miércoles, 31 de marzo de 2010

Disculpame, ¿tenés hora?

Cuando era adolescente, no tenía a dónde ir (más o menos como ahora, pero ahora lo piloteo un poco mejor). Muy de vez en cuando salía a dar una vuelta por ahí, un rato a la tarde.
A veces, para dejar de sentirme invisible, o para cerciorarme de que no era un sueño, le preguntaba la hora a alguien, aunque me resultara lo mismo que fuesen las tres o las cinco y media.
Un día, paradx en un semáforo, tan enfrascadx en lograr ese contacto, le pregunté a un tipo, y el chabón me señaló un gran reloj que había enfrente, creo que en la esquina de Rivadavia y Liniers, o Boedo. “¡Uh, qué boludx! No lo vi. Disculpame”.
Otra vez fui hasta la plaza de Salguero y Charcas, y a una o dos cuadras de allí, ya volviendo, le pregunté la hora a una mina que paseaba a su bebé en el cochecito. Me contestó con una amabilidad (¿con dulzura?) que discordó radicalmente de lo habitual, tanto que me sentí extrañamente bien (¿una persona?) y aún hoy lo recuerdo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ud. repite mucho.

o dijo...

Mi vida (se) repite. Es una fucking constante repetición que no logro quebrar de un modo radical, fundacional.
Ud. sabe...



(¿o será que mi vida -se- repite porque yo -me- repito?)
fucking preguntas retóricas...

Anónimo dijo...

Las cosas han cambiado,
y todo sigue igual que ha estado siempre.
Sabías que una vida no era lugar bastante,
para lo que una vida debía merecer,
y hoy sigue sin bastarnos.
Antes no había
lugar al que negar, no había sombra, puerto,
un más allá del viaje donde decir ya basta,
hemos dado por fin con el final del túnel,
y hoy el túnel, el puerto, la sombra y el final
están igual de lejos. Suma y sigue.
En el amor no había
nada distinto al resto de las cosas,
pero sí era distinto
ese juego violento al que apostar la vida,
y que a veces movía las estrenas,
la luz de la conciencia, y al que hoy sigues jugando,
y en él te va la vida.
Las palabras no ofrecen
la nave que abre el mundo, ni hoy ni entonces,
pero algunas palabras, al trazar una historia,
con su amarga beneza, que no nos abre el mundo,
nos lo hacen habitable.
De unos tiempos sin gloria
a otros sin gloria. Tal como sucedía
ayer, quien se equivoca no ha de volver atrás.
Sólo el orgullo nos mantiene en pie,
y el miedo a empeorar en adelante.
Las cosas han cambiado.
Y ni más sabio,
ni deseos más puros,
ni más fuerte.
Todo es igual. Han cambiado las cosas.
Nada de lo que diga importa demasiado,
y todo sigue en el lugar de entonces.

Anónimo dijo...

No es que repita mucho. Es que se repiten los hechos. Y los recuerdos.
Cuando tenía 3x, no tenía a dónde ir ni qué hacer (más o menos como ahora, pero ahora no me importa porque estoy muertx). De vez en cuando salía a dar una vuelta por ahí, un rato a la tarde.
A veces, para recordar cómo era oír una voz amable dirigida a mí, hablaba solx, aunque no me modificara lo que pudiera decirme. Más bien creo que reforzaba mi propio mundo irrompible.
Una tarde de esas me sentía fuerte y me fui hasta Puerto Madero. El lugar me dispara una mala sensación desde que una tarde tuve una taquicardia panicosa, la cual, por suerte, pude manejar emprendiendo una rápida retirada antes de cruzar el dique. Me metí, por primera vez, en la Reserva Ecológica, y camine un rato, hasta que pegué media vuelta y salí por donde había entrado, ya que no daba irme hasta la otra punta.
Cambia la frecuencia en que vibra el aire ahí. Y es una sensación que puede ser muy desasosegadora la de ir caminando en paralelo a la costanera, con la gente y los autos a la vista, y sin poder hacer contacto con ellos. Con el aire casi quieto y sin poder comunicarse con nadie.
Cuando volví a casa, y antes o después de derrumbarme espiritualmente por cosas tales como los comentarios desaprobatorios a un post mío en el foro de mi equipo de fútbol o la puteada de un borracho en Constitución, reparé en eso. Y la pendiente de los barrancos en que termina el sendero era más pronunciada en el recuerdo, y los barrancos, más profundos, y el camino, más angosto.
Me di cuenta de lo que había hecho y de cómo podía haber salido. Sólo con el disparo espontáneo de un neurotransmisor adormecido, con la activación imprevista de un sector cerebral. Me acordé del miedo. Del miedo al miedo, o del miedo al miedo al miedo (y el que pasó por este trance sabe bien que no es un juego de palabras). Y nunca más pude volver solo a la Reserva Ecológica.
La invisibilidad y el desamparo reaparecieron con una fuerza (¿con persistencia?) que me enfrentaron de nuevo al pasado y al abismo; tanto, que me sentí totalmente frágil (¿un círculo?) y aún hoy lo recuerdo.