miércoles, 14 de enero de 2009

Lucecitas

La aparición de las guirnaldas de luces navideñas en los balcones, en las ventanas, en las vidrieras siempre me resultó ominosa por ser anunciadoras del fin de año, un símbolo del paso del tiempo.
Pero desde hace unos años, esos días se me pasan muy rápido, y en vez de detestarlos, o aun detestándolos, a ellos y a todo el circo navideño, sintiendo la tristeza que emanan, no quiero que se vayan, quiero seguir viéndolas cada noche que salgo a la calle.
Cruzaba Independencia/Alberdi y flasheé con las luces de los autos, los cientos de luces de posición, los stops apagándose y prendiéndose, las balizas de algún patrullero o de una ambulancia, las luces de los taxis; con las luces de giro, con el rojo y el verde de la entrada de los garajes; con la rutina de los semáforos y las luces de los autos que cruzan las transversales, y hasta con el alumbrado público.
Esos miles de puntos luminosos en el valle de la calzada, reforzados por las luces de los negocios y los edificios, tenían una reminiscencia de guirnalda navideña, más caótica y poderosa a la vez.
Pero seguro que estoy sugestionada. No se me representaría eso a fines de febrero; no sin el latido de las lucecitas reales desde los edificios, marcando el pulso en el inconsciente, como un buen bajista.

No hay comentarios: