Llevaba a Manu Chao en el MP3 (mentira, pero todo esto es ficción), cuando el colectivo –97– se detuvo en la parada de Cochabamba y Virrey Liniers. (Me fijé en la Filcar después).
Mientras ascendían y descendían pasajeros, desde una ventanilla de los asientos individuales se veía un monovolumen clarito estacionado en la esquina, por Liniers. Una señora de rasgos amarillos estaba bajando prendas de vestir cubiertas con plástico, para protegerlas, y otras bolsas. Un señor, también amarillo, estaba de pie, junto al auto, moviéndose en dirección imprecisa. Una chica, petisa y morocha, de remera blanca, entraba y salía velozmente de la ¿casa? de la esquina y entraba las bolsas.
El bondi arrancó y dejó ver a un grupo de lúmpenes viviendo bajo la autopista. Pero si me refiero a esto, tengo que enumerar cada calle bajo la autopista durante el recorrido del 97.
A dos cuadras hay un prostíbulo, y un cana en la esquina, que busca aparentar sensación de presencia policial y consiguiente seguridad, pero que en realidad está cuidando el burdel. Seguramente porque es un emprendimiento del nuevo comisario de la 20ª.
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