Este es el verdadero fin de año. Cada noche empieza un toque antes, cuando aún rige la lógica vespertina, y cada vez más temprano coexisten la luz solar con la artificial en las calles, lo que me angustia de manera indecible.
Se va en fade, sutilmente, sin brindis ni pirotecnia; sin balances, proyectos ni otras palabras de la terminología económica; sin payasadas rituales, vacías de contenido, como todas las ritualidades.
El túnel de un nuevo invierno acecha, oscuro e incierto, mientras ponemos en circulación las frazadas y comenzamos a engrosarnos con pulóveres y camperas.
Cada calorcito puede ser el último. Te cae la ficha una tarde cualquiera, en el cíber de la mamá de Martina, cuando la luz cambia entrando por los ventanales a eso de las 6 y poco, o cruzando una avenida: los autos que vienen ya encendieron sus luces, y también los negocios de la vereda a la que vas llegando, aunque todavía sobrevive la luz solar.
Desde el primer asiento de un viejo 134 ves cómo se agrisa el cielo en el oeste, se arrebola, y en veinte minutos se escapa el día y se instala la que puede ser la última noche de remera. Así de rápido e ineluctable se fue el año.
Para mañana está anunciada lluvia.
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