lunes, 27 de septiembre de 2010

Se me rompieron las zapas (IV)

El año anterior me había comprado unas Adidas de training, y no de running como compro siempre. Unas Adidas duras, grandes e incómodas a las que nunca pude ajustar bien al pie, culpa, tal vez, del diseño, que parecía tener la parte de los costados muy corta, imposible de ser acercada por los cordones de un modo que realmente sujetara el pie. Pensé que se la iban a bancar, que iban a ser resistentes, y no me equivoqué. Recién ahora se despegó la estructura de la suela, y habrá que darle al Poxi para ver si zafan. Lo que no preví fue su incomodidad: no se ablandaron con el paso del tiempo, no se amoldaron al pie, eran medio número más grandes y esa diferencia fue insalvable, eran así de chotas, noséquémierda… Y entonces quedó pendiente tener unas zapas cómodas. Y cuando se rompieron las siguientes en romperse tuve una buena excusa para comprar otras.
No estaba en mis planes cambiar de marca, pero una tarde pasé con el 151 por Córdoba y descubrí un outlet de Nike. Después fui especialmente a investigar qué había, y cuánto costaba, y vi unas de running ocho o nueve pesos más baratas que las Adidas a las que tenía en mente incluso desde antes de comprarme las de training. Las vi lindas, no tan transatlántico como las Adidas incómodas, con la punta reforzada –y a eso lo prestaba mucha atención porque las dos Adidas anteriores se me habían roto en ese lugar–. Las vi a 179 mangos, las vi de símil cuero, todas blancas con la pipa gris. Y las compré. Y me volví a casa caminando con la bolsa naranja y las zapas nuevas.
Rápidamente, unos pocos meses más tarde, se rompieron del lado de adentro a la altura del dedo chiquito; de los dos dedos chiquitos, en los que me provocaban dolor. Y las dejé de lado con el mucho fastidio que me provoca gastar guita en algo que no funca. Al tiempo descubrí que se había roto el revestimiento interno, el cual, por el roce, había formado unas pelotitas, y que eran esas pelotitas las que me hacían doler.
Las arranqué, y entonces pude usarlas sin mayores problemas, salvo los putos cordones, a los que les faltaba un agujero por donde pasar para ajustar bien. (Tenían un agujero en la parte más cercana a los dedos; tres llamémoslos ojales, que sobresalían del cuerpo de la zapatilla; después había tres centímetros que quedaban sin sujetar –¡ahí faltaba un agujero, ese era el que faltaba!–, y arriba tenían dos agujeros más, muy juntos, y al pedo, porque no compensaban la falta de sujeción que provocaba la ausencia descripta). Y siempre había que luchar y perder tiempo para no sentirlas flojas, lo cual detesto. Detesto sentirlas flojas y detesto perder tiempo con eso.
Las usaba y sentía como que estaban de regalo, viviendo su tiempo extra. Entonces no me importó demasiado cuando se fisuró esa parte de la punta –que no era de cuero y que, finalmente, tampoco era un refuerzo– en su unión con la suela a la altura del dedo gordo del pie derecho. Las seguí usando, y el agujero se fue agrandando, permitiendo que las medias se asomaran, y alguna tiene hasta hoy un recuerdo oscuro en esa zona que tantos lavados no le quitaron. En las últimas semanas también se quebró del otro lado, a la altura del dedo chiquito. Curiosamente, la zapatilla izquierda no tuvo roturas.
Primero traté de pegarla con cinta de embalar por adentro, pero no funcionó. Con cinta por afuera quedaba mal, y, además, tampoco solucionaba el problema. Probé con pegamentos varios, hasta con Poxipol… Por algún motivo, una de esas veces en que estaba mimetizado en zapatero, tenía a mano unas latas de pintura sintética. Una azul marino y otra amarilla. Y flasheé con pintarlas. No de azul y amarillo. Eso sería una declaración política de la que estoy muy lejos. Busqué un pincel de la época de la escuela, al que recordaba en el segundo cajón de la mesa de luz, y las pinté solo de amarillo. No por completo. Las pinté en la punta, arriba, y en algunas partes del costado divididas por las costuras, que, vistas de lejos, forman tiras como las de Adidas, más notorias desde que les saqué la pipa gris ayudándome con una trincheta.
