Cualquiera que haya observado, aun de pasada, un geriátrico a través de sus ventanas se habrá estremecido al ver esa colección de viejos vacíos de vida expuestos en una vidriera, inmóviles, abstraídos incluso de su vida, a veces sin que se enciendan las luces cuando la tarde ya lleva tiempo cayendo.
El otro día vi algo aún más desolador en uno de esos museos de cera: en el salón que da a la calle había un único televisor y un viejo mirándolo. Los demás miraban la nada, y algunos, alrededor de una mesa, estaban rodeados de personas más jóvenes, algún familiar quizá, o alguna enfermera.
El televisor no estaba conectado al cable y se veía en blanco y negro, con la imagen muy granulada. Estaba sintonizado en canal 7, quizá porque es el único que se ve sin cable y sin antena, y el viejo estaba mirando el programa infantil de ese canal.
El otro día vi algo aún más desolador en uno de esos museos de cera: en el salón que da a la calle había un único televisor y un viejo mirándolo. Los demás miraban la nada, y algunos, alrededor de una mesa, estaban rodeados de personas más jóvenes, algún familiar quizá, o alguna enfermera.
El televisor no estaba conectado al cable y se veía en blanco y negro, con la imagen muy granulada. Estaba sintonizado en canal 7, quizá porque es el único que se ve sin cable y sin antena, y el viejo estaba mirando el programa infantil de ese canal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario