jueves, 21 de marzo de 2019

Quiero escribir algo

Que hable de lo abrumador que es no poder confiar –no haber podido confiar nunca– en tu familia ni en tu cuerpo.
Ni en mi familia ni en mi cuerpo.
Y también sobre lo improbable que es encontrar palabras y tenerlas en forma cuando no hablás con nadie, cuando hablaste con dos personas en una semana.
Cuando hablé con dos personas en toda esta semana que pasó. (Pasó un día más, otro día más perdido por el mal descanso, y ahora la cuenta dice que hablé con una persona en los últimos siete días: con mi madre).
Pero las neuronas no se alinean en ese sentido, y, además, llevo más de diez días seguidos sin descansar. En realidad, lo que quiero es poder llevar un registro más o menos detallado de los días perdidos y sus porqués. La vecina de arriba que se levanta 5:40 a. m., el vecino que arrastra el ténder en el balcón a las 6:30, los nenes que corren como locos a las 7:10; los repetidos golpes con las ventanas, para abrir y para cerrar, a esas mismas horas; los pasos retumbantes desde esa hora, el grito sacado a su cuarto hijo porque llora a las 7:20, el nene llorando y tosiendo toda la madrugada del domingo, los pasos incesantes, el timbre, la voz de la médica diciendo "paracetamol"; la vocecita siniestra del nene jugando durante horas a la play por wifi, el pelotudo mental que repetidamente corre o salta entre la dos y las tres de la mañana –seguramente el mamerto exvirgo pero siempre pelotudo del segundo–, el aire acondicionado que gotea aunque haga veintidós grados, estos tres meses perdidos, los gritos chillones de la mina cuando llega con los pibes a las ominosas cinco de la tarde. And so on and so on…
Aquello lo voy a poder decir, más o menos tarde o temprano. Esto se acumula sin poder ser alcanzado por las palabras, sin que pueda llevar la cuenta de lo que ocurrió para tenerlo presente cuando me pase una factura mucho más grande en el cuerpo.

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