El fragmento que sigue está tomado del blog de Leonor Silvestri (más datos, abajo), y lo rescato, apabullado por la contundencia de su prosa tanto como por su posibilidad de ver lo que a diario no vemos aun cuando lo tenemos delante de los ojos.
(También, como excusa para agradecer el poema y su traducción con que me convidó en este espacio, desvirgando de comentarios mi blog).
Por lo demás, esta gente que sobra pertenece a ese 20 o 30 por ciento de la población que, según Beatriz Sarlo, está afuera y para siempre de cualquier posibilidad de ser persona. Esos que de pronto explotaron ante/en los ojos de la clase media repentinamente concientizada en 2001-2002 y siguen afuera porque no pueden no estar afuera, porque carecen del stock de recursos que les permita una integración laboral, social, personal, humana…
Esos mismos que nuevamente son una imagen molesta para la clase media recompuesta, que quiere quitárselos de encima, que no los ve como no oye el ruido de sus aires acondicionados. ¡Que vayan a cartonear a donde descargan los camiones de basura, no en la ciudad!
Esos mismos que no pueden ser erradicados de la ciudad no solo por la imposibilidad de tapar el sol con la mano, sino porque su presencia funciona como recordatorio para los demás/nosotros de dónde podés/podemos terminar… Ahí, al margen.
Tal vez sea eso lo que más molesta de ellos, que no dejan de hacernos ver lo que –ya– no queremos ver.
Por lo demás, pretender que uno haga o diga algo cuando carece de los recursos para hacerlo (porque nunca lo vio o no sabe cómo, o no puede saberlo, o no tiene el config.sys para hacerlo) es de pelotudos. Y condenar por no hacerlo (“no te querés ayudar”), de miserables.
Digámoslo (direlo): a mi modo, yo también sobro.
(Yo también me siento afuera y para siempre).
La autonomía de la sujeta
http://leomiau76.blogspot.com/2007/11/la-autonoma-de-la-sujeta.html
Mariela tiene 26 años, pero, si la vieras, pensarías que por lo menos ronda los 40. Flaquita, sucia, con la espalda encorvada, el pelo atado, su estampa toda visibiliza las marcas indelebles de una vida cruel. Aunque hoy no lleva puestos tantos moretones, su cara tiene tatuada indeleblemente la violencia extrema: ni el cachetazo a mano abierta, ni la toalla mojada con la que se les pega a las mujeres en situación de prostitución cuyos cuerpos aún conservan valor en el mercado. En cambio, golpes de puño cerrado, como un hierro candente, sobre sus pómulos, párpados y labios le han esculpido un nuevo rostro en una mueca eterna de desfigurado espanto.
Ignoro si Mariela ha tenido alguna vez un orgasmo, si sabe lo bien que se siente que le chupen la concha, si alguna vez sintió placer al coger. Lo que sí sé es que un médico caritativo le ligó las trompas con tan solo tres hijos, antes de los usuales 5 de rigor que los profesionales de la salud obligan a las mujeres en estas situaciones a parir para garantizar que su maternidad se vea realizada.
(…) Duermen sobre colchones, y sus fuerzas, las de ambos, no han logrado reunirse siquiera para juntar dos chapas y hacer un techo: cuando llueve, se quedan bajo el ombú, mojándose. Y que quede aclarado, no se trata acá de alguien que no ha alcanzado aún la tendencia y vive en la retaguardia, pero es susceptible, con prácticas activas, de ser persuadida, sino una persona que ha descendido a un abismo del cual la buena voluntad verbal no la va a sacar.
Por eso, ¿cuándo se puede afirmar que un ser humano está construido/a psíquicamente como para ser sujeto susceptible de ejercer la propia voluntad? ¿Cómo es que el “hermoso” discurso de la autonomía y la autogestión vino a convertirse en una máquina perfecta que justifique al Estado ultraliberal para no hacerse responsable de las condiciones de vida (o de muerte) que le impuso a ciertos individuos en situaciones extremas? ¿Se puede seguir pensando que “ella no quiere”, cuando ella ha sido arrojada a un sitio donde las criaturas ya no son nada? Mariela no podrá expresar jamás el deseo de vivir, o la pulsión de autoconservación, que ya no posee, si es que alguna vez la tuvo. ¿Quién se la quitó? ¿El frío y el hambre de la intemperie? ¿Las golpizas diarias, el ultraje sexual reiterado? ¿Fue acaso su familia, cuando ella aún podía llamar así a sus progenitores? ¿O quizás todo el alcohol etílico de la más baja calidad que ingiere para poder sobrellevar esa existencia en un sopor de inconciencia que le permita sentir menos el dolor?
