Paso por un edificio en construcción. El cartel anuncia los datos de rigor, las “amenities”, la fecha de entrega, etc. Ofrecen solárium, deck de madera (que no sé qué carajo es), juegos infantiles y, junto a ellos, ¡patios zen!
Cuando vuelvo la vista a la calle, con una sonrisa incrédula, pasan, en fila, cuatro colectivos: un 53 altamente baqueteado con cerca de 15 años sobre sus ruedas; un poderoso y producido 126 de 210 caballos y sibilante suspensión neumática; otro 53, un minibús con el capó rebotando sobre el vano motor, y otro power 126.
Por una ventana de la oficina de ventas se ve el plano de la planta tipo: once pisos, ocho departamentos por piso…
No sé qué entenderán por zen, o qué querrán vender con esa palabra, pero vivir a la vera del estruendo de los bondis, rodeado y atravesado por la energía de siete familias al lado (más otras ocho arriba y ocho abajo, y ocho más, más arriba y más abajo), sus sonidos, sus mascotas, su música, sus aires acondicionados, sus celulares no me parece que le permita a nadie la concentración o la contemplación.
¿Cómo hallar mi centro, cómo abandonar el pensamiento con el aire sacudido por todas direcciones? ¿Cómo relajarme y meditar a metros de unos niños jugando, liberados del techo y las paredes? ¿De qué zen me hablás, pelotudo?
Hacé un edificio en serio, no me vendas boludeces, no me vendas categoría y gilada. Dame calidad de vida, la puta que te parió. Boludo.
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