El pibe estaba junto a los barrotes verticales que separan la vereda del espacio descubierto del jardín. No sé si interpelaba a cada transeúnte, pero, cuando pasé junto a él, me dijo “hola”, o algo así. Le contesté –tal vez un “hola, ¿cómo estás?”–, y al toque estábamos charlando. Al fondo se veía a sus compañeritos, jugando ante la mirada persuasiva de las seños; creo que había un tobogán, u otras cosas de colores previsiblemente intensos.
Me preguntó si “¿sos papá?”, y le dije que no con una media carcajada que significa “dios me libre” o “nada más lejos de mí”. No sé si quería saber si yo tenía hijos o si era el padre de uno de sus compañeros. Como fuere, apelaba a las pocas categorías que conocía para llevar adelante el diálogo. Y yo, que no tengo nada de feeling con los chicos (ni con los adultos), traté de darle, con la mayor naturalidad posible, lo que entendí que buscaba.
Una neurona se me encendió, y le pregunté el nombre: Gonzalo. Algo más habremos hablado, y, cuando los temas se agotaban sin que otro se desprendiera de ellos, quitándole cohesión a la conversa y haciéndola avanzar a remezones, cuando veía languidecer la charla sin que se me ocurriera cómo seguirla o cómo cortarla sin brusquedad, apareció la maestra jardinera: lo alzó tomándolo de los flancos, debajo de las axilas, y, procediendo como si yo no existiese, le dijo “vamos” y se lo llevó.
Entonces me despedí, nombrándolo fuerte y claramente para que registrara que lo había registrado: “¡Chau, Gonzalo!”. Y él, ya sin verme, con los pies en el aire, me dijo “chau”.
La chica esta habrá estudiado, y le gustarán los chicos, y todo lo que quieras, pero no pudo salirse de su libreto, y no creo que se haya dado cuenta de lo que el pendejo estaba buscando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
evidentemente hay cosas que no se aprenden o no se enseñan. vaya uno a saber, cual de ellas aplica en este caso.
gracias.
yo sigo tratando de estar a la altura.
se sea leve.
seguiré pasando.
Publicar un comentario