Cuando era chico, en el jardín de casa había un jazmín. Ya ni me acuerdo dónde estaba. Creo que era junto a los arbustos que flanqueaban los escalones de hormigón que facilitan pasar del patio al césped. O tal vez fuera junto a la pared del costado, la que da al Este.
Lo que tengo muy claro es el recuerdo de su perfume.
Después, a mi viejo le dio la chiripiorca e hizo sacar todas las plantas. Y los jazmines cayeron en la volteada. (Incluso hablaba de reemplazar el césped por baldosas…).
Pasó el tiempo, y mi madre, ya separada, renovó un poco el jardín. Y de nuevo hubo (hay) un jazmín. Pequeño, se extiende sobre la enredadera en la pared que da al Este y florece sólo una vez por año, para octubre más o menos. Su perfume es perceptible únicamente si uno se arrima a las flores. En mi memoria, en cambio, el viejo jazmín tenía un power profundo, intersticial, que quizá sea el de las cosas de la niñez.
El punto es que cuando voy por la calle y encuentro un jazmín junto a la vereda, me acerco, lo huelo y recuerdo el recuerdo de aquel jazmín.
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