martes, 16 de agosto de 2011

Natalia Gaitán y Jorge Corsi

El 8 de agosto culminó en Córdoba el juicio por el crimen de Natalia Gaitán, en el que se condenó al único acusado a la pena de 14 años de prisión. El hecho sucedió luego de una discusión suscitada por la relación que Gaitán, de 27 años, mantenía con la hija de la actual pareja del hombre, una joven menor de edad.
Diversos grupos interesados en tener una bandera y un mártir se han movilizado tomando el caso como paradigma de lo que llaman “discriminación y violencia contra las mujeres lesbianas”. Así, tratan de construir un relato falaz en el que la palabra “lesbofobia” se repite tanto como la mentira de que Gaitán fue “fusilada por lesbiana”.
A Gaitán no la mataron (“fusilar” es otra cosa) por ser lesbiana. De hecho, no la mataron por una sola causa. Su crimen fue la consecuencia de varios factores concurrentes, de los que, sin duda, el más importante es la intrincadísima relación que había entre esas personas, a la cual no tenemos acceso, salvo por relatos ex post muchas veces interesados.
Si bien no podemos saber cómo habría reaccionado el asesino en una situación que difiriera de esta en un solo hecho (que Gaitán no fuese una mujer homosexual, sino un hombre heterosexual), está claro que no iba matando lesbianas por ahí, como puede desprenderse de ese eslogan barato y mendaz, como tal vez crean en las veinte ciudades del mundo que conmemoran cada aniversario del crimen de Gaitán “en un ejercicio de memoria colectiva y lucha contra la discriminación y la violencia”.
Aunque no podemos descartar que la homosexualidad de Gaitán haya tenido influencia en el desenlace, es mucho más relevante –y condición necesaria– la edad de su novia: si la chica hubiese tenido más de 18 años, no habrían existido argumentos para que nadie le reclamara, o le exigiera, que dejara a Gaitán y volviera a la casa familiar.
Gaitán –hay que decirlo claro– mantenía una relación con una menor de edad, con la cual convivía sin que los padres lo supieran. Esto, que fácilmente podría recibir el nombre de “corrupción de menores” –incluso, quizá, el de “abuso de menores”–, no justifica el crimen, pero lo pone en contexto. Y omitir esta parte de la historia, como intencionadamente hacen esos grupos, no sólo es deformarla hasta hacerla incomprensible: es mentir.
Cuando en un blog feminista se hace un panegírico de Gaitán y se dice que “ni la prohibición, ni los tabúes pudieron con el deseo de Natalia”, pienso en que esa misma frase se le puede aplicar a un abusador de menores doblemente condenado (y aún libre), como el sacerdote Grassi. Ni la prohibición ni los tabúes pudieron con el deseo de Julio César… ¿Queda, no?
Cuando en el mismo blog copypastean que “recibió un balazo de la fálica escopeta del padrastro de su novia”, la obsesión que tienen con la pija me da un poco de risa. Y cuando dos veces me desaprueban un comentario referido a la edad de la novia de Gaitán y no lo publican, me parecen autoritarias y elementales.
Como parte de la lucha de poderes que se da en torno de la construcción del relato sobre el caso, hay varios datos que no pueden conocerse fehacientemente por las crónicas periodísticas. Es difícil saber exactamente la edad de la novia de Gaitán, que en algunos medios tiene 16 años; en otros, 17; en el comentario de un sitio web filogay, 17 y 11 meses, y que, según un comentario aprobado en el blog aludido, ya había cumplido 21… Es imposible saber por los medios cuándo comenzó la relación, que podría tener dos años según un diario, el único que se aventura en ese tema. Tampoco queda claro si era una relación estable, si era una relación abierta, si Gabriela (la “amiga íntima” (sic) de Gaitán que estuvo presente, tal vez con un cuchillo en la mano, en la discusión fatal) era una amiga o si esas palabras, de la propia Gabriela, constituyen un eufemismo.
Incluso, otra crónica plantea la posibilidad de que la madre de la adolescente tuviera o pretendiera tener una relación con Gaitán, y la declaración de la menor en el juicio confirma esto último, y el rechazo de Gaitán, que no quería a la madre, que quería a la hija. El acceso a esa misma declaración nos hace saber que, según la menor, la relación, comenzó diez meses antes del crimen, alrededor de la fecha de su cumpleaños 17.
Antes de que se conociera el resultado de los análisis de ADN realizados a los hijos adoptivos de la viuda de Noble (que no descartan la posibilidad de que sean hijos de desaparecidos, que simplemente dicen que no son hijos de personas cuyos datos estén en el BNdDG y se hayan podido confrontar con los de los jóvenes), el panelista menos carismático de Duro de Domar decía que la batalla cultural estaba ganada, que al móvil de TN le gritan “¡devuelvan a los nietos!” y que, para consolidar ese triunfo, sería bueno hacer una película sobre el tema.
Me preguntaba entonces qué historia pretendía contar este muchacho en la película que deseaba. ¿Quiénes serían los padres de los chicos allí? ¿Marcela Noble Herrera sería la nieta de Chicha Mariani? ¿Qué forma real le darían a lo que nunca la tuvo por no ser más que una suposición, bastante fundada, pero suposición al fin?
Estos grupos, que toman a una probable corruptora de menores como bandera porque conviene a sus intereses, aún no hablan de hacer una película (¡no lo descartemos!), pero pretenden asimismo construir una realidad: en ella Gaitán “es parte de la memoria colectiva de nuestra ciudad. En su nombre se sintetizan nuestras luchas y reclamos” [varios emoticones de asombro].
Pretenden construirla hasta que sea incuestionable, hasta que sea invisible que se cogía a una menor de edad –porque no garpa, porque no les da la nafta para defender eso–, y en su empeño no deben llenar lo faltante, como la hipotética película del panelista, sino borrar lo que efectivamente sucedió. Y lo hacen con el silencio y la mentira. En artículos y artículos propios de El Mero Fondo, incluso en diarios nacionales, llevan a cabo un arduo trabajo que parece limitarse a minimizar o, muchas veces, a omitir toda referencia a la minoría de edad de la novia de Gaitán.
Parece… Hasta que se escucha la declaración de la menor y se toma conocimiento de todo lo que deciden callar. Que no le gustaba que su madre “se haiga juntado con el Daniel”. Que se fue de su casa, a vivir a lo de una tía, casi simultáneamente con el comienzo de la relación con Gaitán, y que luego se fue a vivir con ella sin contárselo a sus padres. Que tenía "una buena relación con su madre", a la cual, sin embargo, había dejado de ver, y que responde con un "por lo menos, no nos llevábamos mal” cuando se le hace notar lo extraño de sus palabras. Que Gaitán estaba en pareja con una joven cuando comenzó la relación. Que esa chica tenía un hijo y que vivían con Gaitán en el mismo lugar al que poco después fue a vivir la menor. Que varias veces Gaitán discutió con su pareja y la golpeó hasta dejarle la cara amoratada (¡ninguno de los abogados le preguntó a la menor si ella también fue golpeada!). Que Gabriela, la ya mencionada amiga de Gaitán, sedujo a la hermana de la menor, de 14 años de edad. Que Gabriela durmió con ellas la noche previa al crimen (nadie preguntó si eso ocurría con frecuencia, si “dormir” es un eufemismo o no; y no es descabellado preguntarlo porque la menor refiere que la amiga “siempre andaba” con Gaitán, y porque la propia Gabriela declaró que “compartía todo con ella [Gaitán], prácticamente vivía en su casa, dormía en su misma cama con ella” y también, antes de detener bruscamente su relato, señaló que la discusión fatal comenzó cuando le fue a preguntar a la madre de la menor “¿por qué no nos dejaba ser felices?”). Que el hijo de la ex pareja de Gaitán estuvo al cuidado de las tres mujeres esa noche (nadie preguntó qué relación mantenían con la ex pareja, por qué el niño quedaba al cuidado de una golpeadora o si eso ocurría con frecuencia). Que Gaitán había practicado vale todo y boxeo y que solía resolver sus disputas a golpes, “pero no con armas”, como Gabriela, que "era capaz de agarrar un cuchillo", aunque “armas de fuego, no”.
En cambio, que el padrastro de la menor ejerció violencia física contra su pareja, es decir, la madre de la menor, y que lo mismo había hecho con su pareja anterior se repite constantemente en el relato militante de quienes, al mismo tiempo, denuncian la recalcitrante parcialidad heteronormativa que exponen “los medios” al tratar el tema. Para ellas es relevante la violencia del hombre contra su pareja, pero no la de Gaitán contra la suya. Para ellas es significativo que la madre recurriera a una psicóloga con el fin de que su hija terminara esa relación homosexual porque les permite sustentar su pretensión de que se lo considere un crimen de odio motivado por la orientación sexual, pero no importan las relaciones patológicas y los posibles delitos que rodean el hecho ni el contexto sociocultural en el que sucedió.
