mismo”, dirá un psi; “no puede tomar decisiones”, mentirá otro, únicamente porque esas decisiones no son las que él quiere o aprueba. Mientras, en esa prisión están chochos con la publicidad gratuita que les da el quía, y el cholulismo de su vocera, bien teñida de peluquería y maquillada para salir en la tele, que se refiere al paciente como “Charly”, con una confianza y una familiaridad que no sé quién le dio, revela las características de la normalidad que allí impera.
Free García, NOW. Y tráiganme unos rivaldos. Un whiskacho, no, que me cae mal (lamentablemente, porque era tan rico…).
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