1° de mayo, 9 de la mañana, el perro de la vecina me despierta con sus ladridos desquiciados, como todos los conchudos días, porque suena el timbre. Pese a las ventanas cerradas por el frío lo oigo, y oigo también el vozarrón de la sirvienta de la vecina, que entra gritando como un conductor de programas de televisión “bien arriba”.
Trabaja el 1° de mayo, y, como los días no feriados, estará más de 9 horas sobre mi cabeza, golpeando muebles, hablando a los gritos y siendo mansa compañía de su explotadora.
El que tiene plata hace lo que quiere: por ejemplo, tener a la doméstica en negro, o hacerla trabajar un feriado (pagándole más, tal vez), o tenerla como esclava de compañía, o, como es tan generosa, llevársela de vacaciones a MDQ durante diez días.
Y la camuca la obedece con perruna sumisión porque la señora le permite que la llame por el nombre, y tiene estudios, y la deja comer con ella, y le tiene tanta confianza que hasta le dio las llaves de la casa.
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