Acerca de su nota del jueves 10 referida a la prostitución y al escrache protagonizado por diversas personas y organizaciones en un prostíbulo ilegal (como si hubiese prostíbulos legales…), quiero señalar mi profunda discrepancia acerca de algunos de sus juicios y mi asombro por la omisión de algunos datos.
No se trata de una cuestión moral, como la que lleva a Clarín a evitar –¿censurar?– palabras como “cola”, “lolita” o “burro” en los avisos que a diario llenan una página en el rubro 59 (redituándole cerca de 40000 pesos por día, IVA excluido); no es una cuestión de moral, o de moralina, o de discriminación, como la que lleva a ese diario a no publicar avisos de prostitutas embarazadas. Es una cuestión de actuar cuando se comete un delito, como la misma nota describe, al menos el de reducción a la servidumbre, obligando a las mujeres a vivir en “cubículos de 1,20 por 2 metros, con un inodoro, un lavabo y poco más”.
Defender el papel de la Policía, que “hizo lo lógico, mantenerse al margen”, sin mencionar lo que es vox pópuli, la connivencia de la Policía con los proxenetas (cuando no la convivencia en la misma persona), la cual incluye también a miembros del Poder Judicial, es inexcusable.
Mezclar, como Ud. hace, la prostitución con las redes de explotación, poniendo nuevamente el tema en el terreno de la moral, es incurrir en una falacia. La prostitución, como Ud. dice, es un hecho, y seguirá siéndolo, como lo es el deseo sexual. Las redes de explotación, que violan sistemáticamente los DD. HH. ante la impavidez del Estado –la que sin malicia puede entenderse como anuencia–, son otra cosa.
La ilusión de que las mujeres que ejercen la prostitución son “trabajadoras” tal vez sirva para calmar las conciencias de algunos; la realidad las muestra ahorcadas económicamente, sin otro saber en la mayoría de los casos, prostituyéndose muchas veces en lugares donde se las obliga a prácticas sexuales riesgosas para su salud y la de los clientes; “viviendo” en el prostíbulo, eufemismo por una cuasi esclavitud, que en muchos casos prescinde del “cuasi”; expuestas a un sistema donde son rápidamente desechables, donde por cada una que se enferma, se rebela, se deteriora mental o físicamente, o es asesinada, hay 10 o 20 que pueden reemplazarlas, paraguayas, dominicanas, misioneras, formoseñas, del tercer cordón del GBA, de todos lados…
Efectivamente, la cultura del escrache se ha extendido y ha servido como excusa para el surgimiento público de patoteros, autoritarios y otros impresentables. Sin embargo, debe decirse que esa forma de reclamo surge cuando todas las vías orgánicas han sido agotadas y estas no han dado respuesta; muchas veces, ni han prestado atención.
Por lo demás, la nota de la página central y su columna nada dicen acerca de la veracidad de las denuncias: parecen limitarse a la descripción y a la opinión, dejando de lado la información y la investigación.
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1 comentario:
muy buena respuesta
lastima que red no a la trata no da para mas
en fin llego tarde a los pensmaientos pero llego
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