No me acuerdo si fue el 24 o el 31 a la noche. Estaba en el jardín, echando agua con la intención de prevenir que alguna cañita voladora que cayera en él comenzara un incendio.
Y me sobrevinieron esas palabras, sensación de final, y me cubrió la sombra lóbrega de que algo se está por terminar.
También podría decir que perdí mi casa, que soy un inquilino en ella, que estos abyectos vecinos=okupas sonoros, viles larvas cuyas macumbas me apuntan, la usurparon, la invadieron, la contaminaron.
Y sentí entonces una profunda angustia, que aún hoy, meses después, no puedo poner en palabras claras.
Y les hablé a las plantas, y las toqué, y las besé. (¿Me despedí de ellas?).
Y lloré. Como ahora.
Este año lo empecé infectado.
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