jueves, 15 de abril de 2010

Ubicate

Hay una pareja tomándose las manos en un lugar. En el cordón de la vereda, en un banco de la plaza. Un chabón y una mina. Podrían ser dos hombres o dos mujeres, pero una pareja heterosexual es más evidente y connota más para el ojo estándar.
No importa qué están haciendo, ni qué van a hacer o no van a hacer. Pueden estar concretando una transacción, transfundiéndose energía, calentando unas manos con mala circulación, o a punto de desatar la pasión, tal vez a una inclinación de cuello del demorado primer beso.
No importa. Están en un momento de intimidad. Notorio. Entonces, ¿por qué mierda nos interrumpís para pedir fuego, pelotudo? ¿Tan abstinente de nicotina estás, pedazo de forro?
¿Quién te manda a ofrecer encendedores o repasadores precisamente en nuestra mesa? ¿Por qué nos venís a preguntar justo a nosotros dónde queda la parada del 127 o cualquier boludez que podés consultarle a otro diez metros más allá? ¿Tan poca empatía tienen, o solo buscan molestar?
Y ustedes, niños, si quieren tirar piedras en la plaza, ¿es necesario que apunten al banco donde estamos sentados, que nos demos cuenta de su entretenimiento cuando suena una pedrada en el soporte metálico del banco?
Eso para no hablar de un viejo enfermo de soledad y perversión que, en lo que uno cree el colmo del desubique, se sienta a la mesa de un bar donde está sentada una mina sola y le da charla. De un viejo que ensancha las fronteras del comportamiento inadecuado quedándose cuando llega la compañía masculina de la chica; que las alarga como alarga su monólogo, que no atinamos a cortar porque creemos, ilusxs, que está a punto de cortarlo él mismo; que las profundiza hablando de los judíos de Israel, de los putos de este gobierno –y los radicales también–, de Cadícamo y Piazzolla; que las eleva, desde su aspecto de menesteroso y sus referencias a Cortázar, recomendando la parrilla de Anselmo –donde come chinchulines una vez por semana–, preguntando qué salida le recomendamos o hablando de los tres, que somos primavera, verano y otoño, según nuestras fechas de nacimiento (no, infeliz, no somos tres: somos dos, y el que sobra sos vos).
Que rompe su propia marca de grosería preguntando si la pareja va a terminar la noche cogiendo o no.
Ubicate, viejo idiota, si te lo permiten la enfermedad degenerativa y el olor de tu ano contra natura, pelotudo de mierda que encima seguís merodeando la zona y sacándoles charla a los transeúntes, y no me dejás llegar a la heladería porque estás en el camino. Te lo advierto: que no te vuelva a cruzar por el barrio…

Si seguimos así, atrayendo a esta gente, vamos a tener que ir a un telo para charlar.

1 comentario:

Olga dijo...

Algo similar corre para el perro que la otra vez se acercó a la mesa que compartía con alguien y se quedó ahí, interpelándome con su presencia.
Le di una de las masitas que vienen con el café (la menos atractiva), a sugerencia de otra parroquiana, y siguió ahí, mirándonos. Y puso la pata sobre la mesa un par de veces, y hasta ladró.
Después vino el mozo y lo sacó a los empujones.
Ayer vi un perro muy parecido a un par de cuadras de ahí.