Casi todos los diarios porteños, si no todos, han prescindido de sus correctores hace ya bastante tiempo. El advenimiento del procesador de textos con corrector incorporado y la búsqueda de la reducción de costos han llevado a una situación de descontrol sobre lo escrito, cuyo sentido y ortografía quedan librados al corrector automático, al redactor, al editor o al azar.
De esta forma, uno puede encontrarse con errores que el propio corrector de Word marca, como el de “bisera” por “visera”, el de “sínico” por “cínico”, el de “obsecación” por “obcecación” o el de “zarpullido” por “sarpullido”, y con otros que escapan a su limitado alcance, en especial en cuanto atañe a la puntuación.
Realimentando una espiral descendente, como la del agua del bidet (¡bidé!) antes de ser tragada por el desagüe, se imprimen cada vez más errores, y se va perdiendo noción de ellos y, por consiguiente, el interés por lo escrito, que tiene un volumen desbordante y, parece, una relevancia agónica. Mucha gente solo lee periódicos, y los yerros de estos sirven de sustrato tanto para los de los lectores como para los de quienes escriben sobreimpresos en la tele, que a su vez constituyen la única ocasión en que mucha otra gente ejercita la lectura.
En general, esos errores se encuentran en mayor cantidad en lugares secundarios del diario, como el suplemento de espectáculos, el económico o el deportivo. Otros se deberán a algún corresponsal provincial que no está al tanto de las normas que se siguen en la redacción, o a un redactor anónimo, aunque el mismísimo columnista estrella de la sección Política derrapa a menudo.
Pero realmente queda feo, y lo desprestigia, que el Editor General del diario de mayor tirada del país escriba en un editorial que “los responsables de la catástrofe financiera […] se han disculpado en el Congreso [estadounidense,] pero ese acto de constricción pareció más una burla que un arrepentimiento genuino”.
Al día siguiente, en el espacio que ocasionalmente se reserva a la fe de erratas, hay un recuadro que es un apéndice del correo de lectores. Así, proceden como si la falta de mención del error equivaliera a su inexistencia, como si admitirlo los menoscabara ante los lectores que lo pasaron por alto.
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1 comentario:
Un día después de postear esto, una somera leída del clarinete me hace doler los ojos recién despertados cuatro veces:
Un redactor anónimo habla de "la campaña militar israelí en la franja de Gaza, en noviembre y diciembre".
Oscar Cardoso dice que no sé quién "inauguró la categoría que hoy se menciona como 'ayuda canalla' para advertir el avance de potencias como China a través de la asistencia económica".
Una nota sobre el paco informa que la "dósis cuesta entre cinco 5 y 10 pesos".
En una carta de lector se cuenta que alguien "procedió a rosear toda su área de trabajo con el líquido salvavidas".
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