El blog como base de la Internet 2.0, como diario, bitácora, registro de una selección más o menos azarosa de impulsos cerebrales, sustituto de la –inaccesible– publicación impresa, creador de comunidades, fanzine digital o lo que poronga queramos que sea, opera sobre una necesidad básica del internauta, que se explica con un verso de Palo Pandolfo: “Quiero que me mires a mí”.
Pero (tal vez más que ninguna otra en Internet) esa posibilidad de expresión nos lleva a un lugar de autoexposición inconmensurable. Más o menos conscientemente vamos dejando huellas en la red, y dándoles datos a los recopiladores –automáticos, profesionales, policiales, psicópatas– de info que subyacen/constituyen la web.
(Les decimos a los adolescentes que no den datos personales en el chat o en el fotolog para que no los seduzca un paidófilo o un secuestrador, y posteamos fotos nuestras, decimos a qué cine fuimos, dónde cogemos y con quién, dónde vivimos y qué nos gusta comer).
Así, uno puede expresarse, construir su bloguentidad o to send out the message in a bottle, el cual tendrá un recorrido no tan previsible como las corrientes marinas; pero para decir lo que queremos (vaya a saberse por qué) decir, tenemos que decir un montón de otras cosas.
Para mostrar lo que somos un poco más seguros, tenemos que mostrar, también, lo que no somos.
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