viernes, 19 de junio de 2009

Fucking manipuladores

Hace unos meses hablaba con mi madre a raíz de las cotidianas invasiones sonoras de los vecinos, que me imposibilitan descansar y me han hundido en una enfermedad que los remedios no han podido resolver. Le decía que una de las cagadas de todo esto es la pérdida de la ilusión de irme de acá, la toma de conciencia de que en otro lado puedo tener vecinos tan desagradables y desconsiderados como estos, o incluso peores. Y que la falta de certeza sobre si voy a encontrar en algún lugar la calma que necesito me paralizaba a la hora de emprender su búsqueda. Ella criticaba mis argumentos y hablaba de hallar un “lugar alternativo”, con esa terminología voluntariamente imprecisa que suele usar, la cual me resulta muy irritante.
Ahora, pasado el tiempo y agudizado mi agotamiento, que al día de comenzar a escribir esto me tiene por más de tres semanas sin sentirme descansado ni un solo día, nuevamente sale el tema cuando se queja de mi lasitud. En su modo de ver, nada me conforma y siempre encuentro un pero. Lo dice luego de minimizar mi malestar físico. Lo dice cuando señalo que no nota lo que pasa porque la mayor parte del tiempo que está en casa lo pasa encerrada en la cocina hablando por teléfono. Lo dice tras mi rechazo a su absurda propuesta de llevar el colchón a la cocina y tratar de dormir ahí.
“Tenemos no sé cuántos metros para vivir refugiados en la cocina. Para eso, vendamos”, reclamé. Ella dijo que no iba a vender el depto porque le correspondería sólo un tercio, lo que no le alcanzaría para otra cosa, y que no se iba a quedar en la calle. Y usó el mismo argumento que había descalificado entonces: “Nadie te garantiza que otro lugar sea mejor”.
No sé de dónde sacó eso de un tercio. Este depto no es de mi viejo de hecho, aunque figure a nombre de él, como no es nuestro de hecho el depto donde vive él, aunque figure a nombre de ella. Y cuando él vendió la parte que conservaba del otro, no hubo tercios ni una poronga. No seguí discutiendo porque no tengo una solución cuya implementación dependa de la venta del departamento; porque sé que es bien probable que en otro depto –más chico, oscuro y promiscuo– encuentre más de lo mismo, y no tengo ganas de empeñar la poca energía que me queda en mudarme y seguir rodeado de perros, gritones y violentos. Y porque en ese caso necesitaría ingresos que no sé cómo producir.
Lo de “vendamos” fue un modo de decir, una forma de exponer la falta de salida a que nos lleva su resignado modo de pensar y actuar. El mismo que en la época de la primera charla le hacía desacreditar mis reclamos y decir que la vecina no se iba a ir, ni ella ni su perro ni su cohorte ruidosa. Finalmente, todos ellos se fueron, en buena medida porque yo reclamé en todos los lugares donde pude para quitar lo que me enfermaba.
No por previsible su respuesta dejó de ser un golpe desenmascarador. Pero qué otra cosa podía esperarse de alguien que le pagaba a una joven compañera de laburo, o a la hija del portero, para que me invitaran a salir cuando era adolescente. (Salir no debe confundirse con coger). Y yo flasheaba con que alguien me daba bola, y le escribía cartitas a la otra, y mi mamá se cagaba de risa y decía: “Está lánguido, parece que está enamorado”. Y su amiga, por supuesto, nunca contestó, pobre mina, que no sabría qué hacer con el peludo que le había caído de regalo, aunque bien podría haberse dado cuenta de lo que estaba haciendo. Allí comenzó mi epistolario infructuoso, que tiene demasiados capítulos, y también lo de relacionarme con mujeres a cambio de dinero.
(El entonces novio de mamá, y actual enfermero cama adentro de papá, suscribía esa idea de que nadie puede darme pelota sin guita de por medio. Así, luego de buscar congraciarse conmigo regalándome almanaques con minas en bolas y revistas Playboy, se le ocurrió que tenía que debutar. Cayó una tarde que mi vieja no estaba con todo decidido: me contó su plan, agarró los clasificados, y casi se pone a llamar él para tratar de convencerme. Finalmente, no recuerdo cómo, logré desmarcarme de su voluntad virilizadora).
Pero qué cosa podía esperarse de alguien que cuando yo tenía veinte años programó en su control mental relacionarse conmigo “como cuando tenía 25 días de vida”, y decía que “eligió creer y crear una hermosa historia” refiriéndose a cuando empecé a laburar con mi viejo y volví a estudiar, lo que constituyó “el éxito logrado con el proyecto más importante que tenía hasta el momento y que cierra un ciclo de mi vida” porque “a partir de mí, de armonizarme y tratar de estar mejor yo, X cambió, para después ocuparme de él, de armonizarlo y programando claridad mental para que pudiera elegir lo mejor para él”. De la misma persona que hizo un escándalo para saber a dónde iba una tarde de agosto en la que trataba de superar mis problemas de pánico, de la que me mandaba al psicólogo (traían los psicólogos a casa, debo decir) porque yo no tenía amigos y al mismo tiempo se alegraba de que no saliera…
Qué podía esperarse de alguien que vive en su micromundo pajerimístico, que ve señales en cada cosa, que vive por y para la superstición (y eso incluye la religión, pero no solo la religión), y entonces en la heladera hay más papeles con nombres escritos en frasquitos y platitos que comida; y el vinagre no se usa para la ensalada, sino para lavar el patio porque la gorda conchuda y supersticiosa de arriba podía “tirar algo”. De alguien que dice “no sé si es algo que tiene que vivir para afianzar su fe” cuando su amiga que cree en los duendes no consigue depto para alquilar; de alguien que programa su vida con el control mental y cuando algo no sale es porque otro le boicoteó la programación (por ejemplo yo, cuando nos chacaron el enorme equipo de audio que queríamos pasar en un aeropuerto).
Qué de alguien que dice que el “Banco Universal” le provee la guita, pero en realidad tal banco es quien esto escribe, y así me pide plata que nunca me devuelve, y viaja y alimenta su pelotudez de ayudar a los niños pobres de Hiroshima, que la hace sentir única y cumpliendo una Misión divina. Y al no devolvérmela, ningunea mi trabajo y actúa como si me la hubieran regalado, y revela cómo encara ella ese laburo, que heredó cuando dejé de trabajar con mi viejo.
Y qué de alguien que vive en la apariencia, y solo limpia y ordena cuando vienen visitas. De alguien que hace décadas que trabaja de esposa, ligándose, de paso, tres viajes al exterior con su ex marido –que es ex cuando conviene–, a quien le oculta que tiene celular y le decía que ganaba menos de lo que ganaba para que le diera más plata (porque si no él se la daba a alguno de sus “novios”, palabra que tal vez deba carecer de comillas). De alguien que hasta no sé qué edad me revisó las cosas, y después las comentaba con sus amigas o con mi viejo, que a su vez las comentaba con sus amigos. Y así uno de ellos se pensó que yo tenía una historia con mi entonces amiga italiana, y trataba de desalentarme al respecto. Y así mi viejo me dijo en su lecho de trémulo convaleciente que yo escribía “cartas muy lindas a Italia”.
De quien anteanoche me hinchaba las bolas para que bajara la persiana porque “si entra un murciélago, no tengo ganas de tener que sacarlo”, y, sin embargo, anoche, mientras termina sus pretenciosas pelotudeces escritas (que tal vez solo se diferencien de estas en la pretensión), tiene la puerta de la cocina abierta porque “hace calor”, y entonces los murciélagos no son una amenaza. De quien no avisa si se queda a dormir en la casa de una amiga o si viaja para que yo no traiga una mina al no saber si vuelve o no a la noche. Y dice: “Voy a ver a Lucy”. Y resulta que Lucy vive en Rosario, y resulta que se va por dos días...
Eso para no hablar del otro, mi papá, el recolector de lúmpenes, que le regaló medio departamento a uno de ellos, y le malvendió la otra mitad, y le compró un taxi a otro, y mantuvo no sé a cuántos, más su “amante”, es decir, el lugar al que le dedicó y dedica sus energías para creerse alguien.
El mismo que cuando le pedí los papeles para sacar la ciudadanía europea se hizo el boludo, no demostró interés, y todo quedó en la nada. El que me garpaba para que estuviera ahí, y, agarrado por la guita, no pude buscar otra cosa. Y cuando la busqué, fracasé, y la guita me la metí en el orto. El que me decía “estos libros son tuyos”, y después yo mismo tuve que hacer la lista de esos libros cuando pagó con ellos sus desarreglos económicos (desarreglos sobre los que le advertí vanamente por meses). El que me dijo “estos libros son tuyos” otra vez, y ahora esos libros faltan y su adlátere pone en venta unos igualitos igualitos…