(…) Simplemente me parece que pedirle a esta individua que exprese tan solo un “Ayudame” o un “Sacame de acá” es igual que pedirle a uno de mis gatos que hable. Mariela ha sido convertida en una cosa, sin palabras, sin necesidades, constituida como “no-persona”. Por su parte, el Estado liberal, aludiendo a la autonomía y la voluntad expresa de los sujetos, se escuda para 1) para no gastar un centavo de su plusválico capital en salvaguardar el cuerpo y las vidas de estos individuos, 2) lograr que las personas frecuenten menos el espacio público por miedo o repulsión que personas como Mariela y su familia causa, 3) legitimar el accionar en un discurso de “se lo merece, no quiere hacer nada por ella misma”, que la gente reproduce sin pensar, 4) producir una nueva categoría de individuos no-personas que ya no pueden ser considerados ni humanos, y como tales son tratados por la sociedad toda, hasta el punto de ignorarles el sufrimiento. (…) dejar de fingir y actuar con la misma hipocresía con la que el Estado la trata al exigirle que exprese, verbalmente, o físicamente, una voluntad que ayude a terminar con su calvario, condición que su cuerpo hoy ya no puede sustentar, como única forma de cese de su tortura; que se exprese, tal como lo haría otra mujer, de manera autónoma, libremente, por su propia voluntad, es un dislate. Mariela está imposibilitada de producir no ya por la mera falta de estructura psíquica, innata o producto de su entorno “íntimo”, sino porque ha sido producida así por un sistema conciente de lo que produce y crea y de por qué lo hace. Ella y su silencio, o su expresión auto-destructiva, es el horror que el sistema nos impone a todos como lección, seres abyectos y repelentes que serán abandonados a la malaventura hasta la muerte, no como falla, error o falencia de un sistema a mejorar o en proceso de cambio, sino a conciencia y con un objetivo concreto del poder que ya ni necesita tener un ejército de reserva.
(También, como excusa para agradecer el poema y su traducción con que me convidó en este espacio, desvirgando de comentarios mi blog).
Por lo demás, esta gente que sobra pertenece a ese 20 o 30 por ciento de la población que, según Beatriz Sarlo, está afuera y para siempre de cualquier posibilidad de ser persona. Esos que de pronto explotaron ante/en los ojos de la clase media repentinamente concientizada en 2001-2002 y siguen afuera porque no pueden no estar afuera, porque carecen del stock de recursos que les permita una integración laboral, social, personal, humana…
Esos mismos que nuevamente son una imagen molesta para la clase media recompuesta, que quiere quitárselos de encima, que no los ve como no oye el ruido de sus aires acondicionados. ¡Que vayan a cartonear a donde descargan los camiones de basura, no en la ciudad!
Esos mismos que no pueden ser erradicados de la ciudad no solo por la imposibilidad de tapar el sol con la mano, sino porque su presencia funciona como recordatorio para los demás/nosotros de dónde podés/podemos terminar… Ahí, al margen.
Tal vez sea eso lo que más molesta de ellos, que no dejan de hacernos ver lo que –ya– no queremos ver.
Por lo demás, pretender que uno haga o diga algo cuando carece de los recursos para hacerlo (porque nunca lo vio o no sabe cómo, o no puede saberlo, o no tiene el config.sys para hacerlo) es de pelotudos. Y condenar por no hacerlo (“no te querés ayudar”), de miserables.
Digámoslo (direlo): a mi modo, yo también sobro.
(Yo también me siento afuera y para siempre).
La autonomía de la sujeta
http://leomiau76.blogspot.com/2007/11/la-autonoma-de-la-sujeta.html
Mariela tiene 26 años, pero, si la vieras, pensarías que por lo menos ronda los 40. Flaquita, sucia, con la espalda encorvada, el pelo atado, su estampa toda visibiliza las marcas indelebles de una vida cruel. Aunque hoy no lleva puestos tantos moretones, su cara tiene tatuada indeleblemente la violencia extrema: ni el cachetazo a mano abierta, ni la toalla mojada con la que se les pega a las mujeres en situación de prostitución cuyos cuerpos aún conservan valor en el mercado. En cambio, golpes de puño cerrado, como un hierro candente, sobre sus pómulos, párpados y labios le han esculpido un nuevo rostro en una mueca eterna de desfigurado espanto.
