La primera imagen es la de un niño (10, 11 años) en la playa, en Necochea. Parado en la orilla, mira el mar. Espera que rompa la ola, y, cuando lo supera, mojándole las rodillas (porque creció, y se anima a meterse hasta esa altura), él siente que quisiera atajarla, agarrarla.
La otra es del mes pasado, en Catamarca y Moreno, pero puede ser en cualquier lado. Abrió el semáforo y la gente comenzó a cruzar. De aquel lado venía mucha más gente que de este (siempre voy a contramano). Todos pasaron a mis lados, esquivándome, apurados para llegar a la plaza, entre ellos un par de chicas oncemente atractivas.
Cerca del cordón, una mina se deja agarrar por los brazos de un chabón. Y ella también agarra. Del otro lado, más rezagada, una nena se suelta de la mano de su madre y, junto a la puerta del locutorio, se zambulle en el pecho de un señor que seguramente será su padre, quien la ataja sonriente.
Yo, que soy aquel niño veinticinco años después, me limpio el garzo espeso y marrón que el destino me acertó en el medio de los ojos y sigo caminando, como si nada. Siendo nada. Como siempre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Por aca tambien hay mucho nada.Demasiados *n a d a*.Mucho nada.No es solo G.F dandole a la fucking palabrita.
Ojala alguna vez cambie el sustantivo por el verbo y logres nadar.Y flotar y bucear.Y de paso de paso te vas enjuagando el garzo (cualquier garzo) hasta limpiarte por completo.
Esta vez hubo algo.
Una elección. Una mirada. Una presencia.
Y una lluvia que se llevó ese garzo noche abajo.
Publicar un comentario