Si el padre del chico involucrado en lo que se llama “caso Corsi” hubiera asesinado al psicólogo al enterarse de la relación en la que estaba involucrado su hijo, ¿estas militantes dirían que Jorge Corsi es víctima de un “crimen de odio”? ¿Dirían, como dicen del de Gaitán, que es una manifestación del “odio hacia las personas que eligen vivir su sexualidad libremente apartándose de los mandatos heterosexuales que impone este sistema capitalista patriarcal”? ¿Sería Corsi una víctima y un estandarte en la lucha por los derechos de los homosexuales? Y si yo tuviera una relación con / me cogiera a unx pendejx de 15 y eso me acarreara problemas legales, ¿estarían de mi lado hablando de la sexualidad vivida libremente?
Tanto la adolescente que cogía con Gaitán como el adolescente que cogía con Corsi y sus amigos tenían edad suficiente para que su consentimiento fuese válido en términos legales. Y si se tiene en cuenta que el chico no sólo era sujeto paciente de las relaciones, resulta notorio que algún placer obtenía. Digámoslo crudamente: podía lograr una erección con Jorge Corsi desnudo, en cuatro, con el culo abierto, delante de él.
¿Es la erección de ese adolescente, esto es, su placer, el consentimiento que dio su cuerpo, motivo suficiente para absolver a Corsi y a sus amigos de los delitos que se les imputan y/o de una condena moral? ¿Es la decisión de esta adolescente de tener una relación con una mujer que le llevaba diez años, y la de irse a vivir con ella, suficiente para pasar por alto que Natalia Gaitán era una golpeadora que se embambinaba a una pendeja sub18 proveniente de un hogar disfuncional y que se la llevó a vivir con ella aprovechándose de su vulnerabilidad?
Es una obviedad lindante con la obscenidad intelectual decir que Gaitán no debería haber sido asesinada, sino, en todo caso, denunciada por corrupción de menores, o por abuso, y, de corresponder, juzgada. Pero es hipócrita jugar a que esas soluciones ideales están al alcance de todos, a que las cosas se resuelven de igual modo en Barrio Norte que en un suburbio marginado de Córdoba.
No me imagino a un pobre, a un excluido que vive del asistencialismo, yendo a la comisaría de su zona a denunciar que su hijastra tiene una relación con una mujer mayor de edad. Menos aún me lo imagino denunciando a la hija de la persona que atiende el comedor donde, según las crónicas, va a comer, que a eso se dedica la madre de Gaitán. Y no sólo no me lo imagino por la posible consecuencia de quedarse sin comida, sino por las conexiones políticas –y la gimnasia para la construcción de un relato– que manejan quienes están a cargo de un comedor.
Tal vez quepa dentro de lo imaginable que si la madre recurre a un organismo estatal preocupada porque su hija menor de edad abandonó el hogar y convive con una mujer de 27 años, le recomienden un tratamiento psicológico para “poder manejar la angustia” que eso le genera, pero no le brinden asesoría legal para realizar una denuncia judicial. Algo de eso ocurrió, y para la abogada de la querella tal “preocupación” es un indicio de que en ese hogar se discriminaba a los homosexuales, aun cuando las declaraciones de los testigos dejan claro que tenían un trato muy frecuente y que tanto Gaitán como su amiga y su pareja anterior habían sido recibidas muchas veces en la casa donde vivía el asesino con la madre de la menor.
Como me molesta que me mientan, y como me molesta mucho el doble estándar, y como me molesta muchísimo, demasiado, cuando ambas cosas concurren, digo acá, y lo repito, que a Natalia Gaitán, alias La Pepa, no la mataron por lesbiana. Que la mataron por estar involucrada sentimental y sexualmente con una menor de edad en una situación que, de llegar a donde debió haber llegado para evitar la tragedia –a la Justicia–, podría haber terminado con ella en la cárcel. Lo cual tampoco quiere decir demasiado, porque no sería más que la opinión de un tipo, o de una mina, o dos, o tres, puestos ahí, debajo de un crucifijo, en el lugar de juez, vaya a saberse cómo y siendo consecuentes con no sé qué intereses e ideologías.
Pero, como en el caso del BNdDG, es lo que hay, lo más cercano a algo. Y la instancia que todos, nos guste o no, debemos aceptar. 

