martes, 29 de diciembre de 2009

En el cordón de la vereda

Le pregunto explícitamente si me deja que le agarre la mano. Y me dice que sí.
Con mi mano derecha tomo su mano izquierda. La reencuentro, la palpo, la miro, la aprieto, la siento, la acaricio, la beso. Al fin, la llevo contra mi pecho, contra mi remera negra. Nuestras palmas juntas, perpendiculares; el dorso de su mano apoyado sobre mi esternón.
Entonces, estremecedor, imponente, ella realiza un gesto inesperado: flexiona la última articulación de los dedos, casi como un comatoso recobrando la conciencia, y aprieta mi mano, mis dedos con los suyos.
Después no sé qué pasó, pero supongo que aluciné, porque me acuerdo de la boca del Guasón riéndose mucho, de dunas en movimiento, de camioneros gritando, de unos ojos japoneses viéndome, de un relámpago agrietando un muro altísimo y negro.
Y del puto bondi llegando finalmente a la parada. Eso seguramente ocurrió, porque ella se fue y yo me volví solo a casa.

Agitado. Por el recuerdo de la vida que me impuso, que se ve tan cercana, que me hace pensar en cómo sería yo si eso hubiera sido, si fuera, algo frecuente. Por entrever la vida que dice que no me puede dar. Por el temor de que mostrarme tan flasheado por un gesto como ese, tan expuesto, haga que no lo vuelva a repetir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Huele a nuevo. Como los libros del colegio cuando empieza. Como a tostadas recién hechas. Como cuando miras como si no lo hubieses hecho nunca. Y vas a oscuras. Buscas a tientas el olor a mandarinas. Me respiras y nos gusta, aunque no me lo digas, que luego hacerlo no nos cuesta nada. No quiero un final feliz, sólo quiero serlo. Repartir el amor, retrasar el momento de irnos. Y al despegarnos, no dejar inmolarse el pecho. Repartir el placer, prolongar el encanto de vernos. Huele a casa. Como al volver de vacaciones en septiembre. Como a café con leche hirviendo. Como a manta y tele. Como si fueras tú el que ha sido siempre. No quiero un final feliz, sólo quiero serlo. Repartir el amor, retrasar el momento de irnos. Y al despegarnos no dejar inmolarse el pecho. Repartir el placer, prolongar el encanto de vernos. Flotar y brillar. Irradiar, alumbrar

Anónimo dijo...

Tal vez todo eso no haya sido más que una fucking manipulación. Consciente o no.

O tal vez no. Pero había algo ahí, en ese dar pero no del todo (en no dar algo que no es nada del otro mundo, para usar esas palabras), que hacía ruido. Más aun a la distancia.