Estábamos con Maby Wells acá, en el sillón del living. Ella estaba sentada a horcajadas sobre mis muslos, frente a mí. Recorríamos la deliberada sinuosidad de la seducción entre quienes ya se conocen: parece que antes habíamos tenido una historia, y ahora estábamos por volver.
Hasta que Maby, que tenía puesto mi buzo turquesa con cuello en ve, decide que ya está bien de vueltas y juegos, y me muestra su mano, donde falta el anillo que descubría su relación anterior. Ahí las miradas encuentran el punto profundo, el aire cambia y nuestras bocas entreabiertas se acercan.
Mi inconsciente, o quien rija mi sueño, resulta ser muy conservador, porque me despierto antes de que nos comamos la boca. Tengo las manos sobre el pecho, los tapones en los oídos y una sonrisa.
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