Me gustó cómo quedaron. Mucho. Tanto que busqué otra lata en mi memoria, y en la baulera encontré una verde inglés, de la época, hace 25 años quizás, en que se pintó por última vez el marco del toldo del patio. Y le di al verde inglés en las partes de la punta que habían quedado blancas. No en el costado –en los no refuerzos no de cuero–, sino arriba, simétricamente, sin dejar blancos en esa parte junto al amarillo. Ese material no era el mismo que el cuero del costado, y ahí el verde agarró perfecto. En las tiras laterales, en cambio, se despegó como una película adhesiva. Supongo que fue porque la pintura tenía demasiado tiempo, ya que el amarillo quedó incólume.
La pegaba y las pintaba. Después atrás, y después en el costado de la suela, o en otra tira, pero ya sin tener en cuenta la simetría. Aunque siempre se despegaba antes de sacármelas a la noche: la rajadura se hacía cada vez más grande –a ojo, tiene ocho centímetros–, y los restos de pegamento se iban acumulando, formando una rebarba tan fea como dura.
Y al final no hubo más que hacer. Fue antes de tomarme un tren que se quebró el Poxipol, cuando bajé a las vías de la estación para esquivar el humo del último pucho de los fumadores, cuando pisé un durmiente lleno de grasa, cuando hice fuerza al subir al andén, no sé cuándo. Pero fue ahí. Y en el viaje de vuelta sentencié su fin.
Ni esa vez, ni ninguna otra, nadie me dijo nada sobre mis zapas amarillas. Cada vez que me las ponía y salía a la calle, tenía una módica expectativa de que alguien reparara en ellas. Pero no. Nadie vio un llamativo color amarillo, nadie me dijo “uh, tus zapas amarillas”. La parte rota quedaba del lado de adentro, no era notoria como el color. Por eso no esperaba que me dijeran “se te rompieron las zapas”, sino “¡qué buen color!” o “¿las pintaste vos o son así?”.
(Me doy cuenta ahora, viéndolas cuando entro a mi pieza, que el verde-amarillo se ve mucho más mirando desde arriba; que desde la perspectiva ajena lo que más se ve es la puntera blanca).
Ni siquiera la persona que me acompañó en el viaje de vuelta me comentó algo. No habló sobre el color ni me dijo que estaban rotas, aunque se me ocurre que esto último tal vez haya sido por pudor. Observó, sí, los cordones, y me avisó que estaban desatados; pero no era así. Pasa que, cuando quedan muy largos, me los engancho en el entramado que forman sobre la lengüeta. (¡Ey!, no puedo usar los cordones desatados. Necesito que las zapatillas me ajusten).
Y pese a que juré que nunca más compraba Nike, porque se rompieron rápido y por el tema de los cordones (y también por lo mal que me atendieron), este verano volví a pasar por el outlet ese, y las vi en la vidriera, y flasheé con comprarlas de nuevo solo para pintarlas. Bueno, también porque al ser de cuero contenían el pie de un modo más firme que las de ¿poliéster? o lo que sea, que son demasiado blanditas.
Me rescaté rápido: no andaba –nunca ando– como para gastos de esa índole. Tenía que comprarme zapas en serio, que prometieran durabilidad y confort, y que cumplieran durando más que estas, que de los cuarenta meses que transcurrieron entre su compra y su adiós, pasaron unos cuantos durmiendo en el placar.
Pero algo quedó en mí. Y desde que se rompieron, esa tardenoche del tren, las guardé bajo la cama y postergué este post de despedida (porque este es un blog donde escribo sobre zapatillas y donde escribo sobre despedidas). Por eso me costó tirarlas. Porque es deshacerme de algo mío: de algo más profundamente mío que un objeto poseído; más, incluso, que la –para mí– inexorable asociación entre los objetos y los momentos. Es dejar atrás esa escasa e inesperada creatividad que me acometió. De la que no quedan registros, salvo mi memoria y este post.

2 comentarios:

maru dijo...

Por pura curiosidad, las zapatillas se te rompen porque les das mucho uso o por un uso especial?

(Karina) Olga dijo...

no sé...
yo las uso.
las uso todo el tiempo (no tengo zapatos)
y algunas las uso para correr (pero no corro mucho, me cansó rápido, o me duele la rodilla, ja)
tal vez me llame la atención y piense que duran poco porque algunas duraron mucho.
no sé cuánto debe durar un par de zapas. ;)