A veces sale en el diario una nota sobre algún descubrimiento científico acerca del sueño, su funcionamiento, su mecanismo, etc. Así, recuerdo que hay distintas fases –la más famosa, Michael Stipe mediante, la del sueño REM– y que ellas se repiten varias veces en una dormida (no quiero decir noche porque a mí me gusta dormir a la mañana).
Agobiada como estoy por los ruidos que no me dejan descansar cuando quiero, me preguntaba si despertar sobresaltada por un ruido estrepitoso en una de esas fases es lo mismo que hacerlo en otra, o si hay diferencias. La inquietud me surgía porque noto dispares respuestas de mi cuerpo, de mi estado de ánimo, etc., a la infinita suma de despertares hostiles que he tenido en el último año y pico.
Por ejemplo, hoy, domingo, los vecinos de al lado, o quienes fueran, terminaron su joda a las dos y media o tres de la mañana, y recién a esa hora pude dormirme. A las seis me desperté para hacer pis, tal vez ayudada por el canto de un pájaro madrugador, o por los pasos de la vieja de arriba, que se levanta a esa hora aun los domingos. Más tarde, tal vez a las ocho y algo, el perro de la señora me despertó con su habitual ráfaga de ladridos. Supongo que mi sueño era muy profundo porque no pude ni agarrar el reloj para ver qué hora era. Tampoco sé si me dormí al toque, o si me quedé despierta, o a mitad de camino. Pero sí puedo describir esa sensación posterior como una fatiga negra y agobiante en el cuerpo y en la cabeza, como si se hubiera producido en mí una reacción química disparadora de un cansancio que me signó el día, distinta de lo que sentí los cientos de otras veces que me despertó ese perro pequeño, peludo y conchudo.
Después, los vecinos de más arriba contribuyeron despertándome cada hora, con música, gritos, peleas, ventanazos, la placa de sonido de la PC, etc., hasta la definitiva, a las dos de la tarde, y siguieron hasta que me levanté, una hora después, harta de oír su novela (en ese momento emitían un capítulo sobre el aprendizaje de las fracciones por parte del niño, y, como siempre, había discusiones, gritos y una energía enferma y expansiva). Y siguieron después.
El tema es que en las primeras horas de levantada anduve más o menos bien, pero a las 6 ó 7 horas me entró una modorra importante, que a las 9 ó 10 ya es cansancio intenso. Así, tal vez mi cuerpo no haya podido terminar de producir las sustancias químicas que permiten el descanso o que destruyen el cansancio, interrumpido en el momento (in)oportuno por estas lacras que padezco. De tal modo, junto con la cantidad de horas de sueño (hoy, juntando los pedacitos, superé las 8 horas y media), posiblemente sea importante la continuidad de ese sueño para producir hipotéticamente estas hipotéticas sustancias.
Otras veces me ha pasado de levantarme tras dormir una razonable cantidad de horas, y poco después sentirme obligada a una siesta breve para superar una pared de cansancio. Como si al descanso le faltara media hora para consumarse; media hora apenas, pero media hora decisiva para afrontar en buenas condiciones el día.
Obvio que preguntarle esto al médico es en vano porque el chabón quiere despacharte en 10 minutos. Y no creo que ningún especialista lea este blog, pero si así fuera, le agradeceré la data que pudiera dar.
Mientras, trato de recordar cómo es dormir más de tres horas seguidas y vivo dos paradojas: 1) cuando más cansada y somnolienta estoy durante el día, más me cuesta dormirme, seguramente por toda la adrenalina generada para seguir en pie, que tarda en disiparse; y muchas veces mi cuerpo interpreta el sueño, cuando lo concilio, como una siesta, y a las tres horas estoy despierta de nuevo, aun cansada y sin poder dormirme; 2) si no me empastillo, duermo poco y estoy todo el día cansada; si me empastillo, duermo más, pero la droga sigue en mi cuerpo y estoy todo el día cansada.
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