Estoy podrida de mi relato, de mis palabras incesantes.
Al mismo tiempo, no puedo dejarlo de lado, como si lo único que me mantuviera en contacto con esa cosa informe que suele llamarse realidad fuesen las palabras.
Pero no es un contacto leve, un apoyo, un sustento… Es algo del orden de lo raigal.
No solo me mantienen en contacto: me atan a esa realidad. Me sujetan. Y cuando quiero romperla con hechos, ellas se imponen. Surgen, y en dos palabras se derrumba todo, y la realidad se refuerza.
Inquebrantable. Irrompible.
Ni a palabras ni a hechos.
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