En Caseros entre Catamarca y Esteban de Luca, justo donde dobla el 134, hay un locutorio y cyber. Un papel pegado en la puerta anuncia los precios: 1,25 la hora; 1 mango, 45 minutos. Es barato, tiene el precio en la puerta, muy bien, entremos.
El chabón que atiende, un pibe joven, de barba, que habla de un modo afectado, me trata de usted y me asigna la máquina 1. Me llama la atención que la compu no tenga la barra que suelen tener las máquinas de otros cyber, en la parte superior de la pantalla, donde se indica el tiempo y el dinero consumido. Me fijo en el reloj de la compu, y son y 53.
Hago lo mío, e y 37 me levanto y, retóricamente, le pregunto al chabón, que se llama Federico, según lo oí, cuánto tiempo pasó. Hace un gesto, como concentrándose, o tratando de recordar, mientras levanta la cabeza y ¡mira el reloj que está en la pared, cuyas agujas marcan que son menos veinticinco pasadas!: me dice que en cinco minutos se cumple una hora. Es decir, me está cobrando 1,25 por 45 minutos; es decir, me está afanando 25 centavos o 10 minutos.
Es su palabra contra la mía, y es un módico estafador. Calculo que no vale la pena discutir por 25 centavos (pero sí contarlo), aunque el estupor malhumorado que me acompañará en las cuadras siguientes hace que me cuestione mi decisión.
Le digo que me quedo esos cinco minutos, boludeo un toque, le pago y me voy.
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