Ignoro si Mariela ha tenido alguna vez un orgasmo, si sabe lo bien que se siente que le chupen la concha, si alguna vez sintió placer al coger. Lo que sí sé es que un médico caritativo le ligó las trompas con tan solo tres hijos, antes de los usuales 5 de rigor que los profesionales de la salud obligan a las mujeres en estas situaciones a parir para garantizar que su maternidad se vea realizada.
(…) Duermen sobre colchones, y sus fuerzas, las de ambos, no han logrado reunirse siquiera para juntar dos chapas y hacer un techo: cuando llueve, se quedan bajo el ombú, mojándose. Y que quede aclarado, no se trata acá de alguien que no ha alcanzado aún la tendencia y vive en la retaguardia, pero es susceptible, con prácticas activas, de ser persuadida, sino una persona que ha descendido a un abismo del cual la buena voluntad verbal no la va a sacar.
Por eso, ¿cuándo se puede afirmar que un ser humano está construido/a psíquicamente como para ser sujeto susceptible de ejercer la propia voluntad? ¿Cómo es que el “hermoso” discurso de la autonomía y la autogestión vino a convertirse en una máquina perfecta que justifique al Estado ultraliberal para no hacerse responsable de las condiciones de vida (o de muerte) que le impuso a ciertos individuos en situaciones extremas? ¿Se puede seguir pensando que “ella no quiere”, cuando ella ha sido arrojada a un sitio donde las criaturas ya no son nada? Mariela no podrá expresar jamás el deseo de vivir, o la pulsión de autoconservación, que ya no posee, si es que alguna vez la tuvo. ¿Quién se la quitó? ¿El frío y el hambre de la intemperie? ¿Las golpizas diarias, el ultraje sexual reiterado? ¿Fue acaso su familia, cuando ella aún podía llamar así a sus progenitores? ¿O quizás todo el alcohol etílico de la más baja calidad que ingiere para poder sobrellevar esa existencia en un sopor de inconciencia que le permita sentir menos el dolor?
(…) Simplemente me parece que pedirle a esta individua que exprese tan solo un “Ayudame” o un “Sacame de acá” es igual que pedirle a uno de mis gatos que hable. Mariela ha sido convertida en una cosa, sin palabras, sin necesidades, constituida como “no-persona”. Por su parte, el Estado liberal, aludiendo a la autonomía y la voluntad expresa de los sujetos, se escuda para 1) para no gastar un centavo de su plusválico capital en salvaguardar el cuerpo y las vidas de estos individuos, 2) lograr que las personas frecuenten menos el espacio público por miedo o repulsión que personas como Mariela y su familia causa, 3) legitimar el accionar en un discurso de “se lo merece, no quiere hacer nada por ella misma”, que la gente reproduce sin pensar, 4) producir una nueva categoría de individuos no-personas que ya no pueden ser considerados ni humanos, y como tales son tratados por la sociedad toda, hasta el punto de ignorarles el sufrimiento. (…) dejar de fingir y actuar con la misma hipocresía con la que el Estado la trata al exigirle que exprese, verbalmente, o físicamente, una voluntad que ayude a terminar con su calvario, condición que su cuerpo hoy ya no puede sustentar, como única forma de cese de su tortura; que se exprese, tal como lo haría otra mujer, de manera autónoma, libremente, por su propia voluntad, es un dislate. Mariela está imposibilitada de producir no ya por la mera falta de estructura psíquica, innata o producto de su entorno “íntimo”, sino porque ha sido producida así por un sistema conciente de lo que produce y crea y de por qué lo hace. Ella y su silencio, o su expresión auto-destructiva, es el horror que el sistema nos impone a todos como lección, seres abyectos y repelentes que serán abandonados a la malaventura hasta la muerte, no como falla, error o falencia de un sistema a mejorar o en proceso de cambio, sino a conciencia y con un objetivo concreto del poder que ya ni necesita tener un ejército de reserva.
1 comentario:
che nadie comento nada
sera que es muy largo para leer?
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