5 comentarios:

Olga Eter dijo...

Algo más:
La abogada de la querella, la doctora Milisenda, hizo especial hincapié en la “preocupación” que manifestaba la madre de la menor por la relación con Gaitán, vinculándola con la discriminación a los homosexuales, y pidió que declare en el debate la licenciada Molla, psicóloga de la Subsecretaria de Familia, quien atendió a la madre de la menor cuando esta fue a denunciar que su hija estaba viviendo con una persona mayor de edad y no con su hermana (la tía de la menor), como desde que se fue de la casa, aproximadamente en julio.
“La madre estaba muy precocupada por la elección sexual de su hija y me pidió que yo, como psicóloga, intentara modificarla”, declaró Molla, quien le recomendó contención profesional para poder “respetar la decisión de su hija”.
Entonces Milisenda le pregunta a Molla si “después tiene una entrevista con la joven”… ¡La menor, doctora! La joven no: la menor.
La psicóloga responde que sí, que luego citaron a la menor y a su tía, y que el 27 de enero concurrieron a su despacho, donde Molla constató “que vivían juntas con la tía, que no hubiera vulneración de derechos, es decir, un menor conviviendo con un mayor sin consentimiento de sus padres”.
Sin embargo, la constatación de Molla se limitó a lo que le dijo la tía de la menor: “La tía me dice que [la menor] está viviendo en su casa con ella, esto no era lo que me había manifestado antes la mamá de [la menor]”. Molla se queda con eso, y todos en el juicio se quedan con eso, aun cuando la menor declaró que se fue a vivir con Gaitán para las fiestas de fin de año, y cuando la tía de la menor declaró que eso sucedió a mediados de enero.
Lo de la licenciada se acerca mucho a la mala praxis, a mi modo de ver. Y que todas estas mentiras y contradicciones pasen inadvertidas en el juicio (ya no en el relato militante feminista: en el juicio), me llena de asombro.

refutando leyendas dijo...

Los Oportunistas del Conurbano versión lésbica, y su nuevo hit

http://www.youtube.com/watch?v=r7Z56lEcOhA

Se le perdieron un par de versos:
Seguirás abusando de menores en tu nuevo cielo,
Seguirás golpeando a tus novias en tu nuevo cielo, Pepa Gaitán,

o. dijo...

El otro día hubo un acto frente al Congreso, unas "jornadas de visibilidad lésbica" cuya fecha se debe a la de la muerte de esta abusadora de menores.
Estaba auspiciado por la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural del GCBA (ese nombre no parece PRO).

Por supuesto que el tema del abuso de menores no fue mencionado por nadie allí. También se calló que era una golpeadora que ejercía la violencia contra sus parejas.
No es conveniente para el marketing...

Sin embargo, fue muy revelador para mí, que pasé por ahí esa tardenoche, una bandera hecha por estas personas, colgada en una de las rejas de la plaza, que decía: "Nos tocan a una, nos tocan a todas", frase adornada con sendos guantes de box en los costados.


Anónimo dijo...

Acá, una entrevista a la doctora Milisenda, en la que admite que "la campaña mediática era lo más importante del caso" y que "me parecía muy importante que haya un mensaje unificado desde todas las voces del juicio (...), que se reforzara una o dos ideas y que todo el mundo saliera a defenderlas".
http://blogs.lanacion.com.ar/boquitas-pintadas/discriminacion-y-homofobia/si-esto-pasaba-en-buenos-aires-era-otro-caso-candela/

Y acá
https://twitter.com/SantiagoDixit/status/442034634356834305/photo/1/large
una nueva vuelta de tuerca en el intento de consolidar los inventos sobre esta persona violenta que era Gaitán.
El afiche ese la quiere presentar como "militante social" porque su madre tenía un comedor.
Parece que no ven el hecho de que esa posición de desigualdad constituye un agravante en el abuso de menores cometido por Gaitán: no sólo se cogía a una menor de edad, y se la llevó a vivir con ella sin consentimiento ni conocimiento de los padres, sino que se aprovechaba de los conflictos familiares de la menor y del lugar de poder que en esos ámbitos de pobreza constituye decidir a quién se ayuda con la comida y a quién no.


(Lxs que ejercen la violencia cotidiana a diario, sean tortilleras visibles, tacheros zarpados de fafafa o mi vecino de arriba, esa violencia mínima para la ley, pero apabullante para quien la padece, esxs bien muertxs están).

Anónimo dijo...

Sobre Corsi: "Una vez con Marcelo o dos veces a la tarde y con Geo también estábamos solos en la casa de él” (conf. fs. 623)"
http://www.afamse.org.ar/corsi_procesamiento.pdf