domingo, 28 de mayo de 2017

La (plaza) internacional

El Rodrigo de epoxi custodia la vereda vestido de boxeador. Mira sin ver a unos judíos que pendulan como involcables en trance en la única ventana iluminada del edificio ese.
Bajo hasta la altura del semáforo, el verde lleva a la plaza donde se oyen voces de al menos cinco países diferentes. Yo busco palabras para salir de acá. Las que tengo son siempre las mismas porque llevo meses sin intercambiarlas con nadie, las que tengo solidifican el rechazo en los pocos espacios donde puedo: dejo un comentario en un blog por cierto texto me gusta mucho y allí mismo me agradecen. So, dejo un link con mis palabras referidas a lo que narra el autor. El silencio elocuente que recibo me pone en mi lugar. Así en la calle como en el blog, mejor evitar el ulterior contacto conmigo. (Tomo nota, licenciado, de no molest… comentarte más). En otro lado, un prestigioso publica un poema de una chica que habla de la locomotora del subte. Pero a ese poema no le falta trabajo.
Es inevitable el refugio en las drogas berretas. No las de los nenitos de once o doce que fuman porro en la plaza. Las que produce mi cabeza, donde amortigua la alfombra de los runners el sonido de tus tacos. Donde, una cuadra más allá, saco a colación al famoso narcotraficante mexicano y veo tu cara virando de la sorpresa a la risa cuando lo nombro para preguntarte si te chapo o no te chapo.

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