Sí, para no escuchar todos los ruidos que carcomen mi paz y mi salud. El perro, todos los perros, y sus desgraciados ladridos; los pelotudos mentales botelleros con parlante en sus carros tirados por caballos, que pasan, turnándose, atronando y distorsionando, de lunes a domingo por la mañana: no estamos en el campo, boludos, no estamos en la villa, las conchas de sus madres (lo mismo vale para el pelotudo mental de la Traffic publicitaria con parlante).
Y vos, vieja de mierda, y tu perra histérica, y tu cohorte de fabricantes de ruido y crispación, que hoy me despertaron nueve veces, muéranse ya, no de cáncer, sino de muerte súbita; vos y la familia disfuncional de Elbio Lento, que ahora mismo amenaza con cagar a trompadas a su hijo (una y otra vez, y otra más), y todos los demás.
El pip pip, que no sé si es del garaje, de un jueguito de la compu o de dónde; y el pelotudo de la motito, y los colectivos con su motor de 210 caballos y el siseo rompetímpanos de la suspensión neumática. Y Pomelo, con su moto, y el otro Pomelo, con su Gol tuneado con escape deportivo, y todos los que hacen ruido. Y el helicóptero de la yuta, y el que tira baldazos por el balcón, y el que mira “Fútbol de Primera” y grita los goles en diferido… Y los ronquidos de la vieja esa, que parece talar el Amazonas en el medio de la madrugada; y el que escucha sonidos marchosos que laten en mí, en el medio de la madrugada, a 150 beats por minuto.
Pero, finalmente, sería inútil: aunque fuese sordo, estaría bombardeado y sacudido por la vibración ajena y enfermante que producen los abusadores del aire: lo agitan, lo sacuden, lo convulsionan, y me revienta en el cuerpo. Sus ondas chocan contra mis oídos, mi cabeza, mi pecho, mi vientre, pasa el avión rumbo a Aeroparque y tiembla la ventana incluso cuando ya no se oyen las turbinas, me cimbran, me crispan, me doblegan.
Con fatídica puntualidad, a una hora que no sé, la bomba sónica volverá a explotar, despertándome taquicárdico, una, dos, diez veces, hasta que no me pueda dormir de nuevo, hasta que tenga que levantarme y perder otro día de mi vida, viviéndolo cansado, agotado, torpe y soñoliento; y si estoy despierto también debo vivir al ritmo de ellos, vibrar al ritmo de ellos, de cada golpe en el techo, en la pared, que me pega en las sienes, en los senos, en el plexo.
Estamos bombardeados como protones por el ruido, por la contaminación visual, por la contaminación electromagnética, que nos atraviesa sin que lo notemos; y después uno palma, y la gente se sorprende… Te pinta un tumor, o un derrame cerebral, o la puntada en el cuello con la que me desperté el otro día, y dicen: “¡Era tan joven!”, “¡Se cuidaba con las comidas!”, “¡No fumaba!”…
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1 comentario:
El planeta es un mojón de atol...
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