lunes, 27 de septiembre de 2010

Spammers

Antes chorrx que rati. Antes prostitutx que telemarketer.

Suena un celular, que no es el mío porque no tengo. Son las doce y media de la noche, y suena un celular. La dueña, preocupada, me pide que me fije qué pasa, y es un mensaje de texto que pregunta si nuestros bolsos y carteras están asegurados, y ofrece de parte de La Caja un seguro para bolsos y carteras.
Un domingo a la mañana llama el disquito de Telefónica para recordarme que no pagué la factura (¿quién es el sorete mal cagado que programa que te llamen un domingo a la mañana?). Cualquier día hábil a cualquier hora, por ejemplo a las 23,30, llama otro disquito, esta vez para una encuesta sobre audiencia televisiva…
Ahora es de tarde y estoy cogiendo. Tal vez estoy intentando reanudar la acción, obligándome a persistir pese a la falta de empatía, y suena el teléfono. No es la hora, no pasaron ni cuarenta y cinco minutos desde que llegó la chica. Pero igual atiendo.
Voy hasta el living a atender.
“Hola, buenas tardes, mi nombre es Romina Gómez, le hablo de Telefónica. Es para ofrecerle la nueva promoción de Speedy…”. Cuando llegó al momento predeterminado para que yo contestara algo, hizo el correspondiente silencio, y creo que pude decirle que “estoy con una persona en una situación de intimidad”. No le dije que estaba desnudo, que la chica no tenía la onda de la paraguaya de la otra vez, que siguió chupándomela mientras yo atendía al amigo mexicano de mi madre, quien hablaba como si no fuese una llamada de larga distancia; que yo no estaba en vena, que no tengo una computadora que se banque banda ancha (y la mina a la que se lo dije me hizo esperar en línea para consultar el rendimiento que permiten 128 de memoria), que no me interesa, que si quiero un producto o servicio lo voy a buscar yo, que se vaya a la concha de su propia madre.
Creo que, tratando de superar mi estupor, atiné a decirle que no quería que me llamaran más, porque muy a menudo me llamaban ofreciendo la mierda esa. Romina ni se rescató en pedir disculpas por interrumpir mi garche. (Tal vez su cerebro de telemarketer no le haya permitido comprender qué significaba el eufemismo “situación de intimidad”). No se disculpó siquiera por interrumpir mi cotidianidad cayéndome con un ofrecimiento que no sólo no me interesa, sino que no solicité. No está en su vocabulario la palabra “disculpas”. No está en el del telemarketer, que, en cambio, tiene el olfato entrenado para agobiar con palabras a quien por un momento duda y parece un posible cliente. Aunque sea alguien que no entiende demasiado lo que le ofrecen.
Me respondió algo así como que podía llamar a no sé dónde y pedir mi baja de un lugar donde nunca había pedido el alta. Llamé más tarde, y me dijeron que sí, que tomaban nota de mi pedido, pero que iban a pasar quince días hasta que lo hicieran efectivo, motivo por el cual podía seguir recibiendo llamadas como las de Romina durante ese período.
Sin embargo, no llamaron. Al menos, no que yo haya sabido; en esas dos semanas no volvieron a llamar. Y no llamaron más. (Gracias).
Cuando uno desgasta la articulación del dedo índice cliqueando en todos los mails no deseados para borrarlos, cranea mil venganzas y farfulla mil puteadas destinadas a todos los spammers del orto. Entonces, ¿por qué mierda mantenemos las formas cuando tenemos la oportunidad de decírselas a los soretes esclavos telemarketers y no los mandamos a la recalcada concha de su abuela?
¿Nos da un poco de empatía pensar en la situación laboral que padecen? ¿Nos frena el miedo inconsciente de terminar en un laburo miserable como ese aunque digamos que nunca, que jamás, que antes putx que telemarketer? ¿Tenemos grabado a fuego el buen comportamiento? ¿Nos vence la cortedad? ¿Nos intimida que tengan nuestros datos?
Contestarle al spammer informático es darle entidad, y es decirle que nuestra dirección está activa. Así que, dicen, lo mejor es tratar de minimizar el fastidio, borrar y listo.
Vencer la inhibición y contestarle al spammer telefónico tienta más, aun sin insultos, procurando ser ingenioso, original o lo que sea. Pero no da. Desde esta vez, me propongo cortarles sin más, sin palabreríos del tipo “yo al spam lo borro, y esto es una forma de spam”, sin decirles que estoy cogiendo, sin pensar cómo les explico que no me interesa lo que me ofrecen, sin preguntarles quién les dio mi teléfono o cómo tengo que hacer para que no llamen más, sin mentir –o no– que estoy esperando un llamado, sin calentarme, sin exagerar los buenos modales.
Nada. Cortar. Clac. “Buenas tardes, le habamos de…”. Tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.
Igual, la mayor parte de las veces, el teléfono de casa está apagado. Así que en general la molestia se reduce, nuevamente, a flexionar el dedo para borrar los mensajes del contestador. Molestia que, a igual cantidad de mensajes, es mayor que la de borrar los mails, tal vez por los interminables segundos que tarda la grabación de la telefónica en decir cuándo llamaron y desde qué número. En la pantalla, el golpe de vista es instantáneo, aunque después tengas que ver los encabezados uno por uno para comprobar si son spam o no. En el teléfono todo es más lento, no apto para ansiosos.
Si me jodiesen más, tendría que llamar al 0-800-nollame y pedir formalmente que no me llamen, que ingresen mi número de teléfono a la base de datos de los que queremos que nuestro número no figure en ninguna base de datos. (No sé si hay un servicio similar para que no te llamen o mensajeen al celular. Debería haber).
Y sí, ya sé que quejarse por esto es muy de blog, pero ¡esto es un blog! ¡Y me interrumpieron cuando estaba cogiendo! ¿Entendés?

No hay comentarios: