“Esa respiración no es normal”, me advierte cuando despego mi torso inundado del suyo y busco más aire mientras dura la mirada.
Me sopla el pecho, y se ríe. “Este es el aire acondicionado que tengo”, le digo, y soplo yo también.
Su esternón se me ofrece límpido, abierto, y pongo mi mano sobre él. Ella corresponde el gesto y me apoya una mano en el pecho aún agitado y resbaloso.
Insaciable, necesitado, hambriento, le pido la otra.
Me la da.
Coloca sus pequeñas manos sobre cada uno de los islotes de vello que mis tetillas coronan de forma asimétrica. Respiro consciente, profundamente, y en la hora que pasamos juntos no habrá nada mejor.
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Sinergia
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