El que –también él– le pagaba a un empleado suyo para que me diera bola. Y el tipo venía a casa y se quedaba dormido sentado, o me llevaba a ver una película de Heidi cuando yo tenía 15 años. (El mismo empleado al que una vez le pidió que acompañara a mi madre al ginecólogo porque él tenía otras cosas que hacer).
El que desalentaba a su manera mis deseos de irme a vivir solo –¡hace tanto tiempo!– diciendo que “vivir solo es para el que tiene buena salud”, del mismo modo que mi madre los desalienta a su modo, desdeñando mi salud y lo que me enferma, ya que si estoy hecho mierda no puedo hacer un carajo, coger inclusive, y eso parece ser algo de lo que busca.
Ambos tienen más cosas en común de las que parecería: la voluntad de que todo sea como ellos quieren, que los hace forzar las cosas para imponerla; el deseo de mantener el statu quo apolillado y enfermo de hace décadas, aun a costa de mi vida…
¿Qué se puede esperar de ellos, y de su fruto, de quien creció tomando como natural que sus padres no digo que no cogieran, digo que no se besaran; tomando como natural que solo tuvieran vida social, y la omnipresencia de Vera, su amante, o lo que haya sido cuando lo haya sido, con la que hasta me psicopatearon para que organizara un cumpleaños cuando ya había comenzado a detestar esas celebraciones?
Para construirse como persona uno necesita a aquellos con quienes creció y a aquellos a los que va conociendo y tratando, a algunos de ellos. Desde el insondable agujero negro de mi infancia, tengo que construirme como persona tarzanescamente, sin referencias, con todo lo arduo, lento y tormentoso que puede ser eso. Sin contar con aquellos con quienes crecí, porque nunca sumaron para nada que no fuera su plan. Sin los que me conocieron a través de ellos, que nunca pudieron verme desde un lugar distinto al de la imagen de mí que les construyeron.
Y sin los otros, que difícilmente se acerquen si lo primero que muestro es esto –y no puede ocultarse, y se (me) escapa–. Ellos están ocupados, tienen su vida –la cual no integro–, están jugando al truco, comprando sustancias, mintiéndome mientras me miran a los ojos. O se aburren de mi monotonía inmóvil, de mi siempre lo mismo. O se suben a su altar infalible y dictaminan que me gusta dar lástima, que soy insoportable, que tengo actitudes raras, que soy una esponja. O presienten que acá no hay nada interesante, y siguen de largo, sin ver más que una sombra. O descartan ponerse la camiseta, y ni hablar de sacarse la bombacha, porque mi deseo merece el destierro, porque desearme es algo impensable, porque saben que no van a acabar conmigo ni aunque les chupe la concha media hora seguida. O porque intuyen que no me gusta chupar conchas…
Y encontrar con naturalidad cierta compatibilidad energética, cierta afinidad molecular, o el nombre que le queramos dar, es una fucking quimera.
Pero no queda otra que seguir intentándolo. Aunque sea al tuntún. Aunque sea sin saber. Aunque sea mal. Destrozándome en cada ensayo errado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Destrozandote tambien unx se va armando. Ya se k duele. Nadie merece ser asi tratado. Ninguno t merecio en sus vidas,son como vampiros... Ojala puedas de(re)construirte hasta ubicarlos donde no te jodan, ( y no solo espacialmente)
Lei varias veces el post y me deja triste. Siento sofoco, encierro,asco, m provoca violencia.
La gente k manipula los hilos de la vida tan impunemente debe kedarse envuelta en su propia mierda.Vos no sos lo k ellxs (te) hicieron, sos kien se esta descubriendo como carajos sea k lo estas haciendo.
Esto me sulfura mientras tengo los pies y las manos congelados, k extraña dicotomia.






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"Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones"










Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones























Caer herido de revelaciones











:)