Recuerdo claramente esos años finales de mi adolescencia (que aún no concluyó, ja), en los que me compraba muchos discos, y en todas las disquerías sonaba ese tema. Y recuerdo cómo me interpelaba eso de “nadie puede vivir sin amor”: lo cantaba con énfasis mientras recorría exhibidores y sacaba la cuenta de lo que estaba gastando.
Otra gente, en cambio, criticaba lo taxativo del “nadie debe vivir sin amor”. Nunca pude discutirlo con alguno de los que afirmaban eso, así que nunca pude, tampoco, decir que yo no lo entendía desde el lugar de la obligatoriedad, de lo impuesto, sino desde la necesariedad más básica. Como decir “nadie debe vivir en un medio ambiente insalubre”.
Pasaron veinte años y ese afiche me hace ver despiadadamente que, como nadie puede vivir sin amor, en todo este tiempo (¿casi?) no viví.
2 comentarios:
Que tristes nuestras vidas.
La tuya, no sé.
La mía, sin duda, sí.
Por todo lo que dije acá, y, sobre todo, por lo que ni acá puedo decir, sino sólo aludir diciendo lo que